Sheldon_Kassulke
New member
- Registrado
- 27 Sep 2024
- Mensajes
- 58
Hace 38 años se inauguró en Hamburgo (Alemania) el primer parque de atracciones vanguardista de la historia: Luna Luna. Era una oda a la libertad, a los artistas y a los sueños, basado en la premisa de que el arte debe presentarse bajo formas poco convencionales y llevarse a aquellos que, de otro modo, no lo buscarían en escenarios más predecibles. Fue creado a partir de una fantasía del artista austríaco André Heller y su mayor aliciente y singularidad era que las atracciones que lo constituían eran también instalaciones artísticas, concebidas por los creadores más destacados de la época.
Luna Luna fue un parque onírico, sin precedentes, diseñado con la pretensión de que fuera temporal e itinerara a lo largo del mundo. Del 5 de junio al 31 de agosto de 1987 fue visitado por unas 300.000 personas y al final de ese verano, tal y como estaba previsto, el parque se clausuró con la idea de exponerse en otro lugar. El plan era montarlo en el Parque Balboa de San Diego (California), pero un imprevisto hizo que el contrato se acabara cancelando. Las atracciones, repartidas en 44 contenedores, fueron entonces transportadas a un almacén en Texas y, una vez allí, cayeron en el olvido.
Casi cuatro décadas después, aquellas atracciones han sido rescatadas y restauradas para su exhibición en una exposición itinerante que se puede visitar ahora en el centro The Shed de Nueva York hasta el 5 de enero del 2025, después de su paso por Los Ángeles. El impulsor del rescate de Luna Luna ha sido Michael Goldberg, un empresario y director creativo estadounidense que leyó sobre la historia del parque durante la pandemia y acabó completamente obsesionado con volver a darle vida. Fue Goldberg quien consiguió la financiación a través de una figura inesperada: el rapero Drake, entusiasmado con la historia de Luna Luna, pagó los 100 millones de dólares (95 millones de euros) que costaba el material a través de su compañía Dreamcrew, en colaboración con Live Nation.
Fue una compra, además, a ciegas, ya que según explican los responsables de la exposición, el dinero tuvo que ser abonado sin que se pudiera ver lo que había dentro de los contenedores ni constatar el estado en que se encontraban las piezas. Por suerte, aunque algunas permanecían en mal estado debido a los roedores y el paso del tiempo, otras se mantenían milagrosamente inmaculadas. La compleja reconstrucción de las atracciones abarcó un periodo de dos años, donde los restauradores solo podían guiarse por las fotografías de Sabina Sarnitz, con las que se ilustró el catálogo de 1987.
En 1987, André Heller solo contaba con una subvención de 474.035 euros, una cantidad ínfima para financiar un proyecto de esa ambición y envergadura, pero sedujo a los artistas invitados con un reto: viajar a su infancia y crear su propio parque de atracciones sin ninguna limitación. Todos dijeron que sí. Jean-Michael Basquiat diseñó una noria blanca de once metros de altura con una ilustración central del culo de un mono y palabras inesperadas adornando cada una de las cabinas, que se llenaban de niños: “Pornografía”, “Estándar”, “Dedos sangrantes”, “Chasis”, “Aplastado”. Mientras, sonaba la música de Miles Davis. Roy Lichtenstein creó un laberinto compuesto por 75 cristales con la intención de desorientar a los participantes y la música de fondo de Philip Glass.
El pabellón de Salvador Dalí se llamó Dalidom y consistía en un domo con un interior lleno de espejos, con la Blue Chip Orchestra amenizando la experiencia de verse reflejado de formas múltiples; y Keith Haring creó el carrusel que pasó a convertirse en el icono del parque, así como las camisetas de merchandising, por mencionar algunos de los ejemplos más ilustrativos. Pero para evocar la experiencia sensorial de Luna Luna, es importante tener en cuenta que la magia del lugar no la conformaban solo las atracciones artísticas, sino los performers.
Entre las treinta atracciones que componían el parque se paseaban zancudos y artistas disfrazados de monjas, pingüinos, lunas y criaturas surrealistas, así como bailarines que invitaban a los visitantes a bailar y girar con ellos. Era un carnaval, una fiesta. Las performances eran tan disparatadas como políticamente incorrectas, como un concierto de flatulencias que podría causar estupor en el contexto actual. Y aludiendo a los cinco minutos de gloria que impulsó Warhol, los visitantes podían hacerse fotos con famosos de cartón piedra con la forma de Einstein o Marilyn Monroe. O convertirse en figura mitológica asomando la cara detrás de una figura de centauro.
