Frederique_Flatley
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La mala sombra literaria no persigue al premio Planeta como una fatalidad, o al menos al premio Planeta desde que Rafael Borràs Betriu recibió el encargo de adaptarlo a las nuevas condiciones históricas tras la muerte de Franco el 20 de noviembre de 1975 (y ya ese año resultó ganadora una novela sintonizada con la ruptura que significaba esa muerte, En el día de hoy, de Jesús Torbado, que evocaba desde el título el último parte de guerra en 1939). La afluencia desde entonces de nombres de calidad asociados a la izquierda intelectual y antifranquista no fue fruto del azar bendito sino de una estrategia deliberada como gigantesca campaña de aggiornamento de una gran editorial irremisiblemente asociada con el planeta franquista.
Desde los premios otorgados entre 1977 y 1979 a Jorge Semprún por la Autobiografía de Federico Sánchez, a Juan Marsé por una mediocre novela como La muchacha de las bragas de oro o a Manuel Vázquez Montalbán por una de sus mejores novelas, Los mares del sur, el premio se lavaba la cara y conquistaba una decencia que no era ya solo literaria, sino también democrática. Solo faltaba que Francisco Umbral, otra firma rotundamente combativa desde la izquierda (y en las páginas de este periódico), lo ganara en 1985 —quedó finalista— con un retrato grotesco de la tribu franquista, Pío XII, la escolta mora y un general sin un ojo, para que todo quedase estabilizado ya, y hasta con un guiño de exquisita excelencia en el ecosistema literario de la España de la democracia, porque en 1980 era Juan Benet quien quedaba finalista con El aire de un crimen, escrita a toda mecha y deliberadamente concebida para ampliar su público. Ese había sido, de hecho, el argumento que reprodujeron uno tras otros ante la prensa los autores de la izquierda para justificar su ingreso en la escuadra del Planeta, unos para quedarse de por vida, y otros para estar en ella de forma más pasajera.
¿Y luego? Una vez remozada la editorial, y consolidado su incontestable prestigio popular, las cosas llevaron otro ritmo menos urgente, aunque nunca dejó de ir aumentando la cuantía económica para situarlo en la cima de los mejores dotados del mundo. La devoción por premiar a personajes populares se mantuvo incólume, pese a que los méritos literarios de sus obras fuesen muy ralos, en particular cuando encadenó numerosos presentadores y presentadoras televisivo/as como ganadores/as. También mantuvo hasta hoy la costumbre de situar a futuros ganadores en posición de finalistas (al revés creo que no ha pasado todavía), como sucedió con Fernando Savater, Fernando Sánchez Dragó, Maria de la Pau Janer o la ganadora de este año, Paloma Sánchez-Garnica, finalista en 2021.
Pero esa estrategia netamente comercial necesitaba correcciones intermitentes, y de ahí nacen algunos de los títulos más respetables de su historia completa (el premio se había fundado en la Barcelona de 1949). El más poderoso de todos en la etapa democrática (en realidad en toda la historia del premio), y muy importante en la trayectoria de su autor, fue El jinete polaco de Antonio Muñoz Molina en 1991. No solo es una de las grandes novelas del Planeta, sino una de las mejores de la etapa democrática. No volvería ya a suceder, aunque algunas novelas premiadas estén entre las mejores de sus autores, como Mientras vivimos, de Maruja Torres, o El mundo de Juan José Millás.
Los siguientes títulos no fueron en absoluto los mejores de sus autores, pero sí difundieron popularmente el prestigio antes más minoritario de novelistas de primera magnitud, como Mario Vargas Llosa con Lituma en los Andes, Álvaro Pombo y La fortuna de Matilde Turpin o Javier Cercas con su respuesta literaria al trauma del procés independentista, Terra Alta, u otros dos escritores a los que el premio poco añadía a su ya vigorosa popularidad, como Eduardo Mendoza y Alicia Gómez Barlett.
Fue uno de los grandes bombazos de la Transición porque el antiguo militante comunista narraba en clave de ajuste de cuentas y venganza personalísima su vida en la militancia clandestina hasta su expulsión del PCE en 1965: fue más piadoso consigo mismo que con los demás.
