bradly39
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El silencio de la madrileña Plaza de Oriente en una fría mañana prenavideña se rompe por la alegría de las excursiones de niños. Sus gritos sobresaltan no porque acaban de descubrir el imponente Palacio Real, sino porque en el balcón de la ópera se han percatado de que está Ramón García, Cristinini, Wilbur y María Fernanda, la vaquilla de El Grand Prix.
La ilusión infantil alborota el histórico lugar y queda plasmado cómo la televisión sigue consiguiendo esa congregación social de las grandes audiencias. Todos conocen a la vaquilla, a Wilbur, a Cristinini y a Ramón García, todos celebran estar saludando a los personajes de su tele. Aunque están a varios metros de distancia.
Uno de los aciertos del retorno de El Grand Prix fue reinventar el papel de la vaquilla real, con un disfraz que atesora una poderosa expresividad. Por su diseño y por cómo lo da vida Miguel del Pozo, que mueve al muñeco con una travesura que escucha a su entorno hasta conquistar a aquel que se cruza en su camino. De Paula Vázquez a Antonio Resines. Porque La Vaquilla juega con imaginación.Es difícil resistirse a la complicidad que transmite un muñeco así. Por achuchable, quizá. Pero, sobre todo, porque nos desactiva corazas de la vida adulta.
Paula Vázquez, Ramón García, Antonio Resines y otros tantos rostros de la cultura audiovisual coincidieron en el Teatro Real porque allí se realiza la presentación de la extensa programación de Navidad de TVE. Es una tradición ya. Y este año El Grand Prix tendrá tres especiales de Navidad en los que una pista de hielo sustituirá a la piscina.
Y, mientras los niños gritan a los protagonistas de El Grand Prix que están en el balcón, mientras piden piruetas al elástico Wilbur, por abajo cruza la plaza David Broncano, que llega a la presentación en su patinete. Entonces, me percaté del superpoder que esconde el patinete: la invisibilidad. Es una de las personas más populares del momento y pasa desapercibido ante los ojos de la gente. No estamos acostumbrados a que las estrellas del prime time aterricen en actos oficiales en un escurridizo patín. Y sin gafas de sol.
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