‘La piedad’: Eduardo Casanova reta y escupe, pero esta vez fracasa

Seamus_Pfeffer

New member
Registrado
27 Sep 2024
Mensajes
46
El cine está muchas veces para acariciar, para compartir, para emocionar. Pero otras tantas para lo que está es para provocar, para retar, incluso para escupir, y está bien que así sea. El de Eduardo Casanova pertenece al segundo grupo.

Si ese desafío proviene de la espontaneidad y de la franqueza, como una sencilla y natural extensión de la personalidad de su autor, o, en cambio, su origen está en la impostura, en una especie de timo de la estampita del simple arte del alboroto, resulta en buena parte de las ocasiones imposible de dilucidar. Tan imposible y en realidad inútil como valorar una obra basándose en sus condiciones extrínsecas, por ejemplo, a las no pocas veces altisonantes declaraciones de sus autores, y en este sentido tenemos en España dos paradigmas: el de los titulares polémicos de Albert Serra en torno al estado del cine, y los del propio Casanova centrados en el estado de la sociedad. Las películas son películas, buenas, regulares o malas, interesantes o despreciables, con independencia de lo que digan o hagan sus artífices.

Casanova, acostumbrado al mundo del espectáculo desde niño en su faceta de actor televisivo, sorprendió en 2017, cuando contaba apenas con 26 años, con una de esas películas esputo: Pieles, una retorcida revuelta contra la homogeneidad física, un cuento grotesco de horror cómico que contenía imágenes tan espeluznantes como estimulantes. Transgresora en el mejor de los sentidos; al mismo tiempo horripilante y bella, y con un fondo sobrecogedor, sin complacencias y que te concernía. Una producción de bajo presupuesto con un luminoso y terrible sentido de la estética, que confirmaba lo realizado anteriormente en un puñado de cortos. Y algo que, con posterioridad, ha desarrollado en otras piezas breves de interés, marcianas tanto en el sentido metafórico como en el más literal, caso de la inconcebible Lo siento, mi amor (2018).

Sin embargo, tras lo logrado con Pieles, y a pesar de seguir en unas líneas de actuación en principio semejantes, su segunda película, La piedad, es decepcionante. No por su provocación, que sigue firme, sino por su vacuidad. Una tragedia social y política en la que su estética kitsch de estruendoso clima rosa queda apagada por su carencia de profundidad. Lo que en su primer largo era comedia negra desequilibrante, con momentos que te colocaban entre la espada y la pared por medio de estrategias artísticas plenas de desafío social, aquí es gracieta chusca. No todo en Pieles era fascinante en su fealdad, pero al menos era retador. Aquí, más que reto, lo que se trasluce es una desgraciada ingenuidad, por momentos, casi risible, caso de la revelación del tumor en el hospital por parte del médico, o la conversación sobre el lazo rosa del cáncer de mama, enfrentado con el del tumor cerebral, aún sin color.

La piedad aborda el mito de la madre castradora de un hijo adolescente, en paralelo (nada menos) a la situación del pueblo de Corea del Norte frente a su régimen dictatorial. Y el intento de concomitancia entre ambos aspectos es una de las losas de una película que, desde luego, te enfrenta con imágenes de una hostilidad a veces sin parangón. Y ahí el plano en contrapicado del personaje de Ana Polvorosa ofreciendo su lluvia amarilla al personal, quizá de lo mejor de una película baldía pese a sus excesos, ejerce de muestra señera.

Nominada con justicia a tres premios Goya (dirección de arte, vestuario, y maquillaje y peluquería), y con un premio especial del jurado de la sección Próxima del festival de Karlovy-Vary bajo el brazo, la película confirma la imagen de niño terrible de Casanova. Lo que no corrobora, esta vez, es su talento para el desarme.

Seguir leyendo

 

Miembros conectados

No hay miembros conectados.
Atrás
Arriba