weissnat.celia
New member
- Registrado
- 27 Sep 2024
- Mensajes
- 34
Más de tres décadas después de que la coreográfa brasileña Deborah Colker lanzara su original compañía de danza, la también directora se ha convertido en un referente de las artes visuales en su país, Brasil, pero también a nivel internacional, con una propuesta osada con la que ha intentado revitalizar e innovar en la danza contemporánea en América Latina. Colker fue uno de los platos principales del reciente Festival Internacional Cervantino, celebrado en Guanajuato, con un espectáculo, Perros sin plumas, que cautivó por su deslumbrante puesta en escena que incluye video, música y cuerpos embadurnados con un polvo especial y en éxtasis de movimientos.
“El gesto, el movimiento y el significado de ese movimiento es muy importante”, dice una sonriente Colker, entusiasmada por presentar en México una obra que ha triunfado en teatros de Francia, Alemania y Nueva York. “Hacemos ballet clásico, hacemos danza contemporánea, pero pensamos en otras técnicas del cuerpo, como las danzas de la calle, que son más mezcladas, como capoeira o maracatú, técnicas que buscan cambiar la gravedad, que pueden crear nuevas experiencias. Pensamos, por ejemplo, qué técnica puede ayudar a transformar un cuerpo en agua”, explica la coreográfa sobre su forma de trabajo.
El espectáculo que cerró el Cervantino es un ejemplo perfecto. Casi dos millares de espectadores pudieron presenciar en el Auditorio del Estado, en Guanajuato, como decenas de bailarines recreaban con la danza el poema El perro sin plumas, del poeta João Cabral, inspirado en el Río Capibaribe, extenso caudal que recorre más de 200 kilómetros y en muchas partes luce seco, con suelo agrietado. Cabral habla de aquel río como “espeso por su paisaje, donde el hambre extiende sus batallones de secretas e íntimas hormigas”. Es un espacio al parecer inhóspito, caluroso, escaso en vegetación, pero donde millones de personas conviven a pesar de la miseria y la escasez. Colker lo retomó y dividió su espectáculo en cuatro partes, inspiradas en esa escenografía árida del Estado de Pernambuco, en el nordeste de Brasil, una de las regiones más deprimidas del país. Viajó a la zona, filmó secuencias en blanco y negro y creo una coreografía que a su vez recrea un espacio hermoso y trágico.
Quería, dice, plasmar ese río visto por el poeta, pero también esa “gente que vive en ese río, gente invisible, excluida, refugiada; que vive en su propia tierra, pero a la vez está aislada”. Para ella era importante captar “la tragedia y la fuerza de este lugar, el grito del silencio”. El resultado, Perros sin plumas, es una puesta en escena que toca los límites del cuerpo, que se mezclan con las escenas del Capibaribe, que se mueven al ritmo de su desolación. Los bailarines están maquillados con una arcilla que la compañía ha traído de Brasil, para dar a entender que los cuerpos emergen del lodo. Intentó, explica la directora, “mostrar puntos opuestos, una riqueza cultural, humana y geográfica impresionante, pero también es impresionante la miseria, como estos hombres roban lo que no tienen, como son olvidados y a pesar de eso quieren estar en este sitio, esta tierra, en este cielo, en este sol”. Es, por lo tanto, también un llamado de atención. La obra de Colker estuvo a punto de no presentarse en el Cervantino, porque el equipo para montar el espectáculo, incluidos los polvos especiales que recuerdan el barro seco del Capibaribe, fue retenido en las aduanas del Aeropuerto Felipe Ángeles por órdenes de la Guardia Nacional. Tras gestiones de las autoridades de Cultura fueron liberados y, aunque Colker tuvo que suspender el estreno con la taquilla agotada, dio tres presentaciones en el festival.
Colker creó su compañía de danza hace más de tres décadas. En su país ha sido catalogada como una propuesta osada y excéntrica y ha logrado el aplauso generalizado de la crítica especializada. El proyecto logró en 1995 el apoyo económico de Petrobras, la gran petrolera brasileña, lo que le ha dado a Colker la independencia económica suficiente para experimentar e innovar. Ella misma ha dicho que quiere alejarse de los cánones más comerciales de las artes escénicas y piensa muy bien sus puestas en escena. Una obra puede llevarle tres años de preparación. “Es una compañía de repertorio y tenemos tres espectáculos en escena y a la vez estamos creando otro. Y se demora como media tres años en montarlo, porque lleva mucho trabajo”, ha dicho João Elías, director ejecutivo de la compañía de danza.
