larue00
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La capital gallega ha acogido este martes la undécima edición de 'El mundo que viene', un foro impulsado por la Asociación para el Progreso de la Dirección (APD) y en el que se pusieron sobre la mesa las «inquietudes» que nacen fruto de una complejidad creciente en todo el planeta: el impacto de la tecnología, la aparición de conflictos bélicos, la afectación del cambio climático... De analizarlas y desgranarlas al por menor se encargó una remesa de expertos en distintos campos, que actuaron como ponentes. Entre ellos, Fernando Arancón, director de El Orden Mundial; y Antonio Izquierdo, catedrático de Sociología en la Universidad de La Coruña (UDC), que ha centrado su intervención en la demografía global y la búsqueda de un estado de bienestar a gran escala. La exposición de este último ha comenzado con una pregunta: «¿Hacia dónde vamos?»De acuerdo al catedrático, la humanidad, en números –el planeta tiene hoy cerca de 8.000 millones de habitantes–, seguirá creciendo. «La historia de la población es una historia de éxito», dijo desde el inicio; una en la que la humanidad ha logrado alargar su propia esperanza de vida. Pero no por ello «va a haber una bomba demográfica», igual que no la está habiendo ya, por un motivo: «La población se está autorregulando». De hecho, ha aventurado, «probablemente» el balance mundial nunca superará los 10.000 millones de habitantes, y seguramente se acerque más a los 9.000. «Y ¿a qué se debe esto?», ha preguntado, de modo retórico, a vivavoz. A su ver, detrás de ello hay varias causas.Por la parte que suma, una razón se encuentra en la reducción de la mortalidad infantil, que durante muchos años ha desincentivado la maternidad y mantenido la fecundidad en valores bajos, especialmente en países con sociedades faltas de recursos médicos y económicos. Ahora, el objetivo está en lograr «que las madres que quieren tener hijos puedan tenerlos», cosa que actualmente, ha enfatizado el catedrático, no sucede a gran escala. Con todo, cifró la media de hijos deseados, en Europa, en 2, mientras que el promedio de nacimientos se encuentra entre 1,2 y 1,3 para cada madre. Espera que esa condición de «maternidad frustrada», viéndose compensada en su medida por el descenso de la mortalidad infantil, pueda contribuir a estabilizar la demografía, aunque la situación responde a un abanico de motivos que también incluye las dificultades para encontrar vivienda o trabajo, o la insuficiencia de medios. Por otro lado, Izquierdo ha relatado que hace cerca de quince años que se 'cruzaron' las gráficas que representan las tasas mundiales de nacimientos –en descenso– y muertes –en crecimiento–, llevando, actualmente, a una situación de descenso del saldo natural. Y hay otro fenómeno clave que altera las dinámicas: la inmigración europea y la población adicional que trae al continente.«Somos más viejos», ha insistido el catedrático, y de ahí el «éxito» demográfico que reivindica, el mismo que ha dado lugar a una sociedad en la que conviven «muchas generaciones al mismo tiempo». Precisamente por eso, Izquierdo ve necesario realizar «ajustes» y comenzar a «trabajar», aunque sea complicado, de cara a que personas de todas las edades puedan convivir en lo profesional; llegó a considerar, en según qué situaciones, «absurda» la «pérdida» de médicos, profesores o cineastas cuando alcanzan la edad de jubilación. La previsión es que la población mayor de 65 años siga aumentando en el futuro, por lo que animó a ser «menos rígidos» con los «cambios de fase de vida», mediante la aplicación de ritmos y tiempos «diferentes». Y, a modo de conclusión, ha recordado que no por ello deberá descuidarse la oferta educativa a la que acceden los jóvenes: el sector de entre 25 y 64 años será el que más crezca en los próximos años. «Reglobalización» Fernando Arancón ha comenzado su intervención con otro enfoque: dando una «buena» y una «mala» noticia que, en realidad, son la misma: «El mundo que conocías ha cambiado»; y ha defendido que, nos guste o no, lo que más conviene es «conocerlo mejor». «Antes, esto era