kling.friedrich
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Le preguntaron a Lamine Yamal por sus pases milimétricos con el exterior del pie y contestó que bastaba con pulsar L2 en el mando de la videoconsola, lo que convertiría su descarado talento en una cuestión puramente mecánica, el fútbol en un juego de niños y la vida en un calendario que se va arrancando a sí mismo las hojas. Todo sucede a velocidad de vértigo cuando el epicentro de la acción discurre entre los pies y la cabeza de este muchacho con cara de adolescente y actitud aventurera, un ejemplo casi abusivo de que la juventud sigue siendo aquel divino tesoro al que Rubén Darío dedicó uno de sus poemas más celebrados.
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