La mitología íntima del escritor está en el sustrato de esta novela protagonizada por su detective Carvalho y quizá la más confesional, sin que haya apenas rastros autobiográficos en ella, pero sí el reflejo de las desencantadas ilusiones políticas de su autor.
La prosa del escritor se hace arborescente como en ninguna otra novela anterior para intensificar poderosamente el efecto de la memoria del personaje central, Manuel, en relación con su pasado en Mágina y el de Nadia: la intensidad convive con la morosidad sin dañarse.
El regreso a la literatura tras su frustrada candidatura presidencial se sustanció en una novela que mete a Vargas Llosa de nuevo en el Perú interior para rastrear la supervivencia de la superstición, la irracionalidad y la violencia sectaria, también del terrorismo de Sendero luminoso.
Con rastros de vivencias reales esparcidos por muchas páginas, la escritora revuelve por dentro las tripas de tres mujeres atadas a una lealtad incontenible, la misma escritura, la vocación literaria, y le sale muy bien.
El festival de egoísmos y carencias que desata la muerte de Matilda Turpin acaba gestando un atípico Planeta más, trufado de referencias poéticas a Pessoa, Rilke o Holderlin, disquisiciones filosóficas y sondeos psicológicos que no desmerecen lo más mínimo ni al autor ni al premio.
Nunca el autor había estado más cerca de sí mismo como en esta novela de talante netamente autobiográfico en la que el retorno a la infancia se convierte en una exploración del sentido de la escritura, que, como el bisturí eléctrico, lastima y cicatriza.
Sin frivolizar la violencia política e ideológica falangista en vísperas de la guerra civil, Mendoza exprime sus dotes para lo grotesco y la comicidad en una trama de intriga que recorre todos los estratos de la sociedad madrileña sin perder el brío narrativo de sus mejores novelas.
Sin la habitual protagonista de sus novelas detectivescas, la autora explora la transformación de las relaciones personales y eróticas de una nueva sociedad, donde la mujer ha dejado de responder a un patrón de sumisión y acatamiento.
Nunca antes el autor había usado una trama policial, aunque siempre haya investigación en sus novelas. El protagonismo de la policía catalana y sus pesquisas conducen al lector al corazón moral de una etapa de Cataluña que late de forma invisible en una novela trepidante.
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Desde los premios otorgados entre 1977 y 1979 a Jorge Semprún por la Autobiografía de Federico Sánchez, a Juan Marsé por una mediocre novela como La muchacha de las bragas de oro o a Manuel Vázquez Montalbán por una de sus mejores novelas, Los mares del sur, el premio se lavaba la cara y conquistaba una decencia que no era ya solo literaria, sino también democrática. Solo faltaba que Francisco Umbral, otra firma rotundamente combativa desde la izquierda (y en las páginas de este periódico), lo ganara en 1985 —quedó finalista— con un retrato grotesco de la tribu franquista, Pío XII, la escolta mora y un general sin un ojo, para que todo quedase estabilizado ya, y hasta con un guiño de exquisita excelencia en el ecosistema literario de la España de la democracia, porque en 1980 era Juan Benet quien quedaba finalista con El aire de un crimen, escrita a toda mecha y deliberadamente concebida para ampliar su público. Ese había sido, de hecho, el argumento que reprodujeron uno tras otros ante la prensa los autores de la izquierda para justificar su ingreso en la escuadra del Planeta, unos para quedarse de por vida, y otros para estar en ella de forma más pasajera.
¿Y luego? Una vez remozada la editorial, y consolidado su incontestable prestigio popular, las cosas llevaron otro ritmo menos urgente, aunque nunca dejó de ir aumentando la cuantía económica para situarlo en la cima de los mejores dotados del mundo. La devoción por premiar a personajes populares se mantuvo incólume, pese a que los méritos literarios de sus obras fuesen muy ralos, en particular cuando encadenó numerosos presentadores y presentadoras televisivo/as como ganadores/as. También mantuvo hasta hoy la costumbre de situar a futuros ganadores en posición de finalistas (al revés creo que no ha pasado todavía), como sucedió con Fernando Savater, Fernando Sánchez Dragó, Maria de la Pau Janer o la ganadora de este año, Paloma Sánchez-Garnica, finalista en 2021.
