Janie_Rice
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En 1989 salió la primera edición de Como agua para chocolate, de la escritora y guionista mexicana Laura Esquivel. Pronto, esta historia de amores imposibles, deseos frustrados y muchísima cocina se colocó entre las mejores novelas románticas de la literatura contemporánea mexicana, ganadora en 1994 del American Booksellers Book of the Year (ABBY) y traducida a 30 idiomas diferentes.
En 1992 se llevó al cine la adaptación del libro con la dirección de Alfonso Arau y varias nominaciones en los premios Ariel, Bafta y Goya. El texto se ha adaptado al teatro e incluso, en 2023, The Royal Ballet y la compañía American Ballet Theatre estrenaron su adaptación en el Covent Garden de Londres, un espectáculo que se vio, vía satélite, en más de 100 cines de toda España. Y ahora, en 2024, acaba de ser estrenada en su versión de miniserie, seis episodios producidos por Salma Hayek para Max.
La novela comienza así: “La cebolla tiene que estar finamente picada. Les sugiero ponerse un pequeño trozo de cebolla en la mollera con el fin de evitar el molesto lagrimeo que se produce cuando uno la está cortando. Lo malo de llorar cuando uno pica cebolla no es el simple hecho de llorar, sino que a veces uno empieza, como quien dice, se pica, y ya no puede parar. No sé si a ustedes les ha pasado, pero a mí la mera verdad sí. Infinidad de veces. Mamá decía que era porque yo soy igual de sensible a la cebolla que Tita, mi tía abuela”.
En sus orígenes, el libro estaba pensado para ser una colección de cuentos inspirados en el recuerdo de Laura Esquivel y su niñez, junto a los fogones hogareños, con su madre y su abuela, y esa cocina de a fuego lento donde mientras se guisaba se repasaba la vida. ¿Quién le hubiera dicho, en aquel entonces, que aquello se convertiría en una de las mayores novelas de amor y gastronomía de la historia de la literatura?
El relato, a ratos desgarrador y a muchos seductor y provocador, se sujeta en el calendario estacional, de enero a diciembre, y en cada mes, un platillo: de las Tortas de Navidad de enero a los Chiles en Nogada de diciembre; del Pastel Chabela para una celebración de boda a los Moles con Guajolote con Almendra y Ajonjolí... Y así, en la cocina, discurre la vida en estado puro.
Cada capítulo comienza con la lista de los ingredientes y en cada párrafo, el lector se sumerge en la historia como un miembro más, sentado en la cocina, escuchando el paso a paso de una elaboración lenta y sentida, donde a ratos se llora “hasta lagrimar en seco” a otros, por ejemplo, se deja seducir por “el efecto afrodisíaco” de las codornices con pétalos de rosas. “Fue una verdadera tragedia, claro que no tanta como la que se suscitó en el rancho ese día. La fusión de la sangre de Tita con los pétalos de las rosas que Pedro le había regalado resultó ser de lo más explosiva (...) pues empezó a sentir que un intenso calor le invadía las piernas”, escribe Esquivel.
Bien se sabe que esta es una historia de amores frustrados: el de Tita y el de Pedro; y también el de una madre obligada a vivir una vida impuesta, no deseada. Es una historia de rebeliones y pasiones desbocadas. De tradiciones arraigadas. De una realidad mágica que da alas al texto, permitiéndole rozar las lindes de lo imposible en un entorno racional y severo. Esta, en definitiva, es la historia de Tita “el último eslabón de una cadena de cocineras que desde la época prehispánica se habían transmitido los secretos de la cocina de generación en generación y estaba considerada como la mejor exponente de este maravilloso arte, el arte culinario”. También es la historia de sus hermanas, de una madre rígida y malhumorada, y de un rancho y un momento histórico definitorio para poder comprender la profundidad de estos personajes: la Revolución mexicana de comienzos del siglo XX. Esta trama no tendría cabida en otro momento ni en otro lugar, sino en ese, donde las mujeres estaban supeditadas a la tradición impuesta, donde las hijas menores tenían la obligación de cuidar de sus madres, sin posibilidad de casarse ni tener más vida que la de su familia. Este es el entorno que le toca vivir a Tita y este dato es indispensable para saber las frustraciones y desalientos del personaje. Su amor imposible por Pedro y su sumisión, inconformista, con su situación familiar. “Tita arribó a este mundo prematuramente, sobre la mesa de la cocina, entre los olores de una sopa de fideos que estaba cocinando, los del tomillo, el laurel, el cilantro, el de la leche hervida, el de los ajos y, por supuesto, el de la cebolla”. Siempre con los fogones presentes.
35 años más tarde, la novela sigue ocupando su lugar de éxito en las librerías, siendo una fuente de inspiración y un reclamo para lectores ávidos de buenas historias donde la gastronomía juega un papel importante. Después de Como agua para chocolate, en 2016 se publicó una nueva entrega bajo el título de El diario de Tita (Suma de Letras): el recetario en profundidad, los secretos mejor guardados por Tita. Y en 2017, apareció la tercera parte de esta trilogía, Mi Negro Pasado, un relato feminista, una novela contemporánea llena de reivindicación por los derechos de las mujeres y, una vez más, una oda a la gastronomía, a la cocina de la calma y del amor.
