estark
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Cien años después de que José Eustasio Rivera escribiera La Vorágine, una de las novelas más importantes de la literatura colombiana por su relato de la explotación cauchera a principios del siglo XX, por primera vez ha sido posible que sus líneas sean leídas en la lengua de los indígenas nükak, uno de los últimos pueblos nómadas de América del Sur, habitante de la Amazonía colombiana. La Vorágine leída en Nükak suena a selva, árboles y pájaros, según Rolf Abderhalen (Manizales, 59 años), cofundador de Mapa Teatro, uno de los laboratorios de artes escénicas más importantes del país. Durante el último año, Mapa ha estado detrás de un proyecto de traducción de varios fragmentos del libro. El resultado final será una instalación artística, La Vorágine Más Allá, que se presentará del 9 al 20 de octubre en el Centro Nacional de las Artes Delia Zapata Olivella, en el centro de Bogotá, en el marco del Festival Internacional de Artes Vivas. En ella se incluirá la voz de varios indígenas leyendo fragmentos de la novela, pictogramas pintados por los mayores desde el selvático San José del Guaviare para esta obra y un recorrido inmersivo en la cultura Nükak para explicar la otra cara de este clásico de la literatura hispanoamericana. La traducción inédita, además, hace parte de la iniciativa La Vorágine Expandida, con la que el Ministerio de las Culturas, los Artes y los Saberes celebra el centenario.
La novela de José Eustasio Rivera es reconocida, entre otras cosas, por haber denunciado el genocidio, la esclavitud y el desplazamiento de varios pueblos indígenas de la selva amazónica por parte de la peruana Casa Arana ―que se menciona en el libro y que sí existió― en su ambición por extraer el caucho para exportarlo a Estados Unidos y Europa. Aunque la novela cita comunidades indígenas como los Sikuani (antes conocidos como Guahibos), no hay una mención explícita de los Nükak. A la fecha, no está claro si fueron afectados directamente por la explotación cauchera. De acuerdo con el proyecto de Mapa Teatro, antropólogos e historiadores han sugerido que este pueblo se pudo haber desplazado por cuenta de la cauchería, algo que descarta la antropóloga y profesora de la sede Amazonas de la Universidad Nacional de Colombia, Dany Mahecha. “No creo que haya sucedido porque se ha visto que su lengua estuvo aislada más de un siglo y por cómo ellos asumieron el primer contacto oficial [en 1988], con toda la deficiencia inmunológica [que mató al 40% de la población por enfermedades]. Sí es probable que hayan vinculado a gente que estuvo en la cauchería y que se unió a posteriori. Fue como un grupo de gente que se encerró”, describe la académica, que desde 1991 investiga a ese grupo y es una de las autoridades en el tema.
“Lo que me pareció interesante de este trabajo”, reconoce Mahecha, “es que la vorágine persiste y eso hay que contarlo. Las condiciones en que están hoy muchos de los nükak son similares [a las que describió Rivera], han vivido maltrato y abuso”. Los nükak estuvieron totalmente aislados hasta los años 60, cuando tuvieron unos primeros contactos con colonos. El primer contacto oficial se dio en 1988, cuando un grupo de nativos llegó al municipio de Calamar (Guaviare) buscando ayuda médica. Tras ese primer encuentro, un 40% del grupo falleció por enfermedades que contrajeron y para las que su sistema inmune no estaba preparado. Desde los años noventa, Mahecha y otros antropólogos han documentado todo sobre una comunidad que fascinó a Colombia y al mundo por su estética y por ser un secreto que la selva había guardado con recelo.
Pero en esa historia también han quedado registrados los horrores que han vivido los nómadas desde su primer contacto: el desplazamiento que sufrieron por cuenta de la extinta guerrilla de las FARC (desmovilizada en 2016) y de los grupos paramilitares, o los impactos de los cultivos de palma africana y del procesamiento ilegal de la hoja de coca sobre su vida. De acuerdo con el censo nacional de 2018, para ese año solo había 744 personas que se reconocían como Nükak, una cifra que las investigaciones de Mahecha elevan a alrededor de 950 para esta fecha. La antropóloga calcula que un 30% de la población vive desplazada en asentamientos occidentales y el otro 70% aún resiste en sus territorios ancestrales del Guaviare, bajo la constante amenaza de la deforestación y el avance de la ganadería.
Ante este panorama, el laboratorio de artistas, activo desde 1986, decidió emprender un proyecto de traducción al Guayari muno y el Meo muno ―dos de las variaciones dialectales de esta comunidad― de las páginas en las que, consideran, Rivera alude a ellos. “La lectura en Nükak de La Vorágine en voz alta es una forma de que ellos se nombren”, dice Heidi Abderhdalen (Bogotá, 62 años), hermana de Rolf y la cofundadora de Mapa Teatro. “Nos pareció importante hablar de esa no-presencia 100 años después, cuando la misma comunidad Nükak sigue siendo desplazada ya no por la explotación cauchera, sino por las guerrillas y los colonos instalados en sus territorios”, añade Rolf. Aunque la misión de Mapa Teatro es puramente artística, aclaran que parte de la intención es volver a poner al país a conversar sobre un pueblo ignorado.