La propuesta de vanguardia de la compañía incluye no solo explorar los límites del cuerpo, sino la combinación del movimiento con el espacio y encontrar un diálogo con el público. Juega un papel importante las artes audivisuales, porque Colker es una apasionada del cine. Ha representado sus obras en más de 100 países y ha conquistado premios como el Laurence Olivier (2001) o el que concede el Ministerio de Cultura de Brasil (1997). “Es un aprendizaje constante. Tenemos que buscar nuevas técnicas”, afirma la directora, siempre risueña y disculpádonse por su “portuñol” durante su estancia en el Cervantino.
Ahora prepara una nueva obra que está muy relacionada con México. Una ópera titulada El último sueño de Frida Kahlo y Diego Rivera, en la que “revive” a la célebre pintora mexicana. Es un encargo del Metropolitan de Nueva York y la estrenará en 2026. Cuenta que empleó un año investigando sobre la vida de Khalo y Rivera, así como la “filosofía” detrás del Día de Muertos, las catrinas, y lo que representan en México. La música es de una autora centroamericana que vive en Estados Unidos y el guion de un artista cubano.
En la obra Kahlo está muerta y Rivera vivo, pero hastiado de la vida. El Día de Muertos él pide que Kahlo lo visite, la llama, pero la pintora no quiere volver a este mundo donde tanto sufrió. Una catrina la convence de volver. Le dicen que debe encontrarse de nuevo con sus colores, sus pinturas, sus amores. Kahlo acepta, visita a Rivera, pero cuando llega al mundo de los vivos, la memoria de México, las frutas, las flores, el color, el olor la atrapan. En la Casa Azul que comparten los dos artistas sucede que hay reglas, entre ellas que Kahlo no puede pintar.
“Ella quiere y llega un momento en que quiebra esta regla y comienza a pintar y siente los dolores pasados, con su accidente, con la polio, ese dolor físico, hasta que catrina le exige volver, pero Frida se esconde y empieza el dilema entre partir y quedarse”, narra Colker. Y sí, intrépida como es la coreográfa, también recrea el final: Rivera muere en los brazos de Kahlo al final del Día de Muertos y con la catrina de testigo. “Lo que trato de hacer es buscar lo orgánico, lo profundo de Frida. Ella es un icono en el mundo, como Marilyn Monroe, y todos la conocen con sus flores, su ropa, pero he pensado presentarla de otra manera, con sus diarios, con otras inspiraciones, porque esa Frida y ese Diego que el mundo conoce, son increíbles, pero yo quiero hacer algo más íntimo, personal, no turístico”.
Seguir leyendo
“El gesto, el movimiento y el significado de ese movimiento es muy importante”, dice una sonriente Colker, entusiasmada por presentar en México una obra que ha triunfado en teatros de Francia, Alemania y Nueva York. “Hacemos ballet clásico, hacemos danza contemporánea, pero pensamos en otras técnicas del cuerpo, como las danzas de la calle, que son más mezcladas, como capoeira o maracatú, técnicas que buscan cambiar la gravedad, que pueden crear nuevas experiencias. Pensamos, por ejemplo, qué técnica puede ayudar a transformar un cuerpo en agua”, explica la coreográfa sobre su forma de trabajo.
El espectáculo que cerró el Cervantino es un ejemplo perfecto. Casi dos millares de espectadores pudieron presenciar en el Auditorio del Estado, en Guanajuato, como decenas de bailarines recreaban con la danza el poema El perro sin plumas, del poeta João Cabral, inspirado en el Río Capibaribe, extenso caudal que recorre más de 200 kilómetros y en muchas partes luce seco, con suelo agrietado. Cabral habla de aquel río como “espeso por su paisaje, donde el hambre extiende sus batallones de secretas e íntimas hormigas”. Es un espacio al parecer inhóspito, caluroso, escaso en vegetación, pero donde millones de personas conviven a pesar de la miseria y la escasez. Colker lo retomó y dividió su espectáculo en cuatro partes, inspiradas en esa escenografía árida del Estado de Pernambuco, en el nordeste de Brasil, una de las regiones más deprimidas del país. Viajó a la zona, filmó secuencias en blanco y negro y creo una coreografía que a su vez recrea un espacio hermoso y trágico.
