patricia32
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En una mesa se han sentado dos señores muy sabios, siglo y medio de experiencia y reflexión. Entre ambos suman un conocimiento colosal, datos, discusiones y matices sobre grandes cuestiones de la historia continental, la vida de los antiguos, de aquellos que vivían en lo que hoy se llama América, antes del desembarco español. De un lado, el peruano Luis Millones, uno de los antropólogos más reconocidos del cono sur. Millones ha analizado la vida de los incas, como los niños estudian a las hormigas, con devoción y desenfado. Del otro, el mexicano Eduardo Matos, una eminencia de la arqueología mesoamericana, responsable del rescate de los restos de la vieja capital azteca, de las entrañas de la moderna Ciudad de México.
Millones y Matos se han reunido estos días en Guadalajara, cosa de la Feria Internacional del Libro, para presentar su último libro juntos, Moctezuma y Atahualpa. Vida, pasión y muerte de dos gobernantes, un estudio comparado de la vida de los últimos grandes jerarcas precolombinos. “Ya habíamos hecho un libro previo, Mexicas e Incas”, dice Matos, “motivado por ese interés de conocer, de comparar las dos grandes civilizaciones que se habían dado en América. Y este libro en particular… Resulta que fuimos a una comida de una investigadora peruana que radica en México. Y le dije a Lucho, ‘oye, ¿cómo ves que escribamos sobre Moctezuma y Atahualpa? Eso fue hace tres o cuatro años. Y, entonces, pues, ¡a darle!”.
Le dieron, claro. Y acabaron forjando un texto riguroso, lúcido, y a la vez amable con el lector, alejado de las mordazas estilísticas de la academia, escondite de grandes ideas pendientes de germinar. No hay novedades sobre los personajes, Atahualpa y Moctezuma. Mucho de lo que se lee se sabía. Pero importa, y mucho, el esfuerzo de contraste de los autores, de imponer el uno al otro, el inca al mexica y viceversa, entender quiénes fueron, cómo llegaron a liderar sus imperios y cómo actuaron en situaciones que solo los dos debieron enfrentar. En las manos tuvieron el mundo de los suyos, el Tahuantinsuyo inca y el Tenochtitlan mexica. De las manos se les fue, una experiencia única, irrepetible, que ahora queda fijada en las 200 páginas del libro.
Fueron vidas distintas, las de Atahualpa y Moctezuma. El primero enfrentó la conquista casi sin darse cuenta, cuando aún lavaba sus manos de sangre, de la guerra de sucesión que había librado contra su hermano, Huascar. Apenas pudo disfrutar de su victoria sobre los vastos terrenos del viejo imperio andino, cuando llegaron los europeos. En cambio, Moctezuma había reinado en Tenochtitlan por más de 15 años, tiempo de esplendor en el imperio mexica, que derramaba su poder desde el lago de Texcoco hacia los océanos Pacífico y Atlántico. Es una gran diferencia entre ambos, una de las más evidentes.
“El problema [para los incas] era la excesiva extensión del Tahuantinsuyo”, explica Millones. Se trataba de un territorio que incorporaba lo que hoy es Ecuador y Perú, además de partes de Bolivia, Chile, Argentina... “Había que buscar una fórmula para gobernar eso, porque por supuesto había rebeliones por todas partes”, añade. “Los incas habían logrado establecer un cierto orden imperial, un idioma. Y Huayna Capac [padre de Huascar y Atahualpa] propuso entonces partir el imperio, en la frontera de lo que hoy sería Perú y Ecuador. Un hijo gobierna uno, y el otro que se quede con el otro. Pero luego, antes de morir, a Huayna Capac, que estaba enfermo, le preguntan varias veces por la sucesión, y dice un nombre y otro. No resuelve nada”, continúa.
La guerra se dio. “El establecimiento de una fórmula que permitiera convivir a los dos ambiciosos hermanos no funcionó”, sigue Millones. “Y las noblezas que acompañan a cada uno tiene sus intereses… En el fondo, el crecimiento del imperio se debió a intereses personales”, reflexiona el experto. “No hubo una filosofía de la guerra o la muerte detrás. En cambio, en Tenochtitlan, Sahagún cuenta que de los jóvenes mexicas, cuando nacían, se decía, ‘has nacido aquí, pero morirás en el campo de batalla, donde debes. O bien matando a tus enemigos, o bien siendo sacrificado a los dioses’. En el imperio Incaico eran niños engreídos, ja, ja”, ríe Millones.
