marvin.augusta
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Raúl Zurita tiene los ojos nublados, muy acuosos, una charca, se puede chapotear en los ojos nublados de Zurita. Hace muchos años intentó cegarlos con amoniaco en un arrebato, pero por suerte falló. Hay que juntar mucho la cara a la del poeta, 10, 15 centímetros, la oreja contra su boca, porque Zurita habla con un hilillo de voz que juega al despiste, desaparece, regresa, se vuelve gutural, pero no como un grito, no, como un murmullo, susurra Zurita, no habla, cuenta secretos al oído.
Y canta, Zurita. De pronto, canta. “Siempre escucho música, la tengo de fondo”. Mientras escribe, mientras pasea por su casa en Santiago de Chile. “He estado escuchando una cantante boliviana que no la conoce nadie, y yo la vi cantar una vez descalza sobre el suelo de tierra, se llama Martita León, ella canta Mamá Rosario, es una maravilla, no puedes creer lo que es. Es una sinfonía”. También escucha a Brahms, “sinfonía número dos, segundo movimiento”, y cierra los ojos y la tararea.
“Y la Silvia Pérez Cruz… Esa canción de Lorca que es nino nani nana ninana nananana”, y canta Pequeño vals vienés, esa canción que desgarra la Silvia y deja la piel chinita que parece que ha pasado el fantasma de Federico por la habitación, una versión preciosa de Leonard Cohen, que puso acordes a los versos del poeta asesinado por los fascistas. En Viena hay cuatro espejos / donde juegan tu boca y los ecos. / Hay una muerte para piano / que pinta de azul a los muchachos.
Está cansado, Zurita, pero siempre está cansado, dice. Arrastra el poeta chileno sus 74 años por el Hay Festival de Querétaro, donde es el gran invitado. Camina encorvado, será por el párkinson que lo aqueja desde hace tiempo, en su trajecito azul, las manos en la espalda, la calva brillante, la barba blanca como de franciscano, de filósofo griego, de profesor de los de antes. Recita poemas de memoria, se emociona, ríe.
Le dicen, a Zurita, que es un poeta de excesos. ¿Se considera usted excesivo? “Puede ser… Ser infinitamente excesivo… Hay un poema de la Alejandra Pizarnik que dice: ‘Explicar con palabras de este mundo que partió de mí un barco llevándome’. Es una maravilla, ¿qué es más excesivo que eso?”. ¿Y qué es lo más excesivo que ha vivido Raúl Zurita? “No porque lo haya querido, pero el golpe de Estado fue excesivo. Estar preso, no fue mucho tiempo, eso ha sido excesivo”.
Estaba Zurita en Valparaíso el 11 de septiembre de 1973 en que el comandante Augusto Pinochet se levantó contra el Gobierno democrático de Salvador Allende; asedió el Palacio de la Moneda que Allende se negó a abandonar hasta que, con todo perdido ya, se metió un tiro en la cabeza, no sin antes dar el último discurso al país por la radio, de nuevo abrirán las grandes alamedas. La represión fue mayúscula, desmedida, sangrienta.
Esa misma mañana los militares arrestaron a Zurita, lo llevaron al estadio de Playa Ancha, que años después recordaría en un poema —arrojados como sacos unos encima de otros / nos íbamos pidiendo perdón (…) con los brazos en la nuca / yo quería todavía saber a quién cortaba / qué cuerpo me había quedado debajo / cómo se llamaba el que gemía encima de mí / de quién era el amor que se iba—.
Luego a un barco, en cuyas bodegas, en las que cabían a lo sumo 50 personas, arrojaron a 800 disidentes. Las torturas, los golpes, el hambre, el cuerpo llevado hasta sus últimos límites físicos.
“Horrorosa”, recuerda el poeta la experiencia, “pero, al mismo tiempo, somos todos sobrevivientes. Con que haya un solo tipo torturado, asesinado en este mundo, todos los demás somos sobrevivientes. Y en eso, como sobreviviente, escribo: en este mundo que está en ruinas, en bombardeos, es impresionante… Qué puede hacer uno más que escribir como un sobreviviente, como lo que es. Algunos dicen que el sufrimiento es necesario, yo digo que no. El sufrimiento es el sufrimiento. Si sufres, lo único que quieres es salir de eso. Si sufres porque piensas que con eso vas a escribir un poema, estás profundamente equivocado. Si buscas el sufrimiento va a llegar, pero no vas a escribir un puto poema”.
