Duncan_Mertz
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La guitarra flamenca de Yerai Cortés pone el colofón a un fructífero año de biopics musicales españoles. Segundo premio, La estrella azul y este documental son tres películas que, cada una a su manera, indagan en la identidad y el motor artístico de sus personajes principales. Si Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez, que firman la más excepcional del lote, ofrecen un retrato de cierto nihilismo generacional de los noventa pasado por la madrugá del Albaicín, en la emotiva película de Javier Macipe sobre el malogrado rockero Mauricio Aznar, la búsqueda alcanza al folclore argentino. Tal vez podría incluirse el filme de Kike Maíllo Disco, Ibiza, Locomía, pero la música no es medular en una historia centrada, sobre todo, en el fenómeno fan.
En la ópera prima de Antón Álvarez, también conocido como C. Tangana o Pucho, el flamenco de Cortés es, sin embargo, crucial. La sensación al verla es la de asistir a una doble búsqueda: la del personaje principal y su necesidad de exorcizar sus traumas familiares, y la del propio director, cuya curiosidad y audacia trascienden disciplinas.
En el arranque, Álvarez se toma un café con porras en el Café Gijón de Madrid. Es un plano fijo en el que el músico, productor y ahora director, explica —con una mirada y una textura que remiten al viejo idioma televisivo— cómo nació la película que vamos a ver. Fue en la noche en que Tangana vio tocar por primera vez a Cortés. Le llamó la atención porque “los gitanos lo trataban de gitano y los modernos de moderno”. Casualmente, esa también fue la noche en que miles de madrileños se admiraron por un extraño fenómeno en el cielo: una fila india de estrellas, los satélites Starlink enviados al espacio por Elon Musk.
Las imágenes espaciales abren y cierran un documental que juega su mejor baza cuando está más pegado a tierra. Pucho, como llaman a Álvarez todo el rato en la película, ejerce de maestro de ceremonias con sus preguntas logrando un juego oral rico en matices. Entre palabras y música se va desenterrando el secreto que encierra el disco de Cortés en una película que destaca cuando entran en escena sus padres.
Álvarez propone un documental que se deja contagiar por la vida exterior al rodaje, un lugar común del lenguaje naturalista que está bien resuelto. Donde chirría más el engranaje es en el contraste que provocan algunos números musicales y su esforzado artificio o en ciertos aspectos de la vida sentimental de Cortés, que acaban siendo confusos. Al final, y entre momentos brillantes y otros más anecdóticos, La guitarra flamenca de Yerai Cortés se abre paso fluctuando entre su doble ambición, música e imagen.
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En la ópera prima de Antón Álvarez, también conocido como C. Tangana o Pucho, el flamenco de Cortés es, sin embargo, crucial. La sensación al verla es la de asistir a una doble búsqueda: la del personaje principal y su necesidad de exorcizar sus traumas familiares, y la del propio director, cuya curiosidad y audacia trascienden disciplinas.
En el arranque, Álvarez se toma un café con porras en el Café Gijón de Madrid. Es un plano fijo en el que el músico, productor y ahora director, explica —con una mirada y una textura que remiten al viejo idioma televisivo— cómo nació la película que vamos a ver. Fue en la noche en que Tangana vio tocar por primera vez a Cortés. Le llamó la atención porque “los gitanos lo trataban de gitano y los modernos de moderno”. Casualmente, esa también fue la noche en que miles de madrileños se admiraron por un extraño fenómeno en el cielo: una fila india de estrellas, los satélites Starlink enviados al espacio por Elon Musk.
Las imágenes espaciales abren y cierran un documental que juega su mejor baza cuando está más pegado a tierra. Pucho, como llaman a Álvarez todo el rato en la película, ejerce de maestro de ceremonias con sus preguntas logrando un juego oral rico en matices. Entre palabras y música se va desenterrando el secreto que encierra el disco de Cortés en una película que destaca cuando entran en escena sus padres.
Álvarez propone un documental que se deja contagiar por la vida exterior al rodaje, un lugar común del lenguaje naturalista que está bien resuelto. Donde chirría más el engranaje es en el contraste que provocan algunos números musicales y su esforzado artificio o en ciertos aspectos de la vida sentimental de Cortés, que acaban siendo confusos. Al final, y entre momentos brillantes y otros más anecdóticos, La guitarra flamenca de Yerai Cortés se abre paso fluctuando entre su doble ambición, música e imagen.
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