meda12
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En una de las ocasiones en que Augusta Britt se dirigió como tenía por costumbre al Desert Inn, un motel de Tucson, Arizona, con intención de utilizar las duchas de la piscina, pues las de la casa de acogida para adolescentes donde estaba obligada a residir por orden judicial no eran un lugar seguro, se cruzó con un individuo cuyo rostro le resultaba familiar. No tardó en reconocerlo. Cada día veía su foto en la solapa del libro que estaba leyendo a la sazón, El guardián del vergel, la primera novela de Cormac McCarthy, entonces un escritor apenas conocido. Cuando regresó al día siguiente, llevaba consigo su ejemplar, confiando en volver a encontrarse con él, como efectivamente sucedió. Nada más verlo, lo abordó. El escritor reaccionó con recelo, pues la chica llevaba un revólver a la cintura. Según confesó en las cartas que le envió después, le pareció inmensamente atractiva. “¿Me vas a disparar?”, le preguntó. “Solo quiero que me firmes el libro”, contestó ella. Corría el año 1976. La lectora tenía 16 años y el escritor 42. McCarthy le preguntó por qué iba armada. “Por necesidad”, respondió ella. El novelista le pidió que le diera más detalles de su vida. Se inició así una relación que duraría casi medio siglo, hasta la muerte del autor a los 89 años. Ninguno de estos detalles es inventado, aunque se mantuvieron en secreto hasta que, siendo ya una mujer de 64 años, Augusta Britt sintió la necesidad de hacer pública la historia.
Lo que le hizo sacarla a la luz fue la lectura de una reseña de El pasajero y Stella Maris, el díptico novelístico publicado por McCarthy poco antes de morir en junio del año pasado, tras un silencio narrativo de casi dos décadas. Como en muchas de sus novelas anteriores, Britt se vio reflejada en sus páginas, solo que esta vez, desaparecido el escritor, sintió que algo se removió muy dentro de ella. Profundamente conmovida, colgó un comentario en el que se ofrecía a contarle al autor de la reseña, Vincenzo Barney, los detalles de una relación de la que nadie sabía nada. Viendo ante sí la oportunidad periodística de su vida, Barney aceptó inmediatamente y se trasladó a Arizona para trabajar a fondo en el perfil de Britt. Siguieron nueve meses de conversaciones a tumba abierta de las que recientemente se dio cuenta en un extenso reportaje de Vanity Fair que ha conmocionado al mundo literario estadounidense y amenaza con hacer añicos la reputación del autor de obras tan celebradas como Meridiano de sangre, No es país para viejos o La carretera.
Aunque se vieron con frecuencia, durante el primer año la relación no tuvo carácter sexual. De cuando en cuando, la adolescente iba de visita a su casa familiar. En una de esas ocasiones su padre, que era alcohólico, le propinó tal paliza que fue necesario ingresarla en un hospital. Cuando refirió el incidente al escritor la siguiente vez que se vieron, McCarthy, que estaba a punto de emprender un viaje a México, se alarmó y le propuso que fuera con él. “Si te quedas te van a matar. Conmigo estarás segura”, le dijo. La adolescente aceptó. Dio comienzo así una itinerancia de la pareja por ambos lados de la frontera con México.
Durante su ausencia, la madre de Augusta descubrió las cartas que el escritor había ido enviando a su hija y comprendió la naturaleza de su relación con él. Según Britt, McCarthy llegó a estar bajo el punto de mira del FBI, que sospechaba un posible caso de secuestro y abuso sexual de una menor. A fin de protegerse, el escritor falsificó la partida de nacimiento de su acompañante, haciéndola pasar por mayor de edad. Juntos, recorrieron lugares como Juárez, Chihuahua, Ciudad de México, Los Mochis y Baja California. Cuando iniciaron relaciones sexuales, ella tenía 17 años y él 43. Tras cumplir 18, la pareja vivió en distintos lugares de Texas. Al cabo de un par de años, la adolescente descubrió que su amante seguía casado con su segunda esposa y que tenía un hijo de la misma edad que ella. En 1981, McCarthy obtuvo una MacArthur, la codiciada “beca para genios” y Augusta regresó a Arizona. Aunque llevaron vidas separadas desde entonces, nunca perdieron el contacto. McCarthy le escribió numerosas cartas, que el reportaje de Vanity Fair cita extensamente. Muchas eran de carácter romántico y en ocasiones abiertamente eróticas.