A las semanas fue liberado. Tuvo suerte. “Es obra del azar, que es inescrutable. Eso es una frase de Borges”. Otros como él nunca salieron. Como Víctor Jara, que fue llevado a otro estadio, en Santiago, y fue torturado durante horas de las formas más originalmente salvajes e inhumanas que se les ocurrieron a los militares. “Víctor Jara fue un héroe. Víctor Jara…”. Y vuelve a cantar: “Levántate y mírate las manos. Son esas voces, como la de Violeta Parra, que tú no sabes cómo… como que no vienen de este mundo. La Violeta Parra era un genio que sabiendo que se iba a matar escribió antes Gracias a la vida”.
Muchos huyeron de Chile. Zurita se quedó. “Yo tenía 22 años, no me exilié porque no podía, estaba casado, tenía hijos. Fue un exilio interior, un inxilio. En su gran mayoría los que se exiliaron es porque tenían una escopeta aquí”: se lleva un dedo al costado de la cabeza.
Durante la dictadura militó en la trinchera contra Pinochet a través del arte. Era y es un poeta, oficio tan propio de anarquistas, afiliado al Partido Comunista. “Ellos pagaron con sus vidas la defensa de la democracia, entonces me emociona, al menos ese punto, estar allí. Defendieron a Allende hasta el último segundo. Con los que más se encarnizaron los militares fue con los comunistas, el único partido en Chile que nunca promovió el golpe de Estado. Esa parte de mi lealtad hacia ellos es incorruptible y total. Ahora, no es un regimiento, me permito mis parcelas de diferencia”.
—¿Por ejemplo?
— Por ejemplo: dije recién que gracias a Dios hay tipos que todavía no son dictadores. Me refería a Maduro. Está a un tris de serlo.
—¿Qué le falta para serlo?
—Que en Venezuela hubiera cárceles como las de Guantánamo o los cuarteles de la armada Argentina. El horror. Horror que en la Unión Soviética se llamaron gulags; en Alemania, los campos de exterminio; la bomba de Hiroshima y Nagasaki. Le falta escuadrones de aviones tirando cuerpos muertos al río de de la Plata en Argentina, o al Pacífico. Le falta la Venda Sexy [centro de torturas de Pinochet], donde a las prisioneras políticas las violaban perros. Todo eso le falta. Ojalá que le falte para siempre.
—¿Y aún le ilusiona Boric?
—Siempre los sueños son más grandes que lo que uno ve después, pero sí, estoy con él, igual con mis reservas, que son pequeñas. Lo de Chile ha sido un proceso bien duro y doloroso, estamos con muchas derrotas en el cuerpo. Boric creo que ha crecido, se ha empoderado, está más maduro, es un buen presidente. Es un hombre de izquierda, Boric.
La poesía, los excesos. En 1993, labró Zurita un poema en el desierto de Atacama que leía: “Ni pena ni miedo”. En 1982, surcó con 15 frases 10 kilómetros del cielo de Nueva York con la estela de avionetas. En 1980, intentó cegarse sus ojos como nublados, muy acuosos, con amoniaco. Había visto unas imágenes de su pareja de aquella época, la también autora Diamela Eltit, con cortes y quemaduras en su cuerpo. Los dos se arrojaron a una espiral de autodestrucción, “una competencia en el daño”, escribió. En 1975, Zurita se marcó la mejilla con un hierro al rojo. Una fotografía de la herida fue portada de su primer libro, Purgatorio (1979).
¿Fue también aquello un acto poético? “Eran actos desesperados, no eran performance, nada. Cuando me quemé la cara estaba encerrado, solo, en un baño sin fotógrafo ni nada. Pero allí empezó algo, es cierto. Yo me estaba muriendo, y lo de los ojos fue porque pensaba que no había cosa más bella en este mundo que escribir un poema en el cielo, y yo me lo imaginaba, con letras. De pronto pensé, y fue una locura, que sería más bello aún si el que las contempló no pudiera verlas. Solamente las podía ver en su interior”.
Exige, la poesía, un grado de locura. “La poesía es un arte cruel. No puedes pedirle nada, pero te pide todo. Y el abandono puede ser muy terrible cuando se acaba. La buena fortuna es que eso resulte, la mala fortuna es que no. Si no te resulta algo realmente es el infierno, te sientes en el infierno, no solamente te cuestionas lo que estás haciendo en ese momento, sino todo lo que has hecho. Si lo que crees que has hecho te resuena, sientes que hay algo ahí, la felicidad es increíble, como si se abrieran los cielos. No puedo referirlo tanto a mí mismo, porque yo creo que el límite entre la vida y el arte es prácticamente inexistente, invisible”.
