La España ideologizada

Joanie_Collins

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Si en el orden humano la reacción de la ciudadanía a la tragedia fluvial de Valencia ha sido un hermoso ejemplo de solidaridad y una muestra de cohesión moral entre los territorios de España, más unidos en el fondo de lo que proclaman los cantores de la federación asimétrica, en el orden de la política activa esta tragedia está poniendo de relieve la ausencia de un espíritu unitario que por encima de la contingencia diaria dé fuerza y espesor a una auténtico ideal de nación. Como tantas veces en el curso de nuestra historia, el pueblo está siendo mejor que la clase política, atareada en una estrategia defensiva y utilitarista éticamente miserable y sobrada de sectarismo que antepone la ideología a las ideas y el interés partidista a la búsqueda del bien común. El cruce de relatos de uno y otro signo destinados a salvar las responsabilidades de los contendientes impide una acción unitaria capaz de hacer frente con eficacia al problema y revela una grave deformación del sistema de convivencia democrática en el que teóricamente vivimos. Sobran, pues, gorgoritos ideológicos de pacotilla y falta un verdadero pensamiento sólido que en contingencias nacionales como la presente sepa hacer frente con eficacia al problema. Mucho tiene que ver en estas carencias un sistema escolar que lleva décadas promocionando en el vacío a generaciones de españoles. Y también el deplorable nivel intelectual de una clase política que nos está ofreciendo un guirigay dialéctico sin altura de miras ni rigor alguno . Sobran reproches mutuos y falta ideación. Sobran logomaquias y faltan mensajes con contenido. Sobra ideología y faltan ideas. En principio la distinción entre 'idea' e ' ideología' no tendría por qué ser un contraste entre dos nociones enfrentadas. Si la idea es, como recoge en una de sus acepciones el diccionario académico, el «conocimiento puro, racional, debido a la naturales condiciones de nuestro entendimiento», la ideología habría de ser, según el mismo diccionario, «el conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad, de un movimiento cultural, religioso o político». La historia de la humanidad nos revela, sin embargo, que esta aséptica coherencia entre una y otra noción nada tiene que ver con la realidad. Si las ideas como tales se mantienen en el ámbito más puro y racional del conocimiento, la ideología ha ido derivando en el curso del tiempo hacia un significado pragmático y sectario, hacia una manipulación interesada y utilitarista de laa ideas, convirtiéndose en un instrumento opresivo en manos de dirigentes sin escrúpulos. Las ideas se ofrecen a la consideración pública como frutos del libre pensar humano. La ideología, por el contrario, se impone como el destilado más innoble de la pura ideación. Un doctrinarismo asfixiante, producto de las dos ideologías más totalitarias de la historia, sembró de ruinas, en pleno siglo XX. la vieja Europa nacida al calor del optimismo ilustrado y transformó un valioso arsenal de ideas en un perverso artefacto ideológico. La vida política de la España de hoy está tan contagiada de ideología, tan reducida a esquemas simplistas de pensamiento y a estereotipos dialécticos sin sustancia, que seguir el hilo de la dialéctica parlamentaria es un ejercicio de tediosa resignación. El reproche sustituye al debate, el exabrupto a la sutileza crítica y el latiguillo a la originalidad semántica. En nombre de la ideología se promulgan leyes técnicamente inanes o aberrantes. Y se ahonda irresponsablemente en la división entre españoles., removiendo viejos rescoldos del peor pasado y fomentando un antagonismo más artificial que real que no está tanto en los ciudadanía cuanto en los entresijos de la profesionalizada política que nos gobierna. Nada puede, pues, extrañarnos que ese desasosegante prurito ideológico se esté revelando como el mayor obstáculo para afrontar razonablemente una tragedia como la que España está sufriendo en tierras de Valencia. La sobra de ideología y la falta de sindéresis sustituyen a la racionalidad que una verdadera nación necesita en momentos tan cruciales de su historia. O este país aprende a desprenderse del velo ideológico que le impone buena parte de su clase política o estará condenado, como el Sísifo dantesco, a levantar una y otra vez la misma piedra de siempre.SOBRE EL AUTOR Rogelio Reyes Catedrático emérito de Literatura Española

 

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