Las revelaciones de Augusta Britt resultan particularmente demoledoras dado el carácter enigmático e inescrutable de McCarthy, que impuso a su alrededor un código de silencio que tanto los más cercanos a él como la opinión pública observaron siempre con el máximo respeto. Casado tres veces, la última con una mujer 32 años más joven que él, en dos ocasiones le propuso matrimonio a su joven amiga, pero en ambas él mismo se echó atrás.
El círculo de allegados a McCarthy, así como los biógrafos y estudiosos de su obra, sabían de su relación con Britt, a la que el autor había hecho alusión de manera más bien esporádica en cartas y conversaciones. Lo que no se conocía eran ciertos detalles, que solo ella podía aportar. Barney la caracteriza como una cowgirl de origen finlandés, experta en caballos y armas de fuego, destrezas que desde el primer momento despertaron vivamente el interés del escritor, que trasladó a la página muchos de sus rasgos, repartiéndolos entre personajes de distintas épocas, desde Suttree, novela semiautobiográfica en la que figura una historia de amor con una adolescente llamada Wanda, hasta la suicida protagonista de Stella Maris; pasando por Alejandra, la joven amante del protagonista de Todos los hermosos caballos; Magdalena, la prostituta epiléptica de Las ciudades de la llanura; o Carla, que contrae matrimonio con el sanguinario personaje central de No es país para viejos a los 16 años. Todas afrontan un final trágico, cosa que a Britt le costó encajar. “Me sentí violada”, le confesó a Barney, refiriéndose al robo de rasgos de su carácter, así como a la suerte que corrían siempre todos los personajes inspirados en ella.
En realidad, es lo único que le reprocha. En cuanto a la relación que mantuvieron, lo exonera de toda culpa. “Me salvó la vida”, afirma categóricamente. “Si lamento algo es que ahora no esté aquí para defenderse”. Lo que no se puede obviar es que en el núcleo duro de la historia se da lo que en términos legales se conoce como violación estatutaria, delito del que, en el caso de una relación sexual entre un adulto y un menor, el adulto es culpable aun cuando el menor consienta o incluso sea quien incite la relación. La cuestión que queda abierta es si lo que ha salido a la luz mermará la importancia del legado de un escritor de la inmensa talla literaria de Cormac McCarthy.
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Lo que le hizo sacarla a la luz fue la lectura de una reseña de El pasajero y Stella Maris, el díptico novelístico publicado por McCarthy poco antes de morir en junio del año pasado, tras un silencio narrativo de casi dos décadas. Como en muchas de sus novelas anteriores, Britt se vio reflejada en sus páginas, solo que esta vez, desaparecido el escritor, sintió que algo se removió muy dentro de ella. Profundamente conmovida, colgó un comentario en el que se ofrecía a contarle al autor de la reseña, Vincenzo Barney, los detalles de una relación de la que nadie sabía nada. Viendo ante sí la oportunidad periodística de su vida, Barney aceptó inmediatamente y se trasladó a Arizona para trabajar a fondo en el perfil de Britt. Siguieron nueve meses de conversaciones a tumba abierta de las que recientemente se dio cuenta en un extenso reportaje de Vanity Fair que ha conmocionado al mundo literario estadounidense y amenaza con hacer añicos la reputación del autor de obras tan celebradas como Meridiano de sangre, No es país para viejos o La carretera.
