connie.stamm
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“Entrena tan duro como odias” o “preparados para la batalla” son algunos de los mensajes motivadores que se pueden leer en cualquier gimnasio de Madrid. No son ninguna anomalía. A pesar de que los leggings, los ayunos intermitentes y las sentadillas nos puedan parecer tan inocuas como superficiales, la historia del fitness está más ligada a cuestiones ideológicas y políticas que a preocupaciones de belleza y bienestar.
Pongamos como ejemplo una de las campañas decisivas para la popularización del fitness contemporáneo. Iniciada por el presidente estadounidense Eisenhower en 1960, tuvo la finalidad de endurecer los cuerpos del hombre norteamericano blanco de clase media, cuya anatomía se había ablandado como consecuencia de la vida en los suburbios residenciales y de la vida sedentaria. En plena Guerra Fría, la campaña argumentaba que “un cuerpo duro será además duro frente al comunismo”, trazando una línea directa entre la resistencia anatómica e ideológica. Su sucesor en la Casa Blanca, John Fitzgerald Kennedy, compartía con Eisenhower una preocupación por la preparación ideológico-militar de civiles. En 1960, JFK escribió el artículo “El americano blando” para la revista Sports Illustrated. El ejemplar que leyó el presidente contaba con un manuscrito al margen de la página. Decía lo siguiente: “Nuestra creciente blandura amenaza nuestra seguridad como nación.”
Un libro reciente de los jóvenes arquitectos neoyorquinos Nile Greenberg y Matthew Kennedy traza la historia de los espacios del fitness en la arquitectura moderna, entretejiendo fisiología, psicología, política y diseño. The Advanced School of Collective Feeling [La escuela avanzada del sentimiento colectivo] (Park Books, Zúrich) es una pequeña pero incisiva relectura de la historia de la modernidad a través de la colectividad y la educación experimental, con análisis de las trayectorias de arquitectos y diseñadores como Marcel Breuer, Charlotte Perriand o Richard Neutra.
Según Greenberg y Kennedy, el diseño de una nueva persona fue la mayor aspiración del movimiento moderno en la arquitectura. Un nuevo mundo, domado por una nueva industria tecnológica y médica, y bajo nuevas dinámicas de cultura de masas, requerían inevitablemente una nueva relación con el propio cuerpo. Tanta relevancia cobró el fitness que el arquitecto y director de la Bauhaus, Hannes Meyer (1889-1954), determinó que el gimnasio había sustituido a los museos como espacios canónicos de la modernidad.
Durante las últimas décadas, los gimnasios han llamado la atención de la arquitectura principalmente por la manera en la que expresan una condición poshumana, una suerte de aglutinación protésica à la Marshall McLuhan que desdibuja los límites entre el cuerpo, la tecnología, la naturaleza, y los medios. Sin embargo, Greenberg y Kennedy buscan entender los espacios del culto al cuerpo como laboratorios y ágoras hedonistas donde las preocupaciones políticas del momento se testan, se canalizan y se manifiestan.
Hoy podríamos apuntar a la cultura física, y las arquitecturas ligadas a ella, como unos de los mayores proyectos políticos del diseño contemporáneo. Gran parte de las fricciones sociales de los últimos tres años (de género, de fertilidad, de carácter patógeno, raciales, de nutrición o de estilos de vida sostenibles) tienen en común un conjunto de preocupaciones relacionadas con la definición, el diseño y la difusión de los cuerpos.
Precisamente estas preocupaciones se traducen en muchos de los espacios dedicados al fitness en cualquiera de nuestras ciudades, que a su vez alimentan estas ideas contra los cuerpos que ahí se construyen. En Madrid, sin ir más lejos, existen gimnasios para transformar los cuerpos en valor financiero o sexual, gimnasios para cuerpos construidos como armas, o esculpidos correspondiendo a las posiciones de los astros, a veces conformados como herramientas contra el bullying, a veces como herramientas de exclusión de cuerpos no normativos, y a veces tratados como botes salvavidas frente a un inminente colapso medioambiental.
