thiel.violet
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“Antonio, mándame algo, por favor”. En 2010, el diseñador de moda Antonio Miró respondió a las plegarias de Joan Gaspar, actual director de producto de Marset, con un sencillo dibujo de tres trazos. Este sería el germen de la lámpara Duna, reconocible por su base de aluminio que se asemeja a una maceta llena de arena y una pantalla de metacrilato en rojo, naranja o blanco. “Si yo hago ropa, no me pidas más”, respondió Miró, pero en Marset siguieron su intuición y suplieron la falta de técnica con la creatividad del fallecido diseñador. “Antonio era un artista, nosotros cogimos la esencia, su idea y la transformamos en lo que es Duna hoy”. Esta lámpara que recuerda a las antorchas de civilizaciones pasadas fue un diseño que marcaría un antes y un después en la iluminación de exteriores, ahora un miembro más en la gran familia de luminarias de Marset que conquista a mercados tan dispares como Estados Unidos, Alemania, Francia y Reino Unido.
Con una producción de 100.000 lámparas al año, esta empresa familiar que dirige ahora su tercera generación ha dado a conocer al mundo entero la artesanía catalana en el ámbito de la luz. Una labor que comenzó en los años cuarenta su fundador, Paco Marset, originario de Albacete, en un pequeño taller de fundición de latón del barrio de Les Corts. “Allí vivía toda mi familia: mis abuelos en la primera planta, nosotros en la segunda y mis tíos en la tercera. Mi padre ayudaba a mi abuelo, que recibía encargos de todo tipo, desde una campana en una iglesia a las típicas lámparas de bronce… Y luego nos sumamos nosotros, los nietos”, apunta Carlos Marset, actual co-consejero delegado de la compañía junto a su hermano Javier. Ambos desgranan la historia de Marset como un guion en paralelo a las memorias de su propia familia. Transformar la fundición tradicional en una fábrica de lámparas no sucedería hasta 1976, cuando Jesús Marset, ingeniero de formación, y su hermano Pepe, que perteneció a la primera promoción de diseñadores industriales de la Llotja, la escuela pública de diseño de Barcelona, decidieran dar un giro a la empresa familiar poniendo el foco en el diseño con un producto seriado. La muerte accidental del segundo en 1987 lo paralizó, pero la empresa siguió haciendo lámparas tradicionales de buena calidad, uno de los rasgos definitorios del ADN de Marset.
A finales de los años noventa, la entrada de Javier Marset y Joan Gaspar en la empresa hace realidad el sueño de su tío de convertir a Marset en un símbolo del diseño y la modernidad. “Justo después de los Juegos Olímpicos, Barcelona experimentó un bum del diseño. Nos centramos en la originalidad y empezamos a trabajar con multitud de autores”, explica hoy Marset. Uno de ellos fue el legado de Vapor, la pequeña editora de Barcelona fundada por el diseñador Lluís Porqueras. Al cierre de la empresa, y como fan de su trabajo, acordó que Marset se quedaría con el catálogo y entraría en la empresa Joan Gaspar, diseñador industrial y discípulo de Porqueras. “Así surgieron dos patas del proyecto; por una parte, la lámpara de diseño con Joan Gaspar, y por otro el producto clásico que orquestaba mi padre”
Este cambio de guion se convertiría en el pilar estratégico para el desarrollo empresarial de Marset, con filial en Nueva York desde 2010 y showrooms en Milán y en el Design Post de Colonia donde mostrar sus colecciones. En esta etapa de internacionalización, Stefano Colli ha diseñado cada espacio de la marca y es el autor del proyecto de arquitectura e interiorismo de su nueva sede en Terrassa, inaugurada en 2019. A unos 20 kilómetros de Barcelona, en el polígono industrial de Can Guitart, una antigua fábrica de envasado de 12.000 metros cuadrados de terreno fue la ubicación elegida. A medio camino entre un lugar de trabajo y una sala de exposición, la factura de Colli impregna todo el edificio, como el techo de la planta central que ocupan las oficinas o la ingeniería cubierta por tablones de madera que recuerdan a un pergamino. “Esta estructura se la inventó Stefano, visualmente es súper potente y muy funcional, ya que es fonoabsorbente y sirve de aislante térmico, algo muy valioso porque estamos lejos del mar”, explica Carlos Marset durante la visita a la fábrica.