Aunque se vieron con frecuencia, durante el primer año la relación no tuvo carácter sexual. De cuando en cuando, la adolescente iba de visita a su casa familiar. En una de esas ocasiones su padre, que era alcohólico, le propinó tal paliza que fue necesario ingresarla en un hospital. Cuando refirió el incidente al escritor la siguiente vez que se vieron, McCarthy, que estaba a punto de emprender un viaje a México, se alarmó y le propuso que fuera con él. “Si te quedas te van a matar. Conmigo estarás segura”, le dijo. La adolescente aceptó. Dio comienzo así una itinerancia de la pareja por ambos lados de la frontera con México.
Durante su ausencia, la madre de Augusta descubrió las cartas que el escritor había ido enviando a su hija y comprendió la naturaleza de su relación con él. Según Britt, McCarthy llegó a estar bajo el punto de mira del FBI, que sospechaba un posible caso de secuestro y abuso sexual de una menor. A fin de protegerse, el escritor falsificó la partida de nacimiento de su acompañante, haciéndola pasar por mayor de edad. Juntos, recorrieron lugares como Juárez, Chihuahua, Ciudad de México, Los Mochis y Baja California. Cuando iniciaron relaciones sexuales, ella tenía 17 años y él 43. Tras cumplir 18, la pareja vivió en distintos lugares de Texas. Al cabo de un par de años, la adolescente descubrió que su amante seguía casado con su segunda esposa y que tenía un hijo de la misma edad que ella. En 1981, McCarthy obtuvo una MacArthur, la codiciada “beca para genios” y Augusta regresó a Arizona. Aunque llevaron vidas separadas desde entonces, nunca perdieron el contacto. McCarthy le escribió numerosas cartas, que el reportaje de Vanity Fair cita extensamente. Muchas eran de carácter romántico y en ocasiones abiertamente eróticas.
Las revelaciones de Augusta Britt resultan particularmente demoledoras dado el carácter enigmático e inescrutable de McCarthy, que impuso a su alrededor un código de silencio que tanto los más cercanos a él como la opinión pública observaron siempre con el máximo respeto. Casado tres veces, la última con una mujer 32 años más joven que él, en dos ocasiones le propuso matrimonio a su joven amiga, pero en ambas él mismo se echó atrás.
El círculo de allegados a McCarthy, así como los biógrafos y estudiosos de su obra, sabían de su relación con Britt, a la que el autor había hecho alusión de manera más bien esporádica en cartas y conversaciones. Lo que no se conocía eran ciertos detalles, que solo ella podía aportar. Barney la caracteriza como una cowgirl de origen finlandés, experta en caballos y armas de fuego, destrezas que desde el primer momento despertaron vivamente el interés del escritor, que trasladó a la página muchos de sus rasgos, repartiéndolos entre personajes de distintas épocas, desde Suttree, novela semiautobiográfica en la que figura una historia de amor con una adolescente llamada Wanda, hasta la suicida protagonista de Stella Maris; pasando por Alejandra, la joven amante del protagonista de Todos los hermosos caballos; Magdalena, la prostituta epiléptica de Las ciudades de la llanura; o Carla, que contrae matrimonio con el sanguinario personaje central de No es país para viejos a los 16 años. Todas afrontan un final trágico, cosa que a Britt le costó encajar. “Me sentí violada”, le confesó a Barney, refiriéndose al robo de rasgos de su carácter, así como a la suerte que corrían siempre todos los personajes inspirados en ella.
En realidad, es lo único que le reprocha. En cuanto a la relación que mantuvieron, lo exonera de toda culpa. “Me salvó la vida”, afirma categóricamente. “Si lamento algo es que ahora no esté aquí para defenderse”. Lo que no se puede obviar es que en el núcleo duro de la historia se da lo que en términos legales se conoce como violación estatutaria, delito del que, en el caso de una relación sexual entre un adulto y un menor, el adulto es culpable aun cuando el menor consienta o incluso sea quien incite la relación. La cuestión que queda abierta es si lo que ha salido a la luz mermará la importancia del legado de un escritor de la inmensa talla literaria de Cormac McCarthy.
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