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En 1992 se llevó al cine la adaptación del libro con la dirección de Alfonso Arau y varias nominaciones en los premios Ariel, Bafta y Goya. El texto se ha adaptado al teatro e incluso, en 2023, The Royal Ballet y la compañía American Ballet Theatre estrenaron su adaptación en el Covent Garden de Londres, un espectáculo que se vio, vía satélite, en más de 100 cines de toda España. Y ahora, en 2024, acaba de ser estrenada en su versión de miniserie, seis episodios producidos por Salma Hayek para Max.
La novela comienza así: “La cebolla tiene que estar finamente picada. Les sugiero ponerse un pequeño trozo de cebolla en la mollera con el fin de evitar el molesto lagrimeo que se produce cuando uno la está cortando. Lo malo de llorar cuando uno pica cebolla no es el simple hecho de llorar, sino que a veces uno empieza, como quien dice, se pica, y ya no puede parar. No sé si a ustedes les ha pasado, pero a mí la mera verdad sí. Infinidad de veces. Mamá decía que era porque yo soy igual de sensible a la cebolla que Tita, mi tía abuela”.
En sus orígenes, el libro estaba pensado para ser una colección de cuentos inspirados en el recuerdo de Laura Esquivel y su niñez, junto a los fogones hogareños, con su madre y su abuela, y esa cocina de a fuego lento donde mientras se guisaba se repasaba la vida. ¿Quién le hubiera dicho, en aquel entonces, que aquello se convertiría en una de las mayores novelas de amor y gastronomía de la historia de la literatura?
El relato, a ratos desgarrador y a muchos seductor y provocador, se sujeta en el calendario estacional, de enero a diciembre, y en cada mes, un platillo: de las Tortas de Navidad de enero a los Chiles en Nogada de diciembre; del Pastel Chabela para una celebración de boda a los Moles con Guajolote con Almendra y Ajonjolí... Y así, en la cocina, discurre la vida en estado puro.
Cada capítulo comienza con la lista de los ingredientes y en cada párrafo, el lector se sumerge en la historia como un miembro más, sentado en la cocina, escuchando el paso a paso de una elaboración lenta y sentida, donde a ratos se llora “hasta lagrimar en seco” a otros, por ejemplo, se deja seducir por “el efecto afrodisíaco” de las codornices con pétalos de rosas. “Fue una verdadera tragedia, claro que no tanta como la que se suscitó en el rancho ese día. La fusión de la sangre de Tita con los pétalos de las rosas que Pedro le había regalado resultó ser de lo más explosiva (...) pues empezó a sentir que un intenso calor le invadía las piernas”, escribe Esquivel.
Bien se sabe que esta es una historia de amores frustrados: el de Tita y el de Pedro; y también el de una madre obligada a vivir una vida impuesta, no deseada. Es una historia de rebeliones y pasiones desbocadas. De tradiciones arraigadas. De una realidad mágica que da alas al texto, permitiéndole rozar las lindes de lo imposible en un entorno racional y severo. Esta, en definitiva, es la historia de Tita “el último eslabón de una cadena de cocineras que desde la época prehispánica se habían transmitido los secretos de la cocina de generación en generación y estaba considerada como la mejor exponente de este maravilloso arte, el arte culinario”. También es la historia de sus hermanas, de una madre rígida y malhumorada, y de un rancho y un momento histórico definitorio para poder comprender la profundidad de estos personajes: la Revolución mexicana de comienzos del siglo XX. Esta trama no tendría cabida en otro momento ni en otro lugar, sino en ese, donde las mujeres estaban supeditadas a la tradición impuesta, donde las hijas menores tenían la obligación de cuidar de sus madres, sin posibilidad de casarse ni tener más vida que la de su familia. Este es el entorno que le toca vivir a Tita y este dato es indispensable para saber las frustraciones y desalientos del personaje. Su amor imposible por Pedro y su sumisión, inconformista, con su situación familiar. “Tita arribó a este mundo prematuramente, sobre la mesa de la cocina, entre los olores de una sopa de fideos que estaba cocinando, los del tomillo, el laurel, el cilantro, el de la leche hervida, el de los ajos y, por supuesto, el de la cebolla”. Siempre con los fogones presentes.
35 años más tarde, la novela sigue ocupando su lugar de éxito en las librerías, siendo una fuente de inspiración y un reclamo para lectores ávidos de buenas historias donde la gastronomía juega un papel importante. Después de Como agua para chocolate, en 2016 se publicó una nueva entrega bajo el título de El diario de Tita (Suma de Letras): el recetario en profundidad, los secretos mejor guardados por Tita. Y en 2017, apareció la tercera parte de esta trilogía, Mi Negro Pasado, un relato feminista, una novela contemporánea llena de reivindicación por los derechos de las mujeres y, una vez más, una oda a la gastronomía, a la cocina de la calma y del amor.
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