eryan
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Tercermundismo a la vuelta de la esquina. Estampas sobrecogedoras que derrotan nuestro primer mundo de 'chaise longue', plasma rutilante, plataformas a tutiplén ofreciendo su sobredosis de teleseries y freidora de aire o no sé qué para despojar de molesta grasa los alimentos. Pero, frente al anquilosamiento de los de arriba, frente a su exasperante lentitud, los de abajo, o sea la gente, reacciona, afronta la tragedia y embarra sus pies. La gente, la genuina gente buena, no era esa masa borreguil que hubiesen deseado los sermoneadores de saldo de la nueva política. Hablaban de la gente porque necesitaban los votos que nacían de su dolor. El dolor sigue y seguirá presente , pero la gente se organiza gracias a líderes naturales que miran el desastre de frente demostrando una rapidez de reflejos admirable.Conozco casos de veinteañeros que, por mero instinto, compraron víveres y agua, montaron sobre motos, coches o furgonetas y marcharon hacia residencias de ancianos o barrios donde ninguna autoridad acudió pasadas casi 48 horas. Vadearon arroyos, sortearon caminos destripados y fueron los primeros en llegar. Describen un panorama terrorífico. Han chocado contra escenas propias de Haití tras un terremoto. Filas de personas que, por su cuenta, se desplazan cargadas como mulas para aliviar las carencias de los que sufren. Gente de verdad, gente de una pieza, gente que vindica lo mejor de la condición humana. Sin embargo, brotan saqueos por parte de los desalmados que aprovechan para desvalijar joyerías o tiendas de artículos deportivos. Incluso se ha detectado la abyecta presencia de infame gentuza que hunde el hocico en los coches abandonados para intentar robar los restos del naufragio. Cuando por desgracia compruebo que esto sucede en mi país, en mi ciudad, de repente transformado en peligrosa jungla bananera, la indignación me enciende. No podemos permitir que los carroñeros saquen provecho del horror . Si es preciso, apliquemos contra ellos el poder terapéutico del bate de béisbol de Ray Donovan.
Ramón Palomar: La verdadera gente
Vadearon arroyos, sortearon caminos destripados y fueron los primeros en llegar
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