Matos es algo más cauto. “Bueno, en las dos sociedades el aspecto guerrero es importantísimo. Desde que nacía el mexica, si el niño era varón, la comadrona hacía todo un ritual, tomaban el cordón umbilical, hacía un bultito y se lo daba a un guerrero de la familia y lo iba a enterrar al campo de batalla, como una especia de liga mágica. Si era niña, no, se enterraba junto al fogón… Como he dicho en algunas conferencias, nada de women liberation”, bromea el arqueólogo. “Las diferencias entre uno y otro pueden ser muchas, pero también hay una serie de paralelismos muy importantes entre los dos personajes. Dentro de los líos familiares, el nombramiento del tlatoani revestía discusiones a ver a quién iban a elegir. En general, buscaban a alguien profundamente religioso, por el control ideológico, y un buen militar. Así eligieron a Moctezuma”.
El Sol, el culto al astro, enlaza ambos imperios. Millones escribe que “en el mundo mexica [el Sol] nace para cambiar un mundo que existía envuelto en tinieblas”. Y, luego, contrapone: “Los incas se consideran hijos del sol”. Matos reflexiona: “El Sol siempre ha sido fundamental en sociedades agrícolas, y ambas lo eran, además de militares. La principal deidad mexica, Huitzilopochtli, dirige a las fuerzas mexicas, pero es un dios solar, que nace día a día para combatir la oscuridad, la Luna, las tinieblas. En cierta forma, cuando moría el tlatoani, se consideraba que había muerto el Sol, y había que buscar otro”.
La discusión sobre los últimos gobernantes precolombinos llama a hablar de sus perseguidores, Hernán Cortés y Francisco Pizarro. “Hay una diferencia brutal. Cortés, con todos los juicios que le hicieron, mantiene una relación legal con España”, argumenta Millones. “El trato general con la Corona permite que el tránsito de la conquista al virreinato sea posible, sin mayores guerras. En el caso peruano, a Pizarro lo matan a los pocos días de haber conquistado. Los planes de Pizarro no existen, desaparece rápido de la escena. Mientras que Cortés ahí sigue por años. En Perú, costó hasta el quinto virrey, por los enfrentamientos entre los conquistadores y la Corona. Tan es así que el hermano de Pizarro se coronó por cuatro años como rey del Perú, rompiendo toda relación con España”, añade.
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Millones y Matos se han reunido estos días en Guadalajara, cosa de la Feria Internacional del Libro, para presentar su último libro juntos, Moctezuma y Atahualpa. Vida, pasión y muerte de dos gobernantes, un estudio comparado de la vida de los últimos grandes jerarcas precolombinos. “Ya habíamos hecho un libro previo, Mexicas e Incas”, dice Matos, “motivado por ese interés de conocer, de comparar las dos grandes civilizaciones que se habían dado en América. Y este libro en particular… Resulta que fuimos a una comida de una investigadora peruana que radica en México. Y le dije a Lucho, ‘oye, ¿cómo ves que escribamos sobre Moctezuma y Atahualpa? Eso fue hace tres o cuatro años. Y, entonces, pues, ¡a darle!”.
Le dieron, claro. Y acabaron forjando un texto riguroso, lúcido, y a la vez amable con el lector, alejado de las mordazas estilísticas de la academia, escondite de grandes ideas pendientes de germinar. No hay novedades sobre los personajes, Atahualpa y Moctezuma. Mucho de lo que se lee se sabía. Pero importa, y mucho, el esfuerzo de contraste de los autores, de imponer el uno al otro, el inca al mexica y viceversa, entender quiénes fueron, cómo llegaron a liderar sus imperios y cómo actuaron en situaciones que solo los dos debieron enfrentar. En las manos tuvieron el mundo de los suyos, el Tahuantinsuyo inca y el Tenochtitlan mexica. De las manos se les fue, una experiencia única, irrepetible, que ahora queda fijada en las 200 páginas del libro.
