‘La estrella azul’: un rockero olvidado en busca de una verdad perdida

Gudrun_Yundt

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En un mundo rendido al culto a la fama, La estrella azul invoca la luz que proyectan los caminos secundarios, alejados de la idea dominante del éxito que hoy impera. Solo por eso, el debut en el largometraje de Javier Macipe resulta un hallazgo a contracorriente de un género tan pujante en el audiovisual como el biopic, enfrascado en exprimir hasta la última gota de vida de figuras de la cultura, especialmente músicos. Conocemos episodios de sus biografías a través de series, de ficción y documentales, y de grandes producciones cinematográficas que también se suman a la moda, por lo general acartonada y hagiográfica, que mete en el mismo saco a Bob Marley, Leonard Bernstein o Aretha Franklin.

Ante esta burbuja que no acaba de pinchar —hace solo unos días se anunciaron cuatro películas dirigidas por Sam Mendes sobre los cuatro miembros de The Beatles—, la modesta La estrella azul se impone como una feliz rareza, una ficción con trazas de documental basada en la aventura de un músico conocido sobre todo en los circuitos aragoneses y cuya corta vida se convierte en el centro de un filme que, pese a sus arritmias, resulta emocionante. La historia es la del poeta y rockero Mauricio Aznar, nacido en 1964 y fallecido en 2000, que lideró varios grupos (Golden Zippers, Más Birras y Almagato) y cuyo mayor éxito comercial fue que Héroes del Silencio hiciese una versión de su tema Apuesta por el rock’n’roll.

Pepe Lorente, como Mauricio Aznar en 'La estrella azul'.

La estrella azul es la historia de un músico lastrado por su adicción a la heroína que en los años noventa decidió buscarse a sí mismo en el folclor latinoamericano. Admirador desde niño del argentino Atahualpa Yupanqui, Aznar viajó en 1993 a Argentina para superar su crisis existencial y musical. Allí descubrió la chacarera y a Los Carabajal, una familia de músicos (“Chacarera del alma / dame ternura y canto / para arrullar mis sueños / con maternal encanto”, dice una de sus canciones) que le devolvieron la verdad que entonces tanto necesitaba.

La película de Macipe está construida como una trenza en la que la ficción pasa por el documento y el documento por la ficción creando un sendero en el que cine y vida se acabarán encontrando. El director y guionista, que ha tardado diez años en acabar un proyecto que ha pasado por todo tipo de obstáculos, nos transporta con pocas pinceladas a la vida de una ciudad de provincias en la última década del siglo XX, a los garitos y calles que pisa un personaje sumido en un fatal círculo vicioso, para abrirse después a la road movie naturalista que evoca el viaje argentino de Mauricio Aznar. Ambos registros funcionan en gran medida gracias al trabajo del actor Pepe Lorente, que da vida al malogrado rockero transmitiendo sus luces y sombras, pero sin subrayar ninguna de las dos, solo reflejando de forma muy sutil la mezcla de desesperanza y entusiasmo que marcó el paso final de su vida. Lorente, además, funciona como puente entre la ficción y el documento, entre el pasado y el presente. La película no edulcora el relato, aunque sí mima su música, grabada sin miedo al directo, hasta resucitar, por momentos de forma conmovedora, el viaje de ida vuelta de Mauricio Aznar.

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