Luna Luna era un parque para la imaginación, donde todo tenía cabida. André Heller creó una capilla donde se celebraban matrimonios, invitando a que cada persona se casase con quien o con lo que quisiera y obtuviera un certificado de boda instantáneo con fotografía incluida. Una idea subversiva teniendo en cuenta que en 1987 los matrimonios entre personas del mismo sexo estaban prohibidos en Alemania, y casarse con objetos o mascotas era por supuesto algo impensable.
La libertad artística que se consiguió reflejar en este parque de atracciones es el resultado de una confluencia de corrientes artísticas que abarcan desde el arte abstracto al expresionismo, pasando por el art brut, el pop art, el surrealismo, lo dadá, el movimiento fluxus y el accionismo vienés. La creación de Luna Luna estuvo influida también por el cabaré, el burlesque, el apogeo de los circos.
Pero también una culminación de momentos históricos relevantes, como el estreno de la película Fantasía; las Torres Watts creadas sin ningún apoyo institucional por el artista italiano Simon Rodia; la creación del grupo vanguardista japonés Gutai; el que Rosa Parks se negara a ceder su asiento; el legendario festival de Woodstock; las revueltas de Stonewall Inn; la primera fiesta de hip-hop organizada en el Bronx; la ópera de Philip Glass y Robert Wilson Einstein en la playa; la llegada del hombre a la Luna; la primera imagen de la tierra desde el espacio; la apertura del Centro Pompidou; el estreno de la película Polyester de John Waters; la exposición pública de los tesoros de la tumba de Tutankamon; la manifestación que congregó a un millón personas en Nueva York protestando por las armas nucleares; o cuando el funambulista francés Philippe Petit logró cruzar ilegalmente las dos torres del Wall Trade Center caminando sobre una cuerda floja.
A diferencia de la experiencia que brindaba el Luna Luna original, al descubierto, los visitantes actuales no podrán pasearse en la noria ni en el carrusel, pero sí casarse y entrar en algunas instalaciones, además de interactuar con los performers y recorrer el itinerario donde, a partir de fotografías, carteles y vídeos, se reconstruye la historia del primer parque artístico del mundo. Una oportunidad para olvidarse de la política, la religión y la realidad para volver grácilmente a la infancia.
Seguir leyendo
Luna Luna fue un parque onírico, sin precedentes, diseñado con la pretensión de que fuera temporal e itinerara a lo largo del mundo. Del 5 de junio al 31 de agosto de 1987 fue visitado por unas 300.000 personas y al final de ese verano, tal y como estaba previsto, el parque se clausuró con la idea de exponerse en otro lugar. El plan era montarlo en el Parque Balboa de San Diego (California), pero un imprevisto hizo que el contrato se acabara cancelando. Las atracciones, repartidas en 44 contenedores, fueron entonces transportadas a un almacén en Texas y, una vez allí, cayeron en el olvido.
Casi cuatro décadas después, aquellas atracciones han sido rescatadas y restauradas para su exhibición en una exposición itinerante que se puede visitar ahora en el centro The Shed de Nueva York hasta el 5 de enero del 2025, después de su paso por Los Ángeles. El impulsor del rescate de Luna Luna ha sido Michael Goldberg, un empresario y director creativo estadounidense que leyó sobre la historia del parque durante la pandemia y acabó completamente obsesionado con volver a darle vida. Fue Goldberg quien consiguió la financiación a través de una figura inesperada: el rapero Drake, entusiasmado con la historia de Luna Luna, pagó los 100 millones de dólares (95 millones de euros) que costaba el material a través de su compañía Dreamcrew, en colaboración con Live Nation.
Fue una compra, además, a ciegas, ya que según explican los responsables de la exposición, el dinero tuvo que ser abonado sin que se pudiera ver lo que había dentro de los contenedores ni constatar el estado en que se encontraban las piezas. Por suerte, aunque algunas permanecían en mal estado debido a los roedores y el paso del tiempo, otras se mantenían milagrosamente inmaculadas. La compleja reconstrucción de las atracciones abarcó un periodo de dos años, donde los restauradores solo podían guiarse por las fotografías de Sabina Sarnitz, con las que se ilustró el catálogo de 1987.