De momento, el grupo adelanta ensayos y unas primeras pruebas en una casa sobre la icónica carrera séptima de Bogotá, unas paredes que existían cuando nació La Vorágine. Se reúnen sobre el final de la tarde, para que la luz no se cuele por las ventanas y puedan quedar a oscuras con un enorme proyector construido con varillas de metal y una tela blanca. A luz de vela, en tres computadores portátiles la productora Ximena Vargas reproduce animaciones, mapas y videos de los nükak que grabaron en la vereda de Nuevo Tolima, donde se ven las famosas pinturas rupestres de San José del Guaviare. Juan Ernesto Díaz, diseñador de sonido, controla una consola con la que mezcla ruidos de la selva y las voces de los nükak, que apenas se perciben como un susurro, y se conjugan con la proyección de un mapa hecho por el propio Rivera, que marca la ruta que siguieron los protagonistas de la novela. “Ese lo sacamos de la Biblioteca Nacional”, cuenta Heidi, también en susurros.
La instalación hace parte de un ciclo artístico que Mapa Teatro inició en 2018 a partir de la curiosidad por las comunidades colombianas aisladas en el Amazonas por autodeterminación. De allí han salido creaciones como el montaje de teatro La Luna en el Amazonas, inspirada en las investigaciones del politólogo Roberto Franco sobre los pueblos aislados, y que se presentó en varios países europeos. El relato continúa en La Vorágine Más Allá, una instalación que puede recibir hasta a 40 personas por turnos de 45 minutos. Comienza con la historia de una lectora obsesionada con el mundo de las gentes que se aíslan voluntariamente que viaja, a través de un sueño, por la página 106 de la novela y tiene un contacto con los Nükak. Es en medio de su búsqueda que ocurre la lectura de los fragmentos y la inmersión en la selva —y en un relato que lleva un siglo silenciado―. “Pusimos en primer plano lo que estaba en segundo plano en La Vorágine. Veremos lo que no se vio, en una especie de teatro de sombras”, resume Heidi.
Los hermanos Abderhalden, la filósofa Adriana Urrea y la lingüista Sophía Sandoval han viajado en varias ocasiones a los cinco asentamientos en los que viven los últimos nükak, gracias a una alianza con el programa Amazonía Mía de USAID. Allí trabajaron con los indígenas para traducir los fragmentos, cuidando elementos propios de su lengua como los gestos, los sonidos y los conceptos que crean, en ocasiones, en lugar de las palabras. Para lograrlo, Mapa Teatro narraba, línea a línea, La Vorágine a los indígenas más jóvenes, que sabían algo de español. Luego, ellos lo contaban a la comunidad y a los mayores que, a su vez, se reunían a hablar sobre la lectura. Solo entonces se hacía la traducción.
A los hermanos Abderhalen aún les queda pendiente un viaje más a San José del Guaviare antes del estreno, para que los indígenas vean la obra de la que ellos también son autores. “Nos hemos aferrado a la lengua y queremos dar valor a esa forma de supervivencia de su cultura”, anota Rolf.
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La novela de José Eustasio Rivera es reconocida, entre otras cosas, por haber denunciado el genocidio, la esclavitud y el desplazamiento de varios pueblos indígenas de la selva amazónica por parte de la peruana Casa Arana ―que se menciona en el libro y que sí existió― en su ambición por extraer el caucho para exportarlo a Estados Unidos y Europa. Aunque la novela cita comunidades indígenas como los Sikuani (antes conocidos como Guahibos), no hay una mención explícita de los Nükak. A la fecha, no está claro si fueron afectados directamente por la explotación cauchera. De acuerdo con el proyecto de Mapa Teatro, antropólogos e historiadores han sugerido que este pueblo se pudo haber desplazado por cuenta de la cauchería, algo que descarta la antropóloga y profesora de la sede Amazonas de la Universidad Nacional de Colombia, Dany Mahecha. “No creo que haya sucedido porque se ha visto que su lengua estuvo aislada más de un siglo y por cómo ellos asumieron el primer contacto oficial [en 1988], con toda la deficiencia inmunológica [que mató al 40% de la población por enfermedades]. Sí es probable que hayan vinculado a gente que estuvo en la cauchería y que se unió a posteriori. Fue como un grupo de gente que se encerró”, describe la académica, que desde 1991 investiga a ese grupo y es una de las autoridades en el tema.
“Lo que me pareció interesante de este trabajo”, reconoce Mahecha, “es que la vorágine persiste y eso hay que contarlo. Las condiciones en que están hoy muchos de los nükak son similares [a las que describió Rivera], han vivido maltrato y abuso”. Los nükak estuvieron totalmente aislados hasta los años 60, cuando tuvieron unos primeros contactos con colonos. El primer contacto oficial se dio en 1988, cuando un grupo de nativos llegó al municipio de Calamar (Guaviare) buscando ayuda médica. Tras ese primer encuentro, un 40% del grupo falleció por enfermedades que contrajeron y para las que su sistema inmune no estaba preparado. Desde los años noventa, Mahecha y otros antropólogos han documentado todo sobre una comunidad que fascinó a Colombia y al mundo por su estética y por ser un secreto que la selva había guardado con recelo.