Estos tiempos son algo más plácidos para Zurita. Quizá pasaron ya los años de excesos y locura en nombre del arte. Lee mucho, como siempre, y ve series con su mujer. “Nada muy distinto que otros seres humanos. He estado leyendo mucho al alemán, el de El Pasajero [Ulrich Alexander Boschwitz], a Houellebecq, el Stella Maris de Cormac McCarthy. La última novela que leí es La soledad de los números primos [de Paolo Giordano], que no la había leído y es una maravilla”.
Le dicen también, a Zurita, que es el mayor poeta vivo en castellano. A veces hasta él se lo dice, pero luego se arrepiente.
—Un compañero del periódico le preguntó hace dos años, en Cartagena de Indias, si era usted el mayor poeta vivo. Respondió: ‘Fíjate que en mi demencia a veces pienso que sí. Se me ocurre que soy el mayor poeta vivo, pero quizá solo es mi locura’.
Zurita se ríe.
—Me acuerdo hasta de la foto. No me gustó cómo lo puso, para nada. No me gustó porque decía que era como que mi demencia... [Se queda en silencio un momento]. ¿Qué es ser el mayor poeta vivo? Na, no me considero nada, me considero un tal Zurita que hace lo que puede hacer, y hace algunas cosas bien buenas y seguramente he hecho bastantes tonteras también en su día.
Decía también en aquella entrevista, Zurita, que no había podido cumplir una de sus últimas grandes acciones artísticas —“performance es un término gringo que no me gusta”—: escribir sus versos en un acantilado del mar del norte de Chile, que solo pudieran leerse desde el mar. Ya daba la batalla por perdida. Y, este año, en marzo, lo consiguió. “Es impresionante. Lo hice con rayos láser, se podían proyectar, iluminar. Lo hicimos. Se logró”. ¿Le quedan más de esas balas en la recámara? “No, creo que eso es lo más lejos que puedo llegar. Como ser humano y como artista. Está bien”.
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Y canta, Zurita. De pronto, canta. “Siempre escucho música, la tengo de fondo”. Mientras escribe, mientras pasea por su casa en Santiago de Chile. “He estado escuchando una cantante boliviana que no la conoce nadie, y yo la vi cantar una vez descalza sobre el suelo de tierra, se llama Martita León, ella canta Mamá Rosario, es una maravilla, no puedes creer lo que es. Es una sinfonía”. También escucha a Brahms, “sinfonía número dos, segundo movimiento”, y cierra los ojos y la tararea.
“Y la Silvia Pérez Cruz… Esa canción de Lorca que es nino nani nana ninana nananana”, y canta Pequeño vals vienés, esa canción que desgarra la Silvia y deja la piel chinita que parece que ha pasado el fantasma de Federico por la habitación, una versión preciosa de Leonard Cohen, que puso acordes a los versos del poeta asesinado por los fascistas. En Viena hay cuatro espejos / donde juegan tu boca y los ecos. / Hay una muerte para piano / que pinta de azul a los muchachos.
Está cansado, Zurita, pero siempre está cansado, dice. Arrastra el poeta chileno sus 74 años por el Hay Festival de Querétaro, donde es el gran invitado. Camina encorvado, será por el párkinson que lo aqueja desde hace tiempo, en su trajecito azul, las manos en la espalda, la calva brillante, la barba blanca como de franciscano, de filósofo griego, de profesor de los de antes. Recita poemas de memoria, se emociona, ríe.
Un poeta preso
Le dicen, a Zurita, que es un poeta de excesos. ¿Se considera usted excesivo? “Puede ser… Ser infinitamente excesivo… Hay un poema de la Alejandra Pizarnik que dice: ‘Explicar con palabras de este mundo que partió de mí un barco llevándome’. Es una maravilla, ¿qué es más excesivo que eso?”. ¿Y qué es lo más excesivo que ha vivido Raúl Zurita? “No porque lo haya querido, pero el golpe de Estado fue excesivo. Estar preso, no fue mucho tiempo, eso ha sido excesivo”.