Quería, dice, plasmar ese río visto por el poeta, pero también esa “gente que vive en ese río, gente invisible, excluida, refugiada; que vive en su propia tierra, pero a la vez está aislada”. Para ella era importante captar “la tragedia y la fuerza de este lugar, el grito del silencio”. El resultado, Perros sin plumas, es una puesta en escena que toca los límites del cuerpo, que se mezclan con las escenas del Capibaribe, que se mueven al ritmo de su desolación. Los bailarines están maquillados con una arcilla que la compañía ha traído de Brasil, para dar a entender que los cuerpos emergen del lodo. Intentó, explica la directora, “mostrar puntos opuestos, una riqueza cultural, humana y geográfica impresionante, pero también es impresionante la miseria, como estos hombres roban lo que no tienen, como son olvidados y a pesar de eso quieren estar en este sitio, esta tierra, en este cielo, en este sol”. Es, por lo tanto, también un llamado de atención. La obra de Colker estuvo a punto de no presentarse en el Cervantino, porque el equipo para montar el espectáculo, incluidos los polvos especiales que recuerdan el barro seco del Capibaribe, fue retenido en las aduanas del Aeropuerto Felipe Ángeles por órdenes de la Guardia Nacional. Tras gestiones de las autoridades de Cultura fueron liberados y, aunque Colker tuvo que suspender el estreno con la taquilla agotada, dio tres presentaciones en el festival.
Colker creó su compañía de danza hace más de tres décadas. En su país ha sido catalogada como una propuesta osada y excéntrica y ha logrado el aplauso generalizado de la crítica especializada. El proyecto logró en 1995 el apoyo económico de Petrobras, la gran petrolera brasileña, lo que le ha dado a Colker la independencia económica suficiente para experimentar e innovar. Ella misma ha dicho que quiere alejarse de los cánones más comerciales de las artes escénicas y piensa muy bien sus puestas en escena. Una obra puede llevarle tres años de preparación. “Es una compañía de repertorio y tenemos tres espectáculos en escena y a la vez estamos creando otro. Y se demora como media tres años en montarlo, porque lleva mucho trabajo”, ha dicho João Elías, director ejecutivo de la compañía de danza.
La propuesta de vanguardia de la compañía incluye no solo explorar los límites del cuerpo, sino la combinación del movimiento con el espacio y encontrar un diálogo con el público. Juega un papel importante las artes audivisuales, porque Colker es una apasionada del cine. Ha representado sus obras en más de 100 países y ha conquistado premios como el Laurence Olivier (2001) o el que concede el Ministerio de Cultura de Brasil (1997). “Es un aprendizaje constante. Tenemos que buscar nuevas técnicas”, afirma la directora, siempre risueña y disculpádonse por su “portuñol” durante su estancia en el Cervantino.
Ahora prepara una nueva obra que está muy relacionada con México. Una ópera titulada El último sueño de Frida Kahlo y Diego Rivera, en la que “revive” a la célebre pintora mexicana. Es un encargo del Metropolitan de Nueva York y la estrenará en 2026. Cuenta que empleó un año investigando sobre la vida de Khalo y Rivera, así como la “filosofía” detrás del Día de Muertos, las catrinas, y lo que representan en México. La música es de una autora centroamericana que vive en Estados Unidos y el guion de un artista cubano.
En la obra Kahlo está muerta y Rivera vivo, pero hastiado de la vida. El Día de Muertos él pide que Kahlo lo visite, la llama, pero la pintora no quiere volver a este mundo donde tanto sufrió. Una catrina la convence de volver. Le dicen que debe encontrarse de nuevo con sus colores, sus pinturas, sus amores. Kahlo acepta, visita a Rivera, pero cuando llega al mundo de los vivos, la memoria de México, las frutas, las flores, el color, el olor la atrapan. En la Casa Azul que comparten los dos artistas sucede que hay reglas, entre ellas que Kahlo no puede pintar.
“Ella quiere y llega un momento en que quiebra esta regla y comienza a pintar y siente los dolores pasados, con su accidente, con la polio, ese dolor físico, hasta que catrina le exige volver, pero Frida se esconde y empieza el dilema entre partir y quedarse”, narra Colker. Y sí, intrépida como es la coreográfa, también recrea el final: Rivera muere en los brazos de Kahlo al final del Día de Muertos y con la catrina de testigo. “Lo que trato de hacer es buscar lo orgánico, lo profundo de Frida. Ella es un icono en el mundo, como Marilyn Monroe, y todos la conocen con sus flores, su ropa, pero he pensado presentarla de otra manera, con sus diarios, con otras inspiraciones, porque esa Frida y ese Diego que el mundo conoce, son increíbles, pero yo quiero hacer algo más íntimo, personal, no turístico”.
Seguir leyendo
Cargando…
elpais.com