De acuerdo con Kennedy y Greenberg, el entender la gimnasia como un ejercicio desligado de connotaciones morales, ideológicas o militares, para verlo como una práctica de salud e higiene, fue una tarea iniciada por el sueco Per Henrik Ling. A pesar de que este profesor y teórico del ejercicio de principios del siglo XIX entendía el ejercicio como una cuestión racional, científica, y médica, la voluntad ideológica sigue dominando gran parte de la cultura del culto al cuerpo hasta nuestros días, tal y como sucedía antes de Ling.
Más que pulcros lugares de eficiencia, disciplina e higiene, los gimnasios contemporáneos son carne de experimentación estética. Dependiendo de si su espíritu es militar, antifa, astrológico u orientado al networking, contará, respectivamente, con paredes verde oliva, techos con instalaciones vistas, neones morados, y puf Fatboy turquesa sobre palet de obra junto a plantas monstera de metro y medio de alto. A su vez, los gimnasios materializan en los cuerpos de sus usuarios deseos híper personalizados que construyen unos cuerpos nicho. Sus arquitecturas reflejan profundos cambios en las maneras en las que hacemos visible el pensamiento, y la forma en la que ideología y política ponen presión sobre un cuerpo fluido. Si hoy en día la sociedad se encuentra bajo una rápida reconfiguración debida a la paulatina segregación política, en gran medida alimentada por los nichos de internet, los gimnasios que nos rodean apuntan a la manera en la que las personas se construyen a sí mismas para contribuir a las subculturas online y offline que habitan, a las emociones que en estos espacios marginales se derraman, y a las economías que ahí se estimulan. Este cuerpo-asamblea, este hoy cuerpo-sección-de-comentarios-de-red-social, es uno que asocia los sistemas de valores con las rutinas de creación de músculo. Los gimnasios, por lo tanto, adquieren un valor particular para la arquitectura por su capacidad subversiva y emancipadora a la hora de dar forma y hacer públicos deseos subalternos y cuerpos no canónicos.
La escuela avanzada del sentimiento colectivo es una obra fundamental para evitar entender la modernidad como un esfuerzo homogeneizante a pesar de ser colectivo. Nos presenta la arquitectura de principios del siglo pasado como una serie de experimentos de exuberancia más que de austeridad, desde una perspectiva que evita el heroísmo y la nostalgia. Y, sobre todo, nos acerca a entender el diseño como una adaptación material comunal a través de múltiples ámbitos biológicos y políticos.
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Pongamos como ejemplo una de las campañas decisivas para la popularización del fitness contemporáneo. Iniciada por el presidente estadounidense Eisenhower en 1960, tuvo la finalidad de endurecer los cuerpos del hombre norteamericano blanco de clase media, cuya anatomía se había ablandado como consecuencia de la vida en los suburbios residenciales y de la vida sedentaria. En plena Guerra Fría, la campaña argumentaba que “un cuerpo duro será además duro frente al comunismo”, trazando una línea directa entre la resistencia anatómica e ideológica. Su sucesor en la Casa Blanca, John Fitzgerald Kennedy, compartía con Eisenhower una preocupación por la preparación ideológico-militar de civiles. En 1960, JFK escribió el artículo “El americano blando” para la revista Sports Illustrated. El ejemplar que leyó el presidente contaba con un manuscrito al margen de la página. Decía lo siguiente: “Nuestra creciente blandura amenaza nuestra seguridad como nación.”
Un libro reciente de los jóvenes arquitectos neoyorquinos Nile Greenberg y Matthew Kennedy traza la historia de los espacios del fitness en la arquitectura moderna, entretejiendo fisiología, psicología, política y diseño. The Advanced School of Collective Feeling [La escuela avanzada del sentimiento colectivo] (Park Books, Zúrich) es una pequeña pero incisiva relectura de la historia de la modernidad a través de la colectividad y la educación experimental, con análisis de las trayectorias de arquitectos y diseñadores como Marcel Breuer, Charlotte Perriand o Richard Neutra.
Según Greenberg y Kennedy, el diseño de una nueva persona fue la mayor aspiración del movimiento moderno en la arquitectura. Un nuevo mundo, domado por una nueva industria tecnológica y médica, y bajo nuevas dinámicas de cultura de masas, requerían inevitablemente una nueva relación con el propio cuerpo. Tanta relevancia cobró el fitness que el arquitecto y director de la Bauhaus, Hannes Meyer (1889-1954), determinó que el gimnasio había sustituido a los museos como espacios canónicos de la modernidad.
