cary.keeling
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Aunque en 2022 se descubrió que había falseado su biografía, es posible que los que la conocían siguieran repitiéndose lo mismo sobre ella: que Elisabeth Finch era una desgraciada. Anatomía de Grey había hecho de Finch una guionista de relumbrón y, en los pasillos de la industria, su nombre se murmuraba con lástima y un ápice de admiración. Elisabeth Finch era la mujer con peor suerte del mundo y, precisamente gracias a ello, medraba.
Su historia comienza cuando, trabajando como guionista en Crónicas vampíricas, denuncia a un director por acoso sexual. La acusación se desestimó y ella abandonó la serie. Nadie se sorprendió: así funcionaba la trastienda de la fama. Los agresores salían indemnes y las víctimas se batían en retirada. Años después, Elisabeth Finch admitió que se lo había inventado todo. Y con “todo”, no hablamos únicamente de su denuncia. Hablamos de todo.
Su llegada al Grey Memorial
Tras unos años en las sombras, que ahora cabe imaginar de maquiavélica planificación, el nombre de Elisabeth Finch vuelve a estamparse en una revista. La publicación, Elle, le dedica varios párrafos: por el cuerpo de la guionista se pasea un pavoroso cáncer de huesos cuya esperanza de vida, en la mayor parte de los casos, no supera los cinco años. No obstante, Finch sonreía: quería seguir escribiendo. Ella había nacido para inventar historias. Su sonrisa, algo menos fingida en este caso.
La difusión de la noticia fue tal que Shonda Rhimes le ofreció un puesto en su equipo de guionistas. Anatomía de Grey le abrió las puertas y ella, a cambio, puso su lúgubre experiencia al servicio de los personajes. La enfermiza Finch introdujo detalles de su presunta biografía en los guiones. Su entereza y compromiso con la ficción dejaron perplejos a sus compañeros, que no tenían ningún problema en disculpar el que Finch fuese una presencia elusiva en las mesas de guion.
Muchos días, faltaba y otros las interrumpía para, al galope, escapar en dirección al cuarto de baño. Sus compañeros cabeceaban. Ellos escribían sobre enfermedades y la pobre Elisabeth las sufría.
Un tiroteo y una boda
Lentamente y sin que nadie hiciera demasiadas preguntas, el cáncer quedó atrás. La alegría en el equipo de guionistas no duró mucho: el 27 de octubre de 2018, se produjo un tiroteo en una sinagoga de Pittsburgh. Elisabeth Finch envió un mensaje a sus compañeros de Anatomía de Grey, que tendrían que prescindir de ella durante, al menos, una semana. Entre los 11 muertos, se contaba un amigo muy querido de Elisabeth.
El duelo le provocó un trastorno de estrés postraumático que, en última instancia, la condujo hasta un centro de personas con problemas mentales. Allí conoció a Jennifer, una mujer gangrenada emocionalmente tras su matrimonio con un maltratador. Elisabeth Finch ejerció sobre ella un misterioso influjo y, semanas después de encontrarse, ambas habían decidido casarse. Los hijos de Jennifer acogieron a Finch como a la salvadora de su madre y, cuando caminaron hacia el altar, ellos la acompañaron.
Para entonces, los hijos de Jennifer habían perdido a su padre, quien, tras saber que su exmujer iba a casarse, se metió el cañón de una pistola en la boca y disparó. La bala no se alojó en su cerebro, sino en la periferia y, en lugar de una muerte inmediata, el hombre cayó en coma. Elisabeth, lejos de retroceder unos pasos para que Jennifer lidiase a su manera con la situación, decidió capitanearla.
De hecho, en el documental Anatomía de las mentiras, sobre Elisabeth Finch, distribuido en los Estados Unidos por Peacock, se insinúa que fue la guionista quien convenció a la familia para que desconectase al marido de Jennifer del respirador.
La mentirosa de 'Anatomía de Grey' lo cuenta todo
Este fue el titular con el que una revista publicó la confesión de una Elisabeth Finch arriconada por aquello que había evitado durante toda su vida: la verdad. Su caída en desgracia comenzó cuando Jennifer advirtió el macabro gen competitivo de su mujer. Si alguien decía, por ejemplo, que se había despertado con unas décimas de más, ella subía la apuesta y afirmaba que, desde hacía unos días, sospechaba que el cáncer de huesos se había reproducido.
El escepticismo de Jennifer se incrementó cuando supo que Elisabeth Finch se había adueñado de la historia de su exmarido y que, en consecuencia, sus compañeros creían que quien se había suicidado era el hermano de Finch. Alarmada, Jennifer comenzó a investigar y dio con una fotografía de la guionista, disfrazada por Halloween, el mismo día en el que se produjo el tiroteo de Pittsburgh, aquel que se había cobrado la vida de su amigo y que, a la larga, la había llevado al centro de salud en el que se conocieron.
Como una manguera que alguien hubiera pisado durante años para, de repente, levantar el pie, la verdad empezó a borbotear furiosamente: Elisabeth Finch nunca había estado enferma, ni su amigo había muerto, ni había sido acosada por un director en Crónicas vampíricas. Jennifer recabó pruebas y se las envió a Shonda Rhimes, que, tras iniciar una investigación interna sobre su guionista, la despidió.
Elisabeth Finch terminó revelando su paradójica verdad: igual que algunos son adictos al sexo, a las drogas o al alcohol, ella lo era a mentir. Y remataba la justificación aludiendo a su trágica infancia, en la que tuvo que soportar la agresividad de sus padres. Y un largo etcétera, a buen seguro también inventado, que cierra la biografía de Elisabeth Finch, guionista que consiguió un estatus en Hollywood de la forma más turbia y, al mismo tiempo, lógica posible: inventando historias. Justamente como haría un guionista.
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