‘La virgen roja’: Paula Ortiz retrata con poderío a la madre y la hija más fascinantes de la historia española

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27 Sep 2024
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Hasta que no venga alguien a desvelar un testimonio mejor, Aurora Rodríguez Carballeira y su hija Hildegart son los dos seres humanos más fascinantes de la historia española del siglo XX. El adjetivo fascinante lo envuelve todo. Y todo quiere decir muchas cosas. Porque lo que hizo la madre con la hija (y el verbo hacer encierra aquí otros muchos: procrear, educar, moldear, enseñar, mostrar, convencer, obligar, recluir y hasta matar) compete a tantos temas de importancia que el relato de sus vidas resulta incluso inabarcable. La primera vez que lo escuchas, no das crédito. Las siguientes, te envuelve siempre una sensación de inasumible perplejidad. En los primeros años del siglo XX, una mujer gallega engendró a su hija como un plan preconcebido, como un experimento científico con un objetivo único y trascendental: que esta fuera la mujer del futuro, la primera verdaderamente libre de la historia, una superdotada, una feminista de vanguardia con vocación pública. Lo más increíble no es que intentara tamaña quimera en un mundo como aquel: es que lo logró. La intelectual Hildegart era una figura internacional a los 16 años. Hasta que todo se torció.

Ahora bien, qué difícil es contar bien en dos horas toda esta historia: en lo artístico, en lo social, en lo político, en lo moral, en lo sexual. Las mejores historias reales no siempre acaban conformando las grandes películas. La virgen roja, quinto largometraje de Paula Ortiz, sin embargo, alcanza un nivel de excelencia. Con guion de Clara Roquet y Eduard Solà, la directora de La novia y Teresa ha compuesto una obra a la altura de la sugestión que ejercen Hildegart y Aurora. La misma que sintieron otros artistas en novela, ensayo, teatro y cine; nombres tan relevantes como Eduardo de Guzmán, Rafael Azcona, Fernando Fernán Gómez, Fernando Arrabal, Almudena Grandes, Carme Portaceli y Carmen Domingo.

Najwa Nimri y Alba Planas, de negro, en 'La virgen roja'.

Ortiz arma su película sobre una base: el fanatismo. Las ideas radicales que superan cualquier racionalidad. Ese momento en que los extremismos se tocan. El contrasentido máximo de la búsqueda de la libertad más absoluta a través de la pura obligación. Y envuelven esa esencia en una época de la historia española casi tan compleja como la cabeza de Aurora, de ideas eugenésicas, y el corazón de Hildegart, a la que su poderosa inteligencia, y también la práctica de la vida que no había podido experimentar, le llevó a querer cortar lazos con su madre. O cómo el amor y el sexo (aquí se apuesta por lo primero, a diferencia de Mi hija Hildegart, la película de Fernán Gómez), además de la identidad propia, forman parte de nuestras vidas, de nuestro raciocinio y nuestro más profundo interior. Para Aurora, Hildegart era su creación, su “escultura de carne”, y Ortiz recoge la frase en una simbólica imagen que ejerce de hilo conductor: una estatua que se resquebraja hasta su destrucción. Todo ello, en medio de la pobreza de la sociedad, del avance del socialismo, de las contiendas anarquistas y, sobre todo, de la lucha por los derechos de la mujer.

Con producción de María Zamora (Alcarràs, O corno, Creatura…), la película es artísticamente impecable en todos sus apartados: la fotografía de Pedro J. Márquez; la música de Guille Galván y Juanma Latorre, de Vetusta Morla, en modo instrumental; la hermosa canción final de Maria Arnal; el vestuario y la dirección artística. Najwa Nimri, siempre tan alternativa con su voz, sus gestos y esa mirada entre el arrojo y la turbiedad, es una espléndida Aurora. La joven Alba Planas aporta una singular dulzura al personaje de Hildegart. Y los formidables Aixa Villagrán y Patrick Criado, con dos roles preciosos, contrarrestan con aire terrenal y de calle la excepcionalidad de las protagonistas.

Dos impresionantes planos, uno en la puerta del Congreso, otro en la calle Alcalá, conforman lo que supone la suma de una gran producción y una elegante puesta en escena como espejo de una época seductora. La dirección de Ortiz, que en la excelente Al otro lado del río y entre los árboles se había desecho de ciertos manierismos vacuos de La novia y Teresa, es a un tiempo delicada y poderosa. Capaz de reflejar con arrebato y criterio el interior de dos mujeres apasionantes en un tiempo tumultuoso y, sobre todo para la mujer, de atroces injusticias.

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