La tumba más bella y polémica del sur de África: en la colina donde descansa el supremacista Cecil Rhodes

bernier.shayne

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No sé si habrá vida después de la muerte. Lo que sí sé es que, de haberla, me gustaría pasar ese tránsito hacia la eternidad en un lugar bonito, aireado y con buenas vistas. Un capricho caro, pero que te puedes permitir si eres un magnate minero, uno de los hombres más ricos del mundo, primer ministro de la Colonia del Cabo, fundador de la compañía de diamantes De Beers y con suficiente dinero como para comprarte un país al que, además, le pones tu nombre: Rhodesia. Este currículo pertenece a Cecil John Rhodes, uno de los personajes clave del imperialismo británico en África, que hizo y deshizo a su antojo en los territorios bajo dominio de Gran Bretaña al sur del continente a finales del siglo XIX y que, a su temprana muerte en 1902 a los 49 años, dejó escrito que no quería que lo enterraran en ningún panteón de ilustres de Londres sino en uno de los lugares más bellos de “su” Rhodesia, la actual Zimbabue: el parque nacional Matobo.

Matobo es un espacio natural al suroeste de Zimbabue de unos 425 kilómetros cuadrados formado por cerros testigo de granito y rocas en equilibrio, a unos 35 kilómetros de la ciudad de Bulawayo. Para los no iniciados en geología, cerros testigo y rocas equilibradas son islas de granito que surgieron del fondo de la tierra hace unos 2.000 millones de años en las que la erosión de los materiales más débiles dejó grandes bolas de granito, unas encima de otras, como si un caprichoso las hubiera puesto así, en plan funambulista. Ni la imaginación del más desquiciado paisajista hubiera ideado una escenografía similar.

Rhodes eligió para su sepultura uno de esos monumentos naturales formados por grandes domos de granito, posiblemente el conjunto más bello y espectacular de todo el parque nacional. La tumba está en lo alto de una gran colina granítica redondeada y asilada, sobre la que quedaron varadas una docena de enormes bolas del mismo material. Un paisaje irreal. En su epitafio, una frase de lo más sencilla: “Here lies the remains of Cecil John Rhodes” (aquí yacen los restos de Cecil John Rhodes). Una escenografía minimalista para el hombre que ideó y completó, a medias, la obra de ingeniería más compleja de África: un ferrocarril que unía El Cairo con Ciudad del Cabo a través de todas las colonias británicas del este del continente.

El túmulo de Rhodes es hoy uno de los lugares de visita obligada en este parque nacional, el más antiguo del país (fue creado en 1926) y patrimonio mundial de la Unesco desde 2003. Una indolente pareja de funcionarios cobra 10 dólares por la entrada, pero merece la pena pagarlos y subir los 10 minutos que lleva el ascenso a la cima para observar la vista desde la colina y disfrutar ese paisaje tan especial que es Matobo, una extensión de colinas que se pierde en el horizonte con más de 200 especies vegetales, sobre todo de acacias, y una buena representación de la fauna africana, de rinocerontes a antílopes sable pasando por jirafas y cebras. Al amanecer y al atardecer, los destellos anaranjados se mezclan con las nubes que evolucionan en el horizonte para crear un escenario de ensueño.

Un cuadro de Cecil Rhodes en el que se le ve hablando con miembros de la tribu ndebele en las colinas de Matobo.

Además de Rhodes, en la colina está enterrado su hombre de confianza, Leander Starr Jameson, y los 34 de patrulla del río Shangani, una unidad de la Compañía Británica de Sudáfrica, ejército privado dirigido entre otros por Rhodes, que fue emboscada y masacrada en 1893 por unos 3.000 guerreros matabeles a orillas del río homónimo durante las campañas británicas por hacerse con los territorios de los ndebeles.

Aunque la mayoría de parejas de novios zimbabuenses que suben hasta el memorial de Rhodes para hacerse selfis no saben ni quién fue este personaje, existe un movimiento en Zimbabue a favor de que se saquen sus restos de allí. Rhodes, además de todo lo expuesto anteriormente, fue un despiadado supremacista blanco de libro. Como primer ministro de la Colonia del Cabo (embrión de la actual Sudáfrica) promulgó leyes para expropiar tierras a los africanos y para impedirles el voto en las elecciones. Como empresario, se hizo con tierras de tribus locales por las buenas o por las malas y usó a la población local como mano de obra barata y semiesclava en sus minas. Consideraba a la gente blanca como “la primera raza del mundo” y no se cortaba al mantener que “cuanto más mundo habitemos [los blancos], mejor será para la raza humana”.

Varios viajeros visitan la tumba de Cecil Rhodes, en Zimbabue.

Con semejante pedigrí, no es de extrañar que surgiera un movimiento, autodenominado Rhodes Must Fall (Rhodes debe caer), que propugna el derribo y la desaparición de los monumentos que ensalzan su figura. Entre ellos, esta tumba de Matobo, enclavada, según ellos, en una colina sagrada para los aborígenes ndebeles y que Rhodes escogió no solo por su belleza, sino por el significado de humillación sobre la cultura local que significaba su presencia allí in aeternum.

Lo cierto es que ni el anterior presidente-dictador de Zimbabue, Robert Mugabe, ardiente nacionalista que gobernó el país durante casi cuatro décadas y expulsó a buena parte de la población blanca, hizo nada por sacar de ahí al supremacista Rhodes, ni el actual gobierno, del mismo partido, piensa hacer nada. Los defensores de que la tumba no se toque alegan que atrae mucho turismo y genera riqueza para la depauperada población local.

Lo cierto, a mi entender, es que a la mayoría de quienes subimos hasta allí nos importa poco de quién sean los huesos de la sepultura, o si los hay o no los hay. Esa colina de Matobo es uno de los lugares más especiales del país, un lugar con una magia especial, que seguirá teniendo si algún día deja de estar ahí Rhodes, al que merece subir para disfrutar de un África casi desconocida.

A mí me recuerda a la escena final de Memorias de África: “Hoy me ha llegado el correo y un amigo me ha escrito lo siguiente: los masáis han informado al comisario del distrito que muchas veces al alba y al crepúsculo han visto leones sobre la tumba de Denis. Un león y una leona permanece echados sobre la tumba durante largo tiempo. Supongo que aquella elevación constituye un lugar ideal para los leones, desde allí pueden observar toda la pradera y el ganado y la caza que hay sobre ella”. En Matobo no hay leones pero, de haberlos, seguro que elegirían también esa colina.



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