sencillo», pero ahora se ha vuelto «más complejo» y está muy marcado por los esfuerzos de empresas y países de cara a posicionarse en el «juego geopolítico». En concreto, se refirió a la crisis de 2008 como un «punto de inflexión» que «cambió el mundo» de forma similar al 'crack' del 29. Hasta comienzos de este siglo imperaba la deslocalización industrial, pero, de hecho, lo que se busca ahora en muchos casos es «deshacer» ese trabajo por culpa de las incertezas que brinda el nuevo marco geopolítico. «No hablamos de desglobalización, sino de reglobalización», ha acentuado Arancón; un «nuevo tipo» de globalización y un proceso diferente a la «constante histórica» que se ha venido desarrollando durante las décadas de los 80, los 90 y hasta los 2000. El nuevo siglo viene marcado por una creciente sensación de inseguridad, que comenzó con la citada crisis, por la que muchos países del globo llegaron a desinflar, o interrumpir, sus relaciones comerciales con terceros -excepto en el caso del comercio entre países de la Unión Europea-. La producción comenzó a encaminarse a reducir esa incerteza en la medida de lo posible; de ahí el afán por situar las fábricas que antes se localizaban en el otro extremo del mundo en territorios cercanos, pero sin dejar de de lado la búsqueda de costes reducidos: el llamado 'friendshoring'. En este aspecto, ha abundado Arancón, juegan un papel muy importante los gobiernos, que son los que fijan las políticas comerciales y fiscales: por ejemplo, la fiabilidad que irradia China, un país históricamente recurrente en la colocación fábricas americanas y europeas, para esta misión, ha ido reduciéndose y otros territorios van camino de ocupar su lugar, caso de la India. Y triunfa el unilateralismo: «Los países ya no se ponen de acuerdo», ha abundado, sino que sus estrategias pasan por la fijación de aranceles y normativas y obedecen a la norma de «disparar primero y preguntar después», a la «ley del más fuerte». Este es, ha citado, el esquema al que respondían las políticas de Trump; pero también otras europeas, como en el caso de los coches eléctricos importados de China. Además, imposiciones como estas permiten aprovecharse de los márgenes de adaptación que se aplican a los países afectados, que habitualmente no proporcionan un gran margen de maniobra y entorpecen sus operaciones. En una palabra, lo que preside el escenario global es la «complejidad» que afecta a la producción y al comercio: desde interrupciones de rutas comerciales, con atascos de barcos en Malasia y Singapur; hasta el impacto del cambio climático, que deja el Canal de Panamá «a medio gas», con niveles de agua bajos; además de otras amenazas, como los ataques de piratas. A ello se suma la amenaza a la seguridad de empresas y países, principalmente debido a conflictos bélicos; caso de Alemania, que ahora «paga la energía rusa a pecio de mercado», tras años adquiriéndola a costes reducidos, y su sociedad se está resintiendo. «Los países se están dando cuenta de que, al tomar por la fuerza lo que quieren, el mundo no reacciona», ha detallado el experto. De que «se puede agredir al vecino» y tomar por la fuerza «lo que de otra forma podría llevar diez años»; una perspectiva especialmente «sugerente» para las autarquías. En este panorama, un elemento clave están siendo las elecciones a escala mundial -en 2024 la gente vota más que nunca, ha añadido Arancón- y la difusión de una filosofía que lleva al perdedor a «no reconocer» su derrota e, incluso, a tratar de autopreservarse en el poder (casos de EE.UU. o de Georgia...). «Lo que antes era normal ahora se empieza a romper», ha resumido el director de El Orden Mundial; se consolida un temor que acompaña a la victoria.En medio de lo que se asemeja a un caos, el camino que podría llevar al orden, para él, está claro: conocer el entorno, «lo que pasa en el mundo»; y «prepararnos» para estar adaptados a un panorama que «exige mucho más» y ha llegado «para quedarse», como mínimo, la mayor parte de este siglo. Pero hacer los deberes, ha insistido el ponente, «tiene recompensa».
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