La sobredosis de opinión

Opal_Turcotte

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El síndrome del impostor me sobreviene estos días. Las ideas fáciles siempre han corrido más rápido que las complejas. No es nada nuevo. Pero, ahora, uno empieza a preguntarse cuánto sirve el esfuerzo de horas y horas en busca del matiz si aquello que termina visibilizándose es el prejuicio fácil. Venga del lado que venga, pues el show de los estereotipos es transversal. Cada ideología tiene los suyos, pero nos mantienen a todos entretenidos por igual.

Y, mientras tanto, nos creemos informados. Aunque solo estemos distraídos. Así vamos dejando de ser ciudadanos críticos para convertirnos en consumidores ansiosos. Un estado de ánimo que ha permitido que la verdad no importe. O eso parece. El cliente siempre lleva la razón y demanda confirmar sus anhelos.

Hasta hemos comprado el mantra de que cada uno tiene "su verdad". Como si no existieran hechos objetivos compartidos. Todo es percepción. También los documentales que van de rigurosos y terminan eligiendo caminos efectistas que quizá no fueron el único camino. Porque escogemos el reclamo de venta por delante del rigor periodístico.

Algo está fallando. Así solo somos más manipulables, claro. Incluso dudar en público se considera dar la turra por un exceso de opinión devaluada en 'zascas' breves, histriónicos y demagógicos. Lo que nos ha hecho desconfiar de los argumentos. Porque suelen ser más difíciles. Porque muchas veces nos llegan en un estado de indignación que nos pone a la defensiva. Porque queremos confirmar expectativas más que escuchar verdades. Porque estamos contagiados de más intensidad que serenidad.

Es difícil aislarse de tal caudal de ruido. Incluso es complicado no contaminarse. Los propios medios damos altavoz a cosas altamente minoritarias debido a que estamos más en los estruendos de X que en la realidad callejera. Lo primero basta con estar detrás de una pantalla, lo segundo requiere inversión y tiempo. Inversión y tiempo del que no disponemos en una era de la información elaborada al galope.

La sobredosis de opinión ha conseguido su objetivo: extasiarnos. Hablamos más que escuchamos. Y eso provoca que, a veces, uno se pregunte si merece el esfuerzo de horas y horas enfocando, a diario, artículos sobre comunicación y cultura audiovisual que intentan sostenerse más en el aporte de las perspectivas del tiempo que en la colisión de la ideología inmediata que inunda todo.

Pero, por supuesto, que merece el empeño. Tal vez porque siempre he pensado que el mejor texto no es el que busca convencer: es el que intenta descubrir, es aquel que abre debate y anima a la reflexión. El que te deja pensando, vamos. Alguna vez hasta lo conseguimos. Alguna vez hasta el algoritmo puede que se fije más en las ideas que en los likes, que se esfuman tan rápido como el corazón que aparece al dar doble clic en la pantalla de Instagram.

 

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