Durante las últimas décadas, los gimnasios han llamado la atención de la arquitectura principalmente por la manera en la que expresan una condición poshumana, una suerte de aglutinación protésica à la Marshall McLuhan que desdibuja los límites entre el cuerpo, la tecnología, la naturaleza, y los medios. Sin embargo, Greenberg y Kennedy buscan entender los espacios del culto al cuerpo como laboratorios y ágoras hedonistas donde las preocupaciones políticas del momento se testan, se canalizan y se manifiestan.
Hoy podríamos apuntar a la cultura física, y las arquitecturas ligadas a ella, como unos de los mayores proyectos políticos del diseño contemporáneo. Gran parte de las fricciones sociales de los últimos tres años (de género, de fertilidad, de carácter patógeno, raciales, de nutrición o de estilos de vida sostenibles) tienen en común un conjunto de preocupaciones relacionadas con la definición, el diseño y la difusión de los cuerpos.
Precisamente estas preocupaciones se traducen en muchos de los espacios dedicados al fitness en cualquiera de nuestras ciudades, que a su vez alimentan estas ideas contra los cuerpos que ahí se construyen. En Madrid, sin ir más lejos, existen gimnasios para transformar los cuerpos en valor financiero o sexual, gimnasios para cuerpos construidos como armas, o esculpidos correspondiendo a las posiciones de los astros, a veces conformados como herramientas contra el bullying, a veces como herramientas de exclusión de cuerpos no normativos, y a veces tratados como botes salvavidas frente a un inminente colapso medioambiental.
De acuerdo con Kennedy y Greenberg, el entender la gimnasia como un ejercicio desligado de connotaciones morales, ideológicas o militares, para verlo como una práctica de salud e higiene, fue una tarea iniciada por el sueco Per Henrik Ling. A pesar de que este profesor y teórico del ejercicio de principios del siglo XIX entendía el ejercicio como una cuestión racional, científica, y médica, la voluntad ideológica sigue dominando gran parte de la cultura del culto al cuerpo hasta nuestros días, tal y como sucedía antes de Ling.
Más que pulcros lugares de eficiencia, disciplina e higiene, los gimnasios contemporáneos son carne de experimentación estética. Dependiendo de si su espíritu es militar, antifa, astrológico u orientado al networking, contará, respectivamente, con paredes verde oliva, techos con instalaciones vistas, neones morados, y puf Fatboy turquesa sobre palet de obra junto a plantas monstera de metro y medio de alto. A su vez, los gimnasios materializan en los cuerpos de sus usuarios deseos híper personalizados que construyen unos cuerpos nicho. Sus arquitecturas reflejan profundos cambios en las maneras en las que hacemos visible el pensamiento, y la forma en la que ideología y política ponen presión sobre un cuerpo fluido. Si hoy en día la sociedad se encuentra bajo una rápida reconfiguración debida a la paulatina segregación política, en gran medida alimentada por los nichos de internet, los gimnasios que nos rodean apuntan a la manera en la que las personas se construyen a sí mismas para contribuir a las subculturas online y offline que habitan, a las emociones que en estos espacios marginales se derraman, y a las economías que ahí se estimulan. Este cuerpo-asamblea, este hoy cuerpo-sección-de-comentarios-de-red-social, es uno que asocia los sistemas de valores con las rutinas de creación de músculo. Los gimnasios, por lo tanto, adquieren un valor particular para la arquitectura por su capacidad subversiva y emancipadora a la hora de dar forma y hacer públicos deseos subalternos y cuerpos no canónicos.
La escuela avanzada del sentimiento colectivo es una obra fundamental para evitar entender la modernidad como un esfuerzo homogeneizante a pesar de ser colectivo. Nos presenta la arquitectura de principios del siglo pasado como una serie de experimentos de exuberancia más que de austeridad, desde una perspectiva que evita el heroísmo y la nostalgia. Y, sobre todo, nos acerca a entender el diseño como una adaptación material comunal a través de múltiples ámbitos biológicos y políticos.
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