‘La imatge permanent’: lo auténtico, ese lugar común

treutel.aleen

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La búsqueda de lo “auténtico” es uno de los hilos que mueve La imatge permanent, la ópera prima con la que Laura Ferrés logró la Espiga de Oro en la última Seminci de Valladolid, la primera para una directora española. Uno de sus personajes, la introvertida Carmen, trabaja para una agencia de publicidad cazando con su cámara rostros reales. En su camino hacia esa verdad fisionómica se topa con Antonia, una vendedora ambulante de perfumes con la que establece una amistad que cabría definir como extraña. “Auténtico” y “extraño” son dos atributos que emparentan este filme con esa nueva corriente del cine español que con desigual fortuna vincula el realismo etnográfico con un cine que persigue lo inclasificable, de Destello bravío, de Ainhoa Rodríguez, a la mucho más inspirada Espíritu sagrado, de Chema García Ibarra.

Dentro de ese movimiento, en el que predominan los personajes hieráticos y cierto surrealismo ambiental, la película de Ferrés aporta pinceladas interesantes, como el baile en un bar a ritmo de palmas y el traqueteo de un tren, o casi todos los momentos musicales de una película que, tras un arranque muy sugerente, se encamina hacia un realismo feísta a lo Ulrich Seidl que no acaba de cuajar. La búsqueda de los misterios de lo cotidiano y de la autenticidad a través de la disfuncionalidad de intérpretes naturales se queda sin remedio en un lugar demasiado común.

En el primer bloque del filme conocemos a Antonia de adolescente. A través de una fotografía, adivinamos la sombra de su padre desaparecido y el rostro de su madre. Antonia es andaluza, tuvo una hija demasiado joven y vive en la pobreza. La segunda parte está dedicada al encuentro, medio siglo después, entre Carmen y Antonia en el Prat de Llobregat, un sitio en el extrarradio de Barcelona que expresa la condición de fuera de lugar de las dos mujeres. Es ahí donde Ferrés —que en 2017 fue premiada en la Semana de la Crítica de Cannes por el cortometraje Los desheredados, en el que retrataba a su padre frente a la ruina del negocio familiar—, invoca uno de los temas de la película: los fantasmas del pasado y la identidad perdida de los emigrantes andaluces que llegaron a Cataluña. Ferrés habla de los que se sienten diferentes y desubicados, de los que nacieron pobres y ahí siguen, o de las mujeres y sus canciones como única patria. Es una pena que el juego de espejos entre Carmen y Antonia, su secreto vínculo, resulte tan críptico y forzado.

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