Pero en esa historia también han quedado registrados los horrores que han vivido los nómadas desde su primer contacto: el desplazamiento que sufrieron por cuenta de la extinta guerrilla de las FARC (desmovilizada en 2016) y de los grupos paramilitares, o los impactos de los cultivos de palma africana y del procesamiento ilegal de la hoja de coca sobre su vida. De acuerdo con el censo nacional de 2018, para ese año solo había 744 personas que se reconocían como Nükak, una cifra que las investigaciones de Mahecha elevan a alrededor de 950 para esta fecha. La antropóloga calcula que un 30% de la población vive desplazada en asentamientos occidentales y el otro 70% aún resiste en sus territorios ancestrales del Guaviare, bajo la constante amenaza de la deforestación y el avance de la ganadería.
Ante este panorama, el laboratorio de artistas, activo desde 1986, decidió emprender un proyecto de traducción al Guayari muno y el Meo muno ―dos de las variaciones dialectales de esta comunidad― de las páginas en las que, consideran, Rivera alude a ellos. “La lectura en Nükak de La Vorágine en voz alta es una forma de que ellos se nombren”, dice Heidi Abderhdalen (Bogotá, 62 años), hermana de Rolf y la cofundadora de Mapa Teatro. “Nos pareció importante hablar de esa no-presencia 100 años después, cuando la misma comunidad Nükak sigue siendo desplazada ya no por la explotación cauchera, sino por las guerrillas y los colonos instalados en sus territorios”, añade Rolf. Aunque la misión de Mapa Teatro es puramente artística, aclaran que parte de la intención es volver a poner al país a conversar sobre un pueblo ignorado.
De momento, el grupo adelanta ensayos y unas primeras pruebas en una casa sobre la icónica carrera séptima de Bogotá, unas paredes que existían cuando nació La Vorágine. Se reúnen sobre el final de la tarde, para que la luz no se cuele por las ventanas y puedan quedar a oscuras con un enorme proyector construido con varillas de metal y una tela blanca. A luz de vela, en tres computadores portátiles la productora Ximena Vargas reproduce animaciones, mapas y videos de los nükak que grabaron en la vereda de Nuevo Tolima, donde se ven las famosas pinturas rupestres de San José del Guaviare. Juan Ernesto Díaz, diseñador de sonido, controla una consola con la que mezcla ruidos de la selva y las voces de los nükak, que apenas se perciben como un susurro, y se conjugan con la proyección de un mapa hecho por el propio Rivera, que marca la ruta que siguieron los protagonistas de la novela. “Ese lo sacamos de la Biblioteca Nacional”, cuenta Heidi, también en susurros.
La instalación hace parte de un ciclo artístico que Mapa Teatro inició en 2018 a partir de la curiosidad por las comunidades colombianas aisladas en el Amazonas por autodeterminación. De allí han salido creaciones como el montaje de teatro La Luna en el Amazonas, inspirada en las investigaciones del politólogo Roberto Franco sobre los pueblos aislados, y que se presentó en varios países europeos. El relato continúa en La Vorágine Más Allá, una instalación que puede recibir hasta a 40 personas por turnos de 45 minutos. Comienza con la historia de una lectora obsesionada con el mundo de las gentes que se aíslan voluntariamente que viaja, a través de un sueño, por la página 106 de la novela y tiene un contacto con los Nükak. Es en medio de su búsqueda que ocurre la lectura de los fragmentos y la inmersión en la selva —y en un relato que lleva un siglo silenciado―. “Pusimos en primer plano lo que estaba en segundo plano en La Vorágine. Veremos lo que no se vio, en una especie de teatro de sombras”, resume Heidi.
Los hermanos Abderhalden, la filósofa Adriana Urrea y la lingüista Sophía Sandoval han viajado en varias ocasiones a los cinco asentamientos en los que viven los últimos nükak, gracias a una alianza con el programa Amazonía Mía de USAID. Allí trabajaron con los indígenas para traducir los fragmentos, cuidando elementos propios de su lengua como los gestos, los sonidos y los conceptos que crean, en ocasiones, en lugar de las palabras. Para lograrlo, Mapa Teatro narraba, línea a línea, La Vorágine a los indígenas más jóvenes, que sabían algo de español. Luego, ellos lo contaban a la comunidad y a los mayores que, a su vez, se reunían a hablar sobre la lectura. Solo entonces se hacía la traducción.
A los hermanos Abderhalen aún les queda pendiente un viaje más a San José del Guaviare antes del estreno, para que los indígenas vean la obra de la que ellos también son autores. “Nos hemos aferrado a la lengua y queremos dar valor a esa forma de supervivencia de su cultura”, anota Rolf.
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‘La Vorágine’ se traduce al nükak para recordar la violencia contra uno de los últimos pueblos nómadas indígenas
El laboratorio artístico Mapa Teatro, con cerca de 40 años de trayectoria, se une a la celebración del centenario de una de las novelas más importantes de la literatura colombiana
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