‘La derrota de Occidente’, de Emmanuel Todd: la deriva nihilista de una sociedad sin cosmovisión religiosa

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El libro del historiador y demógrafo francés Emmanuel Todd La derrota de Occidente no solo intenta proporcionar una respuesta informada y argumentada a la pregunta, de carácter histórico-político, ¿qué nos está pasando? (especialmente desde el punto de vista geoestratégico a raíz de la invasión rusa de Ucrania), sino que también aborda otro interrogante, de naturaleza más bien antropológico-filosófica, que bien podríamos formular en estos términos: ¿cómo hemos venido a parar aquí?

Probablemente sea al abordar esta segunda cuestión cuando aparece el Todd más ambicioso y audaz desde el punto de vista teórico, que aborda, asumiendo una perspectiva inequívocamente neoweberiana, la deriva que ha seguido el Occidente moderno hasta llegar a la situación actual, que nuestro autor describe y valora en términos extremadamente críticos. Porque ni siquiera estamos ya en aquella situación de hace unos pocos años, cuando, de forma apresurada, subsumíamos el punto de vista dominante bajo el rubro de posmodernidad, propuesta cuya tonalidad fundamental era la de un relativismo escéptico, pero en la que todavía cabía pensar en diversos convencimientos en presencia (aunque ya no dispusiéramos de criterios para jerarquizarlos). El imaginario colectivo actual, como señala Todd, alineándose en este punto con pensadoras tan relevantes como la filósofa y politóloga estadounidense Wendy Brown, parece haberse deslizado irreversiblemente hacia el nihilismo.

La referencia a Max Weber resulta de todo punto pertinente, así como el prefijo neo con el que matizábamos la adscripción teórica de Todd. Porque probablemente uno de los rasgos más destacados de este libro sea la forma en la que se da cuenta del desenlace de la modernidad en el que estamos inmersos. A lo largo de sus páginas se desarrolla un planteamiento nítidamente diferenciado —por no decir opuesto— del presentado por autores como Löwith, Kosselleck, Blumenberg o tantos otros al hablar de la secularización, a la que todos ellos consideraban como el proceso de conversión de categorías fundamentalmente de origen religioso en herramientas categoriales inmanentes, susceptibles de ser definidas y utilizadas sin recurrir a trascendencia alguna (Manuel Sacristán solía decir que lo que define al materialismo es el inmanentismo, cuya tesis fundamental es la de que el mundo debe explicarse por sí mismo). En ese sentido, cabría afirma que para los mencionados autores el signo histórico de la secularización se deja pensar en términos de una emancipación en materia de ideas.

Frente a este punto de vista, Todd entiende que los grandes discursos de legitimación, las visiones globales acerca de la sociedad y la historia, no son otra cosa que las versiones degradadas de las cosmovisiones religiosas. En el momento en el que estas empiezan a entrar en crisis, en lo que el autor francés denomina el “estadio zombi” de las mismas, es cierto que “aparecen creencias sustitutivas, generalmente ideologías políticas fuertes que organizan y estructuran a los individuos del mismo modo que lo hacía la religión”. Pero cuando, como pasa en nuestros días, las costumbres y los valores heredados de la religión se marchitan o explotan hasta desaparecer, con las creencias sustitutivas (los famosos grandes relatos de Lyotard) no alcanza y aparece un vacío religioso absoluto, entrando de lleno en el “estadio cero” de la religión. Llegados a ese punto, las sociedades que han sufrido ese proceso quedan atomizadas y en ellas “ni siquiera es concebible que el Estado pueda actuar eficazmente”.

Así pues, y aplicando la lógica weberiana, que atribuía al protestantismo el surgimiento y auge del capitalismo, Todd interpreta que ha sido precisamente el declive de las creencias religiosas de matriz protestante el elemento que mejor explica la deriva nihilista que han seguido buena parte de las sociedades occidentales. Alineándose en este punto con el viejo Ratzinger, el autor de La derrota de Occidente considera que sin fundamento religioso para los valores no hay forma humana de escapar al nihilismo. Y, apenas hará falta subrayarlo, no cabe peor opción que esta, porque, por decirlo con las palabras con las que se cierra el libro, “el nihilismo hace posible cualquier cosa, absolutamente cualquiera”. En efecto, ¿acaso hay algo peor que no saber a qué atenerse?

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