El espacio, que fue remodelado en tres fases —naves para almacenamiento y producción, las oficinas y finalmente las zonas comunes —, cuenta con las lámparas de Marset como hilo conductor. Durante el recorrido uno puede ser testigo del esmaltado —”más cerca del arte que de la industria”, recalca Carlos— inventado por Jordi Canudas en 2018 para su famosa Dipping. También de la ingravidez de Ambrosia, basada en un diseño de Ciszak Dalmas, el estudio madrileño, con el que ganaron el premio Delta de Oro; o las nuevas versiones de FollowMe, el diseño sin cables de Inma Bermúdez que revolucionó el mundo de las lámparas de batería. Caramel, el aplique circular en vidrio de Joan Gaspar presentado durante la última edición de la Milano Design Week, o las mil y una caras de Ginger, bautizada en honor al músico Ginger Baker, son otros miembros de su extenso catálogo. “A nivel industrial tocamos absolutamente de todo; de lo más técnico como la inyección de plástico y aluminio, el LED o la domótica, a partes más artesanales que incluyen la fundición, la cerámica, el vidrio soplado o la madera. El 80% de nuestros proveedores está en Cataluña, una región que sigue siendo muy potente en el sector aunque con cada crisis decrecen oficios como el torno o los baños de cromo”.
Desde las ventanas de los despachos se puede apreciar otro sostén de la nueve sede, el entorno. Para el jardín contaron con la rúbrica de Josep Farriol, paisajista de Barcelona que trabajó como ilustrador y colaborador de Mariscal. “Es todo un artista”, señala Carlos, “pinta los jardines y luego los reproduce. Aquí contamos con más de 20 tipos de plantas, lo único que existía era el olivo y una pequeña isla de césped”, describe con orgullo. Lámparas de exterior como Elipse o Babila son las otras protagonistas, una muestra de cómo la intervención de los jardines sin necesidad de iluminación técnica es un campo en el que Marset se mueve con soltura. “Hemos pasado de la terraza a estar en los jardines, ya sea de una casa de campo o un campo de golf”, recalcan. La naturaleza de los espacios también ha evolucionado, y dieron el salto a los hoteles con su superventas Ledtube, un aplique de lectura diseñado por Daniel López en 2009. “Es la lámpara que más se coloca en todo el mundo, la pieza insigne de un hotel”, explica Carlos. Las oficinas son el último reto de Marset; si empresas como Google, Coca-Cola o Sony ya cuentan con sus diseños, sus lámparas y el color son el eje del proyecto decorativo de Fabrick, una antigua fábrica textil que alberga oficinas y locales de alquiler en el barrio de Gracia. “Queremos iluminar oficinas, y no solo los espacios generales sino también despachos o zonas de exterior”, afirman. Pero el escenario, al final, pasa a ser secundario. Cuando el sol decae, y su encendido se justifica –ya sea al calor del hogar, en la intimidad de una cama de hotel o compartiendo mesa de oficina– hay algo singular en la luz de Marset. “Es un sentimiento, como un estilo al vestir, que se reconoce al verlo. Así es nuestro trabajo, habla por sí solo”.
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Con una producción de 100.000 lámparas al año, esta empresa familiar que dirige ahora su tercera generación ha dado a conocer al mundo entero la artesanía catalana en el ámbito de la luz. Una labor que comenzó en los años cuarenta su fundador, Paco Marset, originario de Albacete, en un pequeño taller de fundición de latón del barrio de Les Corts. “Allí vivía toda mi familia: mis abuelos en la primera planta, nosotros en la segunda y mis tíos en la tercera. Mi padre ayudaba a mi abuelo, que recibía encargos de todo tipo, desde una campana en una iglesia a las típicas lámparas de bronce… Y luego nos sumamos nosotros, los nietos”, apunta Carlos Marset, actual co-consejero delegado de la compañía junto a su hermano Javier. Ambos desgranan la historia de Marset como un guion en paralelo a las memorias de su propia familia. Transformar la fundición tradicional en una fábrica de lámparas no sucedería hasta 1976, cuando Jesús Marset, ingeniero de formación, y su hermano Pepe, que perteneció a la primera promoción de diseñadores industriales de la Llotja, la escuela pública de diseño de Barcelona, decidieran dar un giro a la empresa familiar poniendo el foco en el diseño con un producto seriado. La muerte accidental del segundo en 1987 lo paralizó, pero la empresa siguió haciendo lámparas tradicionales de buena calidad, uno de los rasgos definitorios del ADN de Marset.
