‘La sustancia’: Demi Moore sobresale en esta falsa provocación sobre la droga de la eterna juventud

Registrado
27 Sep 2024
Mensajes
50
La necesidad de sentirse adorada y el sueño de la eterna juventud. Dos aspiraciones, dos deseos: una sola droga. La inseguridad femenina inoculada en buena parte por una deplorable sociedad masculina. Coralie Fargeat, directora francesa especializada en cine de terror corporal (body horror), ha compuesto una brutal oda a la imposibilidad del sueño de Dorian Gray, de Fausto, del doctor Jekyll, de tantos otros que quisieron ser para siempre la mejor versión de sí mismos y acabaron en la ciénaga del ocaso, de la depravación y la demencia. La sustancia, su segunda película tras la prometedora Revenge (2017), puso patas arriba el festival de Cannes. No hay para tanto, en parte porque la sutileza no es la mejor de las virtudes de Fargeat, pero sobre todo porque los primeros 45 minutos parecen un remake encubierto de una obra maestra no demasiado conocida de John Frankenheimer: Plan diabólico (1966). Búsquenla, compárenlas, y luego decidan tras ver ambas.

En una historia en la que todos los hombres resultan tan patéticos como repugnantes, y que en el caso de Dennis Quaid es retratado con la imagen deformada de los cuadros de Lucian Freud, la protagonista interpretada de un modo sobresaliente por la casi olvidada Demi Moore (su elección no es baladí ni mucho menos), desdoblada más tarde en la joven Margaret Qualley, es una actriz con estrella en el paseo de la fama que muchos años antes llegó a ganar un premio Oscar, y que ahora no es más que una banal reina del fitness televisivo que se está haciendo demasiado vieja para una audiencia y unos jefes abyectos. Fargeat comienza su película con una serie de imágenes subrayadas que encontrarán continuidad a lo largo de todo el metraje, explotando en uno de los clímax en la literalidad de la expresión “tener las tetas caídas”. Para este crítico, esa primera hora de La sustancia no es buena porque fusila demasiadas cosas de Plan diabólico. Asunto distinto es la hora final.

Las dos protagonistas de 'La sustancia' en una imagen de la película: Margaret Qualley, su versión joven en la ficción, y Demi Moore, en el cartel de la pared.

La pelea a muerte entre las dos protagonistas, que en realidad es una lucha con una misma de un único personaje pues son un solo ser, es el combate de cada mañana ante el espejo de demasiados seres humanos que lindan con la enfermedad mental (algunos hombres, pero sobre todo mujeres) y que, incapaces de entender nuestra naturaleza y ante las mortales exigencias de otra parte aún más enferma de nuestras sociedades, se disfrazan cada día de lo que no son, con métodos cada vez más arriesgados y aún sueñan con una imposible eterna juventud que, en no pocos casos, los acaba convirtiendo en los monstruos de la película. De hecho, esa lucha entre Moore y Qualley acaba precisamente delante del cristal del baño en el mejor momento de la violenta provocación de Fargeat. Sin palabras, porque el mejor cine, y aquí lo es, no las necesita.

La sustancia, sorprendente premio al mejor guion en Cannes, alcanza niveles cercanos a la excelencia cuanto más física es y cuando se deja de diálogos redundantes (son pocos, pero no son buenos). Y es en este último trecho cuando, pese a sus excesivos guiños, homenajes y copias, encuentra un poderío más trascendente en su mensaje, en su diatriba psicológica, en su sátira sociopolítica, en su imposibilidad de vuelta atrás.

Un tramo final con el que no conectarán los espectadores poco acostumbrados a este tipo de terror corporal repleto de desmembramientos, vísceras y gore sangriento y desmelenado, y en el que los cinéfilos encontrarán nuevas referencias de, entre otros títulos, los efectos especiales de arrastre de La cosa, las bandas sonoras de 2001: Una odisea del espacio y Vértigo (la esencia del renacimiento de la de Kubrick y de la mujer doble en la de Hitchcock) y hasta la venganza de Carrie en la fiesta del instituto, pero en el que paradójicamente acaba encontrando una autenticidad fascinante de corte metalingüístico. Al recoger multitud de semillas de otras obras más bellas, complejas y genuinas, y al añadirlas al rostro que es la imagen de su película, en una virtud que acaba siendo un defecto, o en un defecto que termina siendo virtud, Fargeat pretende componer la obra cinematográfica más joven y transgresora del universo. Sin embargo, solo es maquillaje. Eso sí, entérense de una vez, las chicas guapas no siempre sonríen. Ni tienen por qué hacerlo.

Seguir leyendo

 

Miembros conectados

No hay miembros conectados.
Atrás
Arriba