En 1987, André Heller solo contaba con una subvención de 474.035 euros, una cantidad ínfima para financiar un proyecto de esa ambición y envergadura, pero sedujo a los artistas invitados con un reto: viajar a su infancia y crear su propio parque de atracciones sin ninguna limitación. Todos dijeron que sí. Jean-Michael Basquiat diseñó una noria blanca de once metros de altura con una ilustración central del culo de un mono y palabras inesperadas adornando cada una de las cabinas, que se llenaban de niños: “Pornografía”, “Estándar”, “Dedos sangrantes”, “Chasis”, “Aplastado”. Mientras, sonaba la música de Miles Davis. Roy Lichtenstein creó un laberinto compuesto por 75 cristales con la intención de desorientar a los participantes y la música de fondo de Philip Glass.
El pabellón de Salvador Dalí se llamó Dalidom y consistía en un domo con un interior lleno de espejos, con la Blue Chip Orchestra amenizando la experiencia de verse reflejado de formas múltiples; y Keith Haring creó el carrusel que pasó a convertirse en el icono del parque, así como las camisetas de merchandising, por mencionar algunos de los ejemplos más ilustrativos. Pero para evocar la experiencia sensorial de Luna Luna, es importante tener en cuenta que la magia del lugar no la conformaban solo las atracciones artísticas, sino los performers.
Treinta atracciones
Entre las treinta atracciones que componían el parque se paseaban zancudos y artistas disfrazados de monjas, pingüinos, lunas y criaturas surrealistas, así como bailarines que invitaban a los visitantes a bailar y girar con ellos. Era un carnaval, una fiesta. Las performances eran tan disparatadas como políticamente incorrectas, como un concierto de flatulencias que podría causar estupor en el contexto actual. Y aludiendo a los cinco minutos de gloria que impulsó Warhol, los visitantes podían hacerse fotos con famosos de cartón piedra con la forma de Einstein o Marilyn Monroe. O convertirse en figura mitológica asomando la cara detrás de una figura de centauro.
Luna Luna era un parque para la imaginación, donde todo tenía cabida. André Heller creó una capilla donde se celebraban matrimonios, invitando a que cada persona se casase con quien o con lo que quisiera y obtuviera un certificado de boda instantáneo con fotografía incluida. Una idea subversiva teniendo en cuenta que en 1987 los matrimonios entre personas del mismo sexo estaban prohibidos en Alemania, y casarse con objetos o mascotas era por supuesto algo impensable.
La libertad artística que se consiguió reflejar en este parque de atracciones es el resultado de una confluencia de corrientes artísticas que abarcan desde el arte abstracto al expresionismo, pasando por el art brut, el pop art, el surrealismo, lo dadá, el movimiento fluxus y el accionismo vienés. La creación de Luna Luna estuvo influida también por el cabaré, el burlesque, el apogeo de los circos.
Pero también una culminación de momentos históricos relevantes, como el estreno de la película Fantasía; las Torres Watts creadas sin ningún apoyo institucional por el artista italiano Simon Rodia; la creación del grupo vanguardista japonés Gutai; el que Rosa Parks se negara a ceder su asiento; el legendario festival de Woodstock; las revueltas de Stonewall Inn; la primera fiesta de hip-hop organizada en el Bronx; la ópera de Philip Glass y Robert Wilson Einstein en la playa; la llegada del hombre a la Luna; la primera imagen de la tierra desde el espacio; la apertura del Centro Pompidou; el estreno de la película Polyester de John Waters; la exposición pública de los tesoros de la tumba de Tutankamon; la manifestación que congregó a un millón personas en Nueva York protestando por las armas nucleares; o cuando el funambulista francés Philippe Petit logró cruzar ilegalmente las dos torres del Wall Trade Center caminando sobre una cuerda floja.
A diferencia de la experiencia que brindaba el Luna Luna original, al descubierto, los visitantes actuales no podrán pasearse en la noria ni en el carrusel, pero sí casarse y entrar en algunas instalaciones, además de interactuar con los performers y recorrer el itinerario donde, a partir de fotografías, carteles y vídeos, se reconstruye la historia del primer parque artístico del mundo. Una oportunidad para olvidarse de la política, la religión y la realidad para volver grácilmente a la infancia.
Seguir leyendo
Cargando…
elpais.com