La química de Ibon Navarro, el científico que dejó su trabajo por el baloncesto

Amparo_Steuber

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Ibon Navarro y su hijo Aritz.

La ciencia perdió a un químico y el baloncesto ganó a un entrenador. Ibon Navarro les dijo a sus padres que dejaba un trabajo bien pagado, en un cargo de responsabilidad, con empleados a su mando y posibilidades de ascender, en la Fundación Leia del Parque Tecnológico de Miñano, cerca de Vitoria, donde nació hace 48 años. El chico, hijo de una trabajadora de Telefónica y de un gerente de una empresa de infraestructuras industriales, había hecho carrera: se licenció en Ciencias Químicas, en la especialidad de química orgánica, y trabajó un año en Colonia antes de volver a casa. El futuro asomaba estable, pero a Ibon algo se le agitaba en el interior. Cuando se levantaba a las siete de la mañana, sentía un cosquilleo si esa tarde cambiaba por unas horas la oficina y el laboratorio por la cancha de baloncesto en la que entrenaba en las categorías inferiores del Baskonia. De niño jugaba al fútbol, de portero, hasta que lo dejó por una lesión de rodilla. Y se enamoró de la canasta. Ya en la madurez, descubrió que su felicidad no estaba en estudiar los elementos químicos, sino en cultivar la química entre jugadores desde el banquillo. Cambió de vida y hoy es el entrenador del Unicaja Málaga campeón de la Supercopa ante el Madrid este domingo pasado en Murcia (80-90). Es el cuarto título andaluz en año y medio con el técnico vitoriano al frente después de enlazar una Copa, una Liga de Campeones FIBA y la Copa Intercontinental.

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