Estaba Zurita en Valparaíso el 11 de septiembre de 1973 en que el comandante Augusto Pinochet se levantó contra el Gobierno democrático de Salvador Allende; asedió el Palacio de la Moneda que Allende se negó a abandonar hasta que, con todo perdido ya, se metió un tiro en la cabeza, no sin antes dar el último discurso al país por la radio, de nuevo abrirán las grandes alamedas. La represión fue mayúscula, desmedida, sangrienta.
Esa misma mañana los militares arrestaron a Zurita, lo llevaron al estadio de Playa Ancha, que años después recordaría en un poema —arrojados como sacos unos encima de otros / nos íbamos pidiendo perdón (…) con los brazos en la nuca / yo quería todavía saber a quién cortaba / qué cuerpo me había quedado debajo / cómo se llamaba el que gemía encima de mí / de quién era el amor que se iba—.
Luego a un barco, en cuyas bodegas, en las que cabían a lo sumo 50 personas, arrojaron a 800 disidentes. Las torturas, los golpes, el hambre, el cuerpo llevado hasta sus últimos límites físicos.
“Horrorosa”, recuerda el poeta la experiencia, “pero, al mismo tiempo, somos todos sobrevivientes. Con que haya un solo tipo torturado, asesinado en este mundo, todos los demás somos sobrevivientes. Y en eso, como sobreviviente, escribo: en este mundo que está en ruinas, en bombardeos, es impresionante… Qué puede hacer uno más que escribir como un sobreviviente, como lo que es. Algunos dicen que el sufrimiento es necesario, yo digo que no. El sufrimiento es el sufrimiento. Si sufres, lo único que quieres es salir de eso. Si sufres porque piensas que con eso vas a escribir un poema, estás profundamente equivocado. Si buscas el sufrimiento va a llegar, pero no vas a escribir un puto poema”.
A las semanas fue liberado. Tuvo suerte. “Es obra del azar, que es inescrutable. Eso es una frase de Borges”. Otros como él nunca salieron. Como Víctor Jara, que fue llevado a otro estadio, en Santiago, y fue torturado durante horas de las formas más originalmente salvajes e inhumanas que se les ocurrieron a los militares. “Víctor Jara fue un héroe. Víctor Jara…”. Y vuelve a cantar: “Levántate y mírate las manos. Son esas voces, como la de Violeta Parra, que tú no sabes cómo… como que no vienen de este mundo. La Violeta Parra era un genio que sabiendo que se iba a matar escribió antes Gracias a la vida”.
Muchos huyeron de Chile. Zurita se quedó. “Yo tenía 22 años, no me exilié porque no podía, estaba casado, tenía hijos. Fue un exilio interior, un inxilio. En su gran mayoría los que se exiliaron es porque tenían una escopeta aquí”: se lleva un dedo al costado de la cabeza.
Durante la dictadura militó en la trinchera contra Pinochet a través del arte. Era y es un poeta, oficio tan propio de anarquistas, afiliado al Partido Comunista. “Ellos pagaron con sus vidas la defensa de la democracia, entonces me emociona, al menos ese punto, estar allí. Defendieron a Allende hasta el último segundo. Con los que más se encarnizaron los militares fue con los comunistas, el único partido en Chile que nunca promovió el golpe de Estado. Esa parte de mi lealtad hacia ellos es incorruptible y total. Ahora, no es un regimiento, me permito mis parcelas de diferencia”.
—¿Por ejemplo?
— Por ejemplo: dije recién que gracias a Dios hay tipos que todavía no son dictadores. Me refería a Maduro. Está a un tris de serlo.
—¿Qué le falta para serlo?
—Que en Venezuela hubiera cárceles como las de Guantánamo o los cuarteles de la armada Argentina. El horror. Horror que en la Unión Soviética se llamaron gulags; en Alemania, los campos de exterminio; la bomba de Hiroshima y Nagasaki. Le falta escuadrones de aviones tirando cuerpos muertos al río de de la Plata en Argentina, o al Pacífico. Le falta la Venda Sexy [centro de torturas de Pinochet], donde a las prisioneras políticas las violaban perros. Todo eso le falta. Ojalá que le falte para siempre.
—¿Y aún le ilusiona Boric?
—Siempre los sueños son más grandes que lo que uno ve después, pero sí, estoy con él, igual con mis reservas, que son pequeñas. Lo de Chile ha sido un proceso bien duro y doloroso, estamos con muchas derrotas en el cuerpo. Boric creo que ha crecido, se ha empoderado, está más maduro, es un buen presidente. Es un hombre de izquierda, Boric.
