‘La máquina de hacer pájaros’, de Natalia García Freire: el equilibrio entre comedia y sordidez

irving.jerde

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Natalia García Freire es una escritora ecuatoriana, nacida en 1991, que ha publicado dos novelas. La primera nos hacía presentir ese rastro fantasmagórico de la historia que nos duele en los pellejitos sangrantes y en el proceso depurativo de Nuestra piel muerta.

García Freire es una voz distinta entre voces que se empastan en un orfeón que empieza a complacerse en la monotonía del dolor y de lo extraño. Porque lo extraño, por repetición, deja de serlo para convertirse en lugar común y ruido de fondo. Sitio estilísticamente confortable. Una violenta extrañeza ha dado lugar a escuelas epigonales. Pero García Freire ha encontrado el punto de equilibrio entre comedia y sordidez. Su escritura se singulariza por su jugueteo, por la alegre inverosimilitud de fantasías, diálogos y situaciones delirantes, que no renuncian a la carga de profundidad ni a las disidencias y resistencias de lo poético: los cuentos de La máquina de hacer pájaros buscan lectores de una cuarta de dimensión que gozan con “novelas que le gusta leer no a todo el mundo”. Esta actitud, no muy comercial y al margen de todo elitismo, presupone que la literatura es búsqueda de un lenguaje, capacidad de asombro, límites que se sobrepasan para conocer, intrepidez estética inseparable de la resonancia ideológica. Tratar de establecer ese vínculo entre texto y espacio de recepción implica un riesgo (el de la invisibilidad) que no todas las autoras están dispuestas a asumir.

Retrato de la autora Natalia García Freire.

Algunos relatos se tejen con los mimbres de la ciencia-ficción y del terror; otros remiten a situaciones comunes que sufren, de pronto, un giro quizá no tan imprevisible (fin del mundo, violaciones en el seno de la familia). La comicidad del absurdo derrocha violencia. El bestiario y las metamorfosis expresan tensiones y estiramientos. En estas páginas reconocemos la huella de la tecnocumbia, del CSI —”jamás la división Miami”—, pero también los clasiquísimos ecos de Ovidio o de Lewis Carroll —¿se acuerdan de ese bebé que si se le mira bien es un cochinillo?—.

Las cosas que no son lo que parecen producen un efecto cómico y desconcertante que construye un significado incómodo. El bestiario de García Freire se compone de armadillos, caballos, gatos, pero, sobre todo, de aves particulares (aves marinas, avestruces, zarapitos) y de pájaros, en general. Pájaros que son niñas, locas, psiquiatras que en realidad son peluqueras, vuelo y poesía. Los cuentos tienen un precioso sustrato metaliterario y muchos están protagonizados por escritoras que un día comprenden el origen del trauma, mujeres que sienten cómo las palabras se hacen carne al llegar a la punta de la lengua o lectoras enamoradas del fantasma suicida de Foster Wallace.

Ese poso de amor por las palabras y por la percepción de la realidad que nace de ese amor culmina en Cómo desaparecer completamente: la escritora difunta ha sentido vergüenza, ansiedad. Ha pedido perdón. Aspira a desaparecer y hace que cobre sentido la evocación de Sylvia Plath y Anne Sexton; sin embargo, la literatura y sus oficiantes —sus oficiantas, especialmente— se anclan a la vida gracias al humor y a la curiosidad por descubrir el mundo gracias a divertimentos y aventuras retóricas: “¿Qué es el arte?/ Morirte de frío”. Estoy de acuerdo con las dos interpretaciones, posibles y simultáneas, de este calambur. Literatura: juego y desamparo. Ja y yo.

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