Gwendolyn_Schneider
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Unos meses después del asalto al Capitolio, el Partido Republicano calificó como “discurso político legítimo” aquel intento de golpe de Estado instigado por Trump y protagonizado por una horda de fanáticos encolerizados que creían firmemente en una manipulación electoral jamás ocurrida. Era político, desde luego, regurgitar las mentiras de un presidente que pasará a la historia, entre otras cosas, por haber tergiversado el discurso público hasta su expresión más dañina, utilizando, según historiadores como Timothy Snyder, tácticas provenientes de Rusia y un vocabulario limitado al nivel de primaria. Era completamente ilegítimo lo acaecido, el pánico generalizado, las cinco muertes inmediatas y los cuatro suicidios posteriores, desde el momento en que se intentó subvertir la voluntad popular depositada en las urnas. Pero daba igual, porque lo importante era mentir y afianzar la mentira sistematizada y programática entre las vísceras del funcionamiento institucional norteamericano.
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