mitchel.sipes
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El 29 de noviembre de 1984, Chile y Argentina sellaron un tratado de paz que representa uno de los mayores hitos en la historia contemporánea de la diplomacia pontificia, pues había sido el Papa Juan Pablo II el encargado de llevar adelante la labor mediadora que hizo posible aquel entendimiento. Algo más tarde, en mayo de 1985, el acuerdo se ratificaba en una ceremonia celebrada en la Sala Regia del Palacio Apostólico. Junto a las firmas de los ministros de las dos naciones australes había de quedar también la del Pontífice; pero, cuando este quiso trazarla, una última y anecdótica dificultad vino a sumarse a las muchas con las que habían tenido que lidiar los negociadores vaticanos durante casi seis años de arduo trabajo: el bolígrafo dispuesto por el protocolo no dejó salir la tinta. Un joven prelado al que todos conocían, pero que presenciaba el acto discretamente, de pie detrás de Wojtyla, había tomado sus precauciones y le alargó al Papa otro boli, con el que finalmente firmó. Consciente de que iba a transformarse en una reliquia igual de venerable para la historia y para la fe, monseñor conservó aquel adminículo hasta poco antes de su muerte, que llegó en 2012. Tenía entonces 75 años, había nacido en Almadén y su última misión lo había llevado como nuncio al Reino Unido. Se llamaba Faustino Sainz Muñoz. Un estremecedor ejercicio de historia contrafactual nos asoma al trágico alcance que habría podido tener un conflicto armado, una vez que el antiguo diferendo sobre el canal Beagle resurgió con la fuerza de un 'casus belli'. Terminaba 1978 y no resultaba nada sencillo para el Pontífice polaco, recién elegido, verse convocado como árbitro de un espinoso asunto territorial que obligaba al Vaticano a sentarse a la mesa con dos dictaduras a las que la década siguiente reservaría una previsible 'damnatio memoriae'. Pero Wojtyla, que convirtió la exhortación «¡No tengáis miedo!» en una divisa de su pontificado, asumió la tarea y confió su puesta en práctica al ya anciano cardenal Antonio Samoré. Faustino Sainz fue propuesto por monseñor Agostino Casaroli para asistir al enviado papal. Con esa elección, el legendario estadista vaticano reconocía una realidad que estará siempre por encima de cualquier estéril debate nacionalista: la naturalidad con la que las dos orillas del Atlántico pueden dialogar si del lado europeo se encuentra un español. La cuestión del Beagle añadió un título de mérito a la hoja de servicios de monseñor Sainz, donde ya figuraba el trabajo de zapa, junto a Casaroli, en la llamada 'Ostpolitik' vaticana. Como nuncio en la Cuba del periodo especial y en la dantesca sangría del Congo tras la descomposición del régimen de Mobutu, la diplomacia fue para don Faustino una misión de hondo contenido humanitario, y aún son muchas las personas que atestiguan su intervención en escenarios donde la vida pendía de un hilo. Fue también el primer nuncio ante la Unión Europea, y allí concentró todos sus esfuerzos en lograr un reconocimiento explícito de las raíces cristianas del Viejo Continente. Dotar de fundamento trascendente a la política y al mundo contemporáneo era un empeño perfectamente consecuente con lo que monseñor Sainz, perteneciente a la primera camada de diplomáticos tras el fin de las sesiones del Concilio Vaticano II, traía muy bien asimilado de la Constitución 'Gaudium et spes':«El mundo moderno aparece a la vez poderoso y débil, capaz de lo mejor y de lo peor, pues tiene abierto el camino para optar entre la libertad o la esclavitud, entre el progreso o el retroceso, entre la fraternidad o el odio. El hombre sabe muy bien que está en su mano el dirigir correctamente las fuerzas que él ha desencadenado, y que pueden aplastarle o servirle. Por ello se interroga a sí mismo». Ojalá no haya dejado de interrogarse.SOBRE EL AUTOR Xavier Reyes Matheus es historiador
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