A finales de los años noventa, la entrada de Javier Marset y Joan Gaspar en la empresa hace realidad el sueño de su tío de convertir a Marset en un símbolo del diseño y la modernidad. “Justo después de los Juegos Olímpicos, Barcelona experimentó un bum del diseño. Nos centramos en la originalidad y empezamos a trabajar con multitud de autores”, explica hoy Marset. Uno de ellos fue el legado de Vapor, la pequeña editora de Barcelona fundada por el diseñador Lluís Porqueras. Al cierre de la empresa, y como fan de su trabajo, acordó que Marset se quedaría con el catálogo y entraría en la empresa Joan Gaspar, diseñador industrial y discípulo de Porqueras. “Así surgieron dos patas del proyecto; por una parte, la lámpara de diseño con Joan Gaspar, y por otro el producto clásico que orquestaba mi padre”
Este cambio de guion se convertiría en el pilar estratégico para el desarrollo empresarial de Marset, con filial en Nueva York desde 2010 y showrooms en Milán y en el Design Post de Colonia donde mostrar sus colecciones. En esta etapa de internacionalización, Stefano Colli ha diseñado cada espacio de la marca y es el autor del proyecto de arquitectura e interiorismo de su nueva sede en Terrassa, inaugurada en 2019. A unos 20 kilómetros de Barcelona, en el polígono industrial de Can Guitart, una antigua fábrica de envasado de 12.000 metros cuadrados de terreno fue la ubicación elegida. A medio camino entre un lugar de trabajo y una sala de exposición, la factura de Colli impregna todo el edificio, como el techo de la planta central que ocupan las oficinas o la ingeniería cubierta por tablones de madera que recuerdan a un pergamino. “Esta estructura se la inventó Stefano, visualmente es súper potente y muy funcional, ya que es fonoabsorbente y sirve de aislante térmico, algo muy valioso porque estamos lejos del mar”, explica Carlos Marset durante la visita a la fábrica.
El espacio, que fue remodelado en tres fases —naves para almacenamiento y producción, las oficinas y finalmente las zonas comunes —, cuenta con las lámparas de Marset como hilo conductor. Durante el recorrido uno puede ser testigo del esmaltado —”más cerca del arte que de la industria”, recalca Carlos— inventado por Jordi Canudas en 2018 para su famosa Dipping. También de la ingravidez de Ambrosia, basada en un diseño de Ciszak Dalmas, el estudio madrileño, con el que ganaron el premio Delta de Oro; o las nuevas versiones de FollowMe, el diseño sin cables de Inma Bermúdez que revolucionó el mundo de las lámparas de batería. Caramel, el aplique circular en vidrio de Joan Gaspar presentado durante la última edición de la Milano Design Week, o las mil y una caras de Ginger, bautizada en honor al músico Ginger Baker, son otros miembros de su extenso catálogo. “A nivel industrial tocamos absolutamente de todo; de lo más técnico como la inyección de plástico y aluminio, el LED o la domótica, a partes más artesanales que incluyen la fundición, la cerámica, el vidrio soplado o la madera. El 80% de nuestros proveedores está en Cataluña, una región que sigue siendo muy potente en el sector aunque con cada crisis decrecen oficios como el torno o los baños de cromo”.
Desde las ventanas de los despachos se puede apreciar otro sostén de la nueve sede, el entorno. Para el jardín contaron con la rúbrica de Josep Farriol, paisajista de Barcelona que trabajó como ilustrador y colaborador de Mariscal. “Es todo un artista”, señala Carlos, “pinta los jardines y luego los reproduce. Aquí contamos con más de 20 tipos de plantas, lo único que existía era el olivo y una pequeña isla de césped”, describe con orgullo. Lámparas de exterior como Elipse o Babila son las otras protagonistas, una muestra de cómo la intervención de los jardines sin necesidad de iluminación técnica es un campo en el que Marset se mueve con soltura. “Hemos pasado de la terraza a estar en los jardines, ya sea de una casa de campo o un campo de golf”, recalcan. La naturaleza de los espacios también ha evolucionado, y dieron el salto a los hoteles con su superventas Ledtube, un aplique de lectura diseñado por Daniel López en 2009. “Es la lámpara que más se coloca en todo el mundo, la pieza insigne de un hotel”, explica Carlos. Las oficinas son el último reto de Marset; si empresas como Google, Coca-Cola o Sony ya cuentan con sus diseños, sus lámparas y el color son el eje del proyecto decorativo de Fabrick, una antigua fábrica textil que alberga oficinas y locales de alquiler en el barrio de Gracia. “Queremos iluminar oficinas, y no solo los espacios generales sino también despachos o zonas de exterior”, afirman. Pero el escenario, al final, pasa a ser secundario. Cuando el sol decae, y su encendido se justifica –ya sea al calor del hogar, en la intimidad de una cama de hotel o compartiendo mesa de oficina– hay algo singular en la luz de Marset. “Es un sentimiento, como un estilo al vestir, que se reconoce al verlo. Así es nuestro trabajo, habla por sí solo”.
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