La victimización del culpable

orlando.gaylord

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Una de las mentiras piadosas de la que el hombre actual ha logrado convencerse es que está escindido en dos: lo que quiere ser y no puede, porque el contexto social se lo impide; y lo que no quiere ser pero en la práctica es, arrastrado por fuerzas ante las que no es capaz de resistirse. Sin embargo, esta escisión es una falsedad, una mera estratagema de auto-justificación. No hay separación alguna, ni personalidad que se mantenga esclava de las circunstancias. Basta de pretextos: lo que hacemos es lo que somos. Entre el personaje y la persona no hay ruptura, sino equivalencia con matices. Y entre el contexto social, la ideología y la persona puede haber tensiones, pero no justifican que el Dr. Jeckyll se convierta en Mr. Hyde. Lo contrario es fatalismo. Chesterton ironizaba sobre ese hombre moralmente irresponsable, al que no se le pueden pedir cuentas de nada, que nunca es pecador, porque su pecado está repartido por el mundo. Divertido, el genio inglés decía que, si no podemos echarle la culpa de nada a nadie, tampoco podemos agradecerle a alguien que nos pase el bote de mostaza. Porque si el causante del daño es universal, también lo es el autor de cualquier favor. Y esa es otra de las mentiras beatonas de nuestros días: la socialización de todas las responsabilidades, que nos convierte en mártires de nuestra propia culpa. La victimización es la gran rúbrica de nuestros tiempos. Nadie es culpable del todo y nadie es inocente del todo. Del maniqueísmo de buenos y malos, hemos pasado al café con leche para todos. Y si la primera lógica era perversa, la segunda es aún peor, no porque sea injusta, que también, sino porque deprime la fuerza de la voluntad, que es la mayor de las fuerzas humanas. «Nadie conoce a nadie, no tan a fondo», decía Tom Reagan en Muerte entre las flores, negando la posibilidad de distinguir las motivaciones personales. Puede ser. Cabe siempre la duda sobre las intenciones, pero no sobre las obras, que son ciertas. Por tanto, sí es posible depurar las responsabilidades y sobre todo las nuestras. Quizás no lleguemos nunca a entendernos bien del todo. Pero sí somos capaces de reconocer el bien y el mal, y optar por uno o por otro, porque no estamos condenados a ningún destino inevitable. Para esto no necesitamos empoderarnos, porque ya nacemos empoderados. No hay estructura social, ni máscara (política o la que sea) ni forma de vida (neoliberal o la que sea), que me impida ser yo y actuar de forma coherente con mis ideas. Todos fallamos, eso es indudable, y nadie está libre de contradicciones. Pero la única forma real de salir del error, es reconocerlo y hacerlo propio, sin externalizar la falta. Encantado de conocerse, quien se victimiza y socializa la culpa, proclama una responsabilidad de pacotilla, de la que no sigue ninguna contrición real ni deseo de cambiar. Una nueva democratización más que hay que reconocerle a la izquierda radical: la de la miseria moral, de la que el culpable se siente víctima social.

 

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