Claudie_Gislason
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En unos versos inmarcesibles de José Luís Rodríguez Ojeda, que el autor titula 'Proceso', encontramos una definición del tiempo que no es menos preclara que aquella que nos brindó el jerezano, fino como el oro líquido de sus bodegas, Caballero Bonald. La recordarán: somos el tiempo que nos queda. Rodríguez Ojeda, con ese perfume machadiano que engloria su poesía, sostiene que el tiempo es la pregunta ¿queda mucho? Ya pueden afinar las guitarras jondas de la filosofía y templar las voces roncas de las tabernas del conocimiento. Porque lo que todo el mundo conoce, goza y sufre, pero nadie sabe explicar, ambos iniciados en el secreto que se esconde en las arenas de los relojes y en los ojos glaucos de un dios romano, nos lo expresaron con exactitud suiza.¿Queda mucho? En Paiporta y en Chivas, en Alfafar y Catarroja, en Utiel y Aljemesí, en la zona cero del desastre valenciano, se hacen a diario esa pregunta. Porque para ellos el tiempo es realmente el que les queda viviendo en soledad y acompañados de sus más negros recuerdos. Pasado y presente se arremolinan en sus ojos, nada más abrir una ventana al descampado y ver un cementerio de coches ardiendo, contaminando y actualizando tan trágica noche de octubre. El barro continúa por las calles donde siguen sumándose cadáveres a la catástrofe. Y las noches son una insoportable pesadilla de un sueño donde lo perdieron todo. Una angustia en bucle. ¿Queda mucho para que la normalidad humanice la devastación emocional y política? ¿Queda mucho para que vuelvan a creer que viven en España? ¿Queda mucho para que se vayan los irresponsables al barro de sus miserables y calculadas estrategias políticas? ¿Queda mucho para que en Valencia y en Madrid se enteren que han pasado dos meses de la tragedia y aquello aún es pura distopía?Hoy nos hemos levantado con un soniquete de miles de euros que viajarán a los bolsillos menos pensados en las alas de la suerte. Yo ruego que los tres primeros grandes premios caigan en Valencia, donde la esperanza agotó la lotería. Es lo que les queda. Porque menos el pueblo que se entrega al pueblo, que lo ayuda sin condiciones ni impuestos sobre la ruina, que pasa por encima de los escarabajos de la burocracia, lo demás son garbanzos para el nihilismo. A Valencia le tocó el 'gordo' con los irrecuperables desvergonzados que debieron entender que los ciudadanos están siempre antes que los intereses de partido. Dos meses después de la tragedia, el barro se multiplica, nadie ha dimitido ni en Valencia ni en Madrid y cundo abres la ventana al sol de la mañana, el aire no huele a azahar ni a romero. Sigue oliendo a la mierda que dejaron los inútiles como sedimento de su estulticia. ¿Queda mucho para volver a respirar? Hasta que dimitan los apestados, la zona cero seguirá penando con su 'lotería'…
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