nicolas.lelia
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'Tá tocao', Belén Rueda. Una de las últimas encerronas de Inocente, Inocente ha ido para Belén Rueda que llegó a presentar en Antena 3 un formato que gastaba bromas de cámara oculta allá por el año 94. Qué jóvenes éramos. Y cómo imitábamos algunos a Belén Rueda diciendo 'Tá tocao', que era el nombre de este particular show que bebía de Objetivo indiscreto y del propio Inocente inocente.
Han pasado muchos años. Y la ventaja de la actual gala Inocente en el 28 de diciembre es que casi todos los rostros populares piensan que eso ya no se hace, que la inocentada de cámara escondida es una trastada de épocas superadas. Pero no. Ahí sigue tres décadas después este equipo introduciendo a personalidades públicas en una situación surrealista por una causa solidaria.
Manu Baqueiro o Carolina Marín han sido algunos de los inocentes de este año en el que las bromas han estado a la altura por un guion que no se queda a medio gas para engatusar al personal. Y a la audiencia.
También a Belén Rueda, a pesar de su experiencia en estos menesteres. La cosa es que el gancho era Belinda Washington, otra gran actriz de portentosa intensidad. Para peliculera ella, vamos. En el buen sentido del show business. Así empezó a "demostrar" a Rueda sus poderes para la clarividencia. Todo lo que vaticinaba sucedía literalmente en el restaurante en el que estaban comiendo. Incluso un accidente de coche en la calle, frente a la ventana del comedor.
Y Belén Rueda siempre escuchando expresivamente a su compañera. Con su reconocible mirada, tan transparente, tan honesta, tan que habla sin necesidad de hablar, mirada que sigue intacta desde que la conocimos en el 90. Primero como presentadora, brillando junto a Emilio Aragón. Después como actriz de prestigio.
En ese mismo instante, es fácil percatarse de cuál ha sido uno de los sustentos de la fuerza para transmitir en primer plano de Belén Rueda: la habilidad para oír con sus ojos. Hasta en momentos de perplejidad, cuando muestras incredulidad por lo que te está contando una fantasiosa.
En ese prolegómeno de aparente locura, Belén Rueda ejerce el nutriente de los grandes intérpretes, ya sean como actores, como periodistas o como comunicadores: intentar entender hasta lo más inverosímil. Intentar que la empatía pueda más que juzgar a la persona que vas a entrevistar o tienes que dar vida. Aunque, a veces, sea difícil. Intentar, en definitiva, interpretar. En la magnitud completa de la palabra.
Y cuando las “visiones” que anunciaba Belinda Washington empezaban ya a sonar a parapsicología delirante, la naturalidad de Belén Rueda logra rebajar intensidades y trata de poner cierto orden sensato a los extraños argumentos. Usual en ella desde que la descubrimos. Esta vez, lo hace verbalizando una inspiradora frase que nunca es una broma: "Cuando paras ves, el problema es que no paramos”.
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