Fueron vidas distintas, las de Atahualpa y Moctezuma. El primero enfrentó la conquista casi sin darse cuenta, cuando aún lavaba sus manos de sangre, de la guerra de sucesión que había librado contra su hermano, Huascar. Apenas pudo disfrutar de su victoria sobre los vastos terrenos del viejo imperio andino, cuando llegaron los europeos. En cambio, Moctezuma había reinado en Tenochtitlan por más de 15 años, tiempo de esplendor en el imperio mexica, que derramaba su poder desde el lago de Texcoco hacia los océanos Pacífico y Atlántico. Es una gran diferencia entre ambos, una de las más evidentes.
“El problema [para los incas] era la excesiva extensión del Tahuantinsuyo”, explica Millones. Se trataba de un territorio que incorporaba lo que hoy es Ecuador y Perú, además de partes de Bolivia, Chile, Argentina... “Había que buscar una fórmula para gobernar eso, porque por supuesto había rebeliones por todas partes”, añade. “Los incas habían logrado establecer un cierto orden imperial, un idioma. Y Huayna Capac [padre de Huascar y Atahualpa] propuso entonces partir el imperio, en la frontera de lo que hoy sería Perú y Ecuador. Un hijo gobierna uno, y el otro que se quede con el otro. Pero luego, antes de morir, a Huayna Capac, que estaba enfermo, le preguntan varias veces por la sucesión, y dice un nombre y otro. No resuelve nada”, continúa.
La guerra se dio. “El establecimiento de una fórmula que permitiera convivir a los dos ambiciosos hermanos no funcionó”, sigue Millones. “Y las noblezas que acompañan a cada uno tiene sus intereses… En el fondo, el crecimiento del imperio se debió a intereses personales”, reflexiona el experto. “No hubo una filosofía de la guerra o la muerte detrás. En cambio, en Tenochtitlan, Sahagún cuenta que de los jóvenes mexicas, cuando nacían, se decía, ‘has nacido aquí, pero morirás en el campo de batalla, donde debes. O bien matando a tus enemigos, o bien siendo sacrificado a los dioses’. En el imperio Incaico eran niños engreídos, ja, ja”, ríe Millones.
Matos es algo más cauto. “Bueno, en las dos sociedades el aspecto guerrero es importantísimo. Desde que nacía el mexica, si el niño era varón, la comadrona hacía todo un ritual, tomaban el cordón umbilical, hacía un bultito y se lo daba a un guerrero de la familia y lo iba a enterrar al campo de batalla, como una especia de liga mágica. Si era niña, no, se enterraba junto al fogón… Como he dicho en algunas conferencias, nada de women liberation”, bromea el arqueólogo. “Las diferencias entre uno y otro pueden ser muchas, pero también hay una serie de paralelismos muy importantes entre los dos personajes. Dentro de los líos familiares, el nombramiento del tlatoani revestía discusiones a ver a quién iban a elegir. En general, buscaban a alguien profundamente religioso, por el control ideológico, y un buen militar. Así eligieron a Moctezuma”.
El Sol, el culto al astro, enlaza ambos imperios. Millones escribe que “en el mundo mexica [el Sol] nace para cambiar un mundo que existía envuelto en tinieblas”. Y, luego, contrapone: “Los incas se consideran hijos del sol”. Matos reflexiona: “El Sol siempre ha sido fundamental en sociedades agrícolas, y ambas lo eran, además de militares. La principal deidad mexica, Huitzilopochtli, dirige a las fuerzas mexicas, pero es un dios solar, que nace día a día para combatir la oscuridad, la Luna, las tinieblas. En cierta forma, cuando moría el tlatoani, se consideraba que había muerto el Sol, y había que buscar otro”.
La discusión sobre los últimos gobernantes precolombinos llama a hablar de sus perseguidores, Hernán Cortés y Francisco Pizarro. “Hay una diferencia brutal. Cortés, con todos los juicios que le hicieron, mantiene una relación legal con España”, argumenta Millones. “El trato general con la Corona permite que el tránsito de la conquista al virreinato sea posible, sin mayores guerras. En el caso peruano, a Pizarro lo matan a los pocos días de haber conquistado. Los planes de Pizarro no existen, desaparece rápido de la escena. Mientras que Cortés ahí sigue por años. En Perú, costó hasta el quinto virrey, por los enfrentamientos entre los conquistadores y la Corona. Tan es así que el hermano de Pizarro se coronó por cuatro años como rey del Perú, rompiendo toda relación con España”, añade.
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