La inteligencia artificial se cuela en la FIL: “Una máquina no puede ser autora”

jazlyn.spinka

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La inteligencia artificial (IA) es el monstruo que aguarda en la sombra de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Algunos le conocen, hasta lo han visto, y no le tienen miedo. Otros le han mirado a los ojos, y por ese mismo motivo, tienen un profundo temor. Los más despistados continúan fingiendo que aún no ha llegado y los más optimistas lo ven como el mejor aliado. El debate sobre la IA se ha colado entre los pasillos de la Expo, que han visto borbotear los miedos, las esperanzas y las expectativas sobre lo que será el impacto de esta tecnología en el mundo de la literatura. Editores, libreros, escritores, ilustradores conversan de lo que se viene en el universo de los libros con este panorama en puerta. Las discusiones han visitado desde las preocupaciones por los derechos intelectuales de una obra hasta la posibilidad de que esta máquina asuma la autoría de un texto. “Una máquina no puede ser autora”, repetía un quejoso en una de las charlas.

A Irene Vallejo la inteligencia artificial le intriga, pero no ha tenido tiempo para sentarse a experimentar con ella entre tanta gira. Sergio Ramírez tampoco la usa, aunque se ha cruzado con ella un par de veces de manera indirecta. Aroa Moreno Durán vive como si no existiera, se niega a meter la cabeza en ese mundo. Julián Herbert recién ha aprendido a pedirle a Alexa que le diga las notificaciones que tiene en su teléfono. A María Dueñas, que aún no la utiliza, le inquieta un poco el mundo de la IA. Y a Jorge Volpi le gusta probarla para crear textos y música. Neige Sinno la usa para traducir y Patricio Pron, conocido estos días en la FIL como el hombre que derrotó a esa máquina, la usó y la abandonó tras conocer los límites de lo que podía hacer con ella.

El avance de esta tecnología, que cada vez se cuela con más facilidad en la vida de todos, ha centrado múltiples debates en la mayor cita del libro en español. ¿Qué piensan los profesionales que visitan la FIL de la inteligencia artificial?, le preguntó este periódico a ChatGPT. Su respuesta, un poco sosa, apuntaba: “Escritores y editores reconocen que la inteligencia artificial puede ser una herramienta útil en procesos creativos y editoriales; sin embargo, enfatizan que no puede reemplazar la creatividad y la emoción humanas en la narrativa literaria. Además, expresan preocupación por el uso no autorizado de obras para entrenar modelos de IA, lo que podría afectar los derechos de autor y la originalidad de las creaciones”.

Pese a todo, tenía un poco de razón. Sergio Ramírez no le teme a ese monstruo en la sombra. Estos días intentó sin éxito instalar ChatGPT en su teléfono con un amigo que le había enseñado la herramienta. Le había mostrado cómo se usaba lanzándole una pregunta filosófica. ¿Qué pasará con la IA una vez que los seres humanos se extingan? “Empezó a hacer una reflexión muy interesante, parecía de Stanley Kubrick”, comenta entre risas el nicaragüense. Su otra experiencia con esta herramienta fue cuando alguien cercano le pidió a la inteligencia artificial que escribiera una página con el estilo literario de Sergio Ramírez y se la mostró: “Me pareció atroz”. Uf, de momento, los escritores están salvados.

Otras profesiones, como los traductores, planteaban un escenario más complicado porque apenas con introducir el texto en alguna aplicación se puede leer una traducción simultánea de buena calidad. O los editores, que discutían si la IA podía o no convertirse en autor. En alguna mesa relataron el caso de dos publicaciones académicas que le firmaron artículos a ChatGPT. “No tiene impronta de autor”, “nos ha rebasado, llegó demasiado pronto”, “la inteligencia natural sigue ganando”, lanzaban los ponentes en una docena de charlas que abarcaron el asunto desde cada ángulo del mundo del libro. La psicóloga Dolors Reig aseguraba este lunes en un panel que la IA está sobrevalorada: “En cinco años, ya nadie estará hablando de ella”.

Patricio Pron coincide en que el tema ya no se hablará en unos años, pero no por los mismos motivos. Según él, será porque “se habrá convertido en algo parecido al clima, a lo que nos rodea”. Habla desde su experiencia. Se convirtió en agosto pasado en el hombre que derrotó a la IA después de vencer al modelo de lenguaje más avanzado en el momento de la prueba, ChatGPT-4 Turbo, en un reto de creatividad literaria. “Si internet es una enorme caja de resonancia de la condición humana, que presenta en grado extremo lo mejor de nosotros, pero también lo peor, las inteligencias ampliadas elevan eso a una potencia incomprensible”, dice.

Las predicciones de Pron —que alerta sobre las consecuencias climáticas que tiene el uso de la IA— ilustran un futuro un poco más desalentador. Un panorama que no tiene tanto que ver con la capacidad de que la máquina reemplace la creatividad y calidad literaria, sino con que en el futuro ya no importarán mucho los libros. “No es tanto que las máquinas vayan a reemplazar a los escritores, sino que harán innecesaria la lectura de libros, también harán innecesario de chequeo de fuentes”, comenta. “Ya no será posible discernir entre qué es real y que no, y ciertas cosas que requieren para funcionar que sepamos qué es lo real y qué no, habrán terminado. Habrá terminado la democracia, habrá terminado el Estado de derecho, la división de poderes”.

De vuelta en el mundo literario, sin poder resolver los dilemas de lo que pasará con la IA, el trasfondo de todas las discusiones van a parar a una idea que repetían los visitantes de la feria: de momento, no es capaz de reemplazar el humor de las personas, de entender el doble sentido, o de predecir los arrebatos personales. Una de las charlas sobre este tema en la FIL arrancó la tarde del lunes con la lectura de un poema. Así, porque sí, sin explicaciones. Luego el autor explicó que se trataba de una trampa o una venganza con sello humano contra la tecnología. “Si le hubiésemos preguntado a ChatcGPT cómo empezábamos esta charla, no hubiese predicho esto”, celebró ante los aplausos. Al menos de momento, siguen ganando.

Para esta pieza se utilizó información de Pablo Ferri y Beatriz Guillén Torres.

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