El desierto de Atacama, el cielo de Nueva York
La poesía, los excesos. En 1993, labró Zurita un poema en el desierto de Atacama que leía: “Ni pena ni miedo”. En 1982, surcó con 15 frases 10 kilómetros del cielo de Nueva York con la estela de avionetas. En 1980, intentó cegarse sus ojos como nublados, muy acuosos, con amoniaco. Había visto unas imágenes de su pareja de aquella época, la también autora Diamela Eltit, con cortes y quemaduras en su cuerpo. Los dos se arrojaron a una espiral de autodestrucción, “una competencia en el daño”, escribió. En 1975, Zurita se marcó la mejilla con un hierro al rojo. Una fotografía de la herida fue portada de su primer libro, Purgatorio (1979).
¿Fue también aquello un acto poético? “Eran actos desesperados, no eran performance, nada. Cuando me quemé la cara estaba encerrado, solo, en un baño sin fotógrafo ni nada. Pero allí empezó algo, es cierto. Yo me estaba muriendo, y lo de los ojos fue porque pensaba que no había cosa más bella en este mundo que escribir un poema en el cielo, y yo me lo imaginaba, con letras. De pronto pensé, y fue una locura, que sería más bello aún si el que las contempló no pudiera verlas. Solamente las podía ver en su interior”.
Exige, la poesía, un grado de locura. “La poesía es un arte cruel. No puedes pedirle nada, pero te pide todo. Y el abandono puede ser muy terrible cuando se acaba. La buena fortuna es que eso resulte, la mala fortuna es que no. Si no te resulta algo realmente es el infierno, te sientes en el infierno, no solamente te cuestionas lo que estás haciendo en ese momento, sino todo lo que has hecho. Si lo que crees que has hecho te resuena, sientes que hay algo ahí, la felicidad es increíble, como si se abrieran los cielos. No puedo referirlo tanto a mí mismo, porque yo creo que el límite entre la vida y el arte es prácticamente inexistente, invisible”.
Estos tiempos son algo más plácidos para Zurita. Quizá pasaron ya los años de excesos y locura en nombre del arte. Lee mucho, como siempre, y ve series con su mujer. “Nada muy distinto que otros seres humanos. He estado leyendo mucho al alemán, el de El Pasajero [Ulrich Alexander Boschwitz], a Houellebecq, el Stella Maris de Cormac McCarthy. La última novela que leí es La soledad de los números primos [de Paolo Giordano], que no la había leído y es una maravilla”.
Le dicen también, a Zurita, que es el mayor poeta vivo en castellano. A veces hasta él se lo dice, pero luego se arrepiente.
—Un compañero del periódico le preguntó hace dos años, en Cartagena de Indias, si era usted el mayor poeta vivo. Respondió: ‘Fíjate que en mi demencia a veces pienso que sí. Se me ocurre que soy el mayor poeta vivo, pero quizá solo es mi locura’.
Zurita se ríe.
—Me acuerdo hasta de la foto. No me gustó cómo lo puso, para nada. No me gustó porque decía que era como que mi demencia... [Se queda en silencio un momento]. ¿Qué es ser el mayor poeta vivo? Na, no me considero nada, me considero un tal Zurita que hace lo que puede hacer, y hace algunas cosas bien buenas y seguramente he hecho bastantes tonteras también en su día.
Decía también en aquella entrevista, Zurita, que no había podido cumplir una de sus últimas grandes acciones artísticas —“performance es un término gringo que no me gusta”—: escribir sus versos en un acantilado del mar del norte de Chile, que solo pudieran leerse desde el mar. Ya daba la batalla por perdida. Y, este año, en marzo, lo consiguió. “Es impresionante. Lo hice con rayos láser, se podían proyectar, iluminar. Lo hicimos. Se logró”. ¿Le quedan más de esas balas en la recámara? “No, creo que eso es lo más lejos que puedo llegar. Como ser humano y como artista. Está bien”.
Apúntese gratis a la newsletter de EL PAÍS México y al canal de WhatsApp y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país.
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La poesía y los excesos de Raúl Zurita: “Somos todos sobrevivientes. Este mundo está en ruinas”
El chileno, uno de los mayores poetas vivos en castellano, habla en entrevista sobre su pasión por la música, la dictadura de Pinochet, Víctor Jara, Violeta Parra, la poesía como un arte cruel, Boric, Maduro y sus últimos trabajos
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