Pero esa estrategia netamente comercial necesitaba correcciones intermitentes, y de ahí nacen algunos de los títulos más respetables de su historia completa (el premio se había fundado en la Barcelona de 1949). El más poderoso de todos en la etapa democrática (en realidad en toda la historia del premio), y muy importante en la trayectoria de su autor, fue El jinete polaco de Antonio Muñoz Molina en 1991. No solo es una de las grandes novelas del Planeta, sino una de las mejores de la etapa democrática. No volvería ya a suceder, aunque algunas novelas premiadas estén entre las mejores de sus autores, como Mientras vivimos, de Maruja Torres, o El mundo de Juan José Millás.
Los siguientes títulos no fueron en absoluto los mejores de sus autores, pero sí difundieron popularmente el prestigio antes más minoritario de novelistas de primera magnitud, como Mario Vargas Llosa con Lituma en los Andes, Álvaro Pombo y La fortuna de Matilde Turpin o Javier Cercas con su respuesta literaria al trauma del procés independentista, Terra Alta, u otros dos escritores a los que el premio poco añadía a su ya vigorosa popularidad, como Eduardo Mendoza y Alicia Gómez Barlett.
La selección de Babelia
Fue uno de los grandes bombazos de la Transición porque el antiguo militante comunista narraba en clave de ajuste de cuentas y venganza personalísima su vida en la militancia clandestina hasta su expulsión del PCE en 1965: fue más piadoso consigo mismo que con los demás.
La mitología íntima del escritor está en el sustrato de esta novela protagonizada por su detective Carvalho y quizá la más confesional, sin que haya apenas rastros autobiográficos en ella, pero sí el reflejo de las desencantadas ilusiones políticas de su autor.
La prosa del escritor se hace arborescente como en ninguna otra novela anterior para intensificar poderosamente el efecto de la memoria del personaje central, Manuel, en relación con su pasado en Mágina y el de Nadia: la intensidad convive con la morosidad sin dañarse.
El regreso a la literatura tras su frustrada candidatura presidencial se sustanció en una novela que mete a Vargas Llosa de nuevo en el Perú interior para rastrear la supervivencia de la superstición, la irracionalidad y la violencia sectaria, también del terrorismo de Sendero luminoso.
Con rastros de vivencias reales esparcidos por muchas páginas, la escritora revuelve por dentro las tripas de tres mujeres atadas a una lealtad incontenible, la misma escritura, la vocación literaria, y le sale muy bien.
El festival de egoísmos y carencias que desata la muerte de Matilda Turpin acaba gestando un atípico Planeta más, trufado de referencias poéticas a Pessoa, Rilke o Holderlin, disquisiciones filosóficas y sondeos psicológicos que no desmerecen lo más mínimo ni al autor ni al premio.
Nunca el autor había estado más cerca de sí mismo como en esta novela de talante netamente autobiográfico en la que el retorno a la infancia se convierte en una exploración del sentido de la escritura, que, como el bisturí eléctrico, lastima y cicatriza.
Sin frivolizar la violencia política e ideológica falangista en vísperas de la guerra civil, Mendoza exprime sus dotes para lo grotesco y la comicidad en una trama de intriga que recorre todos los estratos de la sociedad madrileña sin perder el brío narrativo de sus mejores novelas.
Sin la habitual protagonista de sus novelas detectivescas, la autora explora la transformación de las relaciones personales y eróticas de una nueva sociedad, donde la mujer ha dejado de responder a un patrón de sumisión y acatamiento.
Nunca antes el autor había usado una trama policial, aunque siempre haya investigación en sus novelas. El protagonismo de la policía catalana y sus pesquisas conducen al lector al corazón moral de una etapa de Cataluña que late de forma invisible en una novela trepidante.
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