La comida de Navidad

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Josep Pla en su libro 'Lo que hemos comido' (Austral, 2013) nos habla de la escudella de carn d'olla o cocido catalán, como el plato que se come mayoritariamente en Cataluña el día que nacieron Jesús de Nazaret, Ava Gardner y don Raúl del Pozo : día arriba, día abajo. Por un lado está la escudella, el caldo que se sirve junto a los galets (una pasta de tiburones grandes), en lo que se conoce como sopa de galets o sopa de Nadal. Por otro lado, y como segundo plato, las carnes y las verduras usadas previamente en la olla para el caldo. Ese festín de proteínas se conoce como carn d'olla y la componen cuatro carnes que se asan en distintos tiempos como el cerdo, el buey, la gallina y el cordero. Manuel Vázquez Montalbán también incluyó este plato típico de Navidad en 'El arte de comer en Cataluña' (Península, 1979). De reconocido prestigio internacional es el que preparan las hermanas Senillosa. En Madrid son muchas las familias que tiran de cocido madrileño para este día de sosiego y de buscarse la fe. Más modesto que la escudella pero que también mejora al prepararse el día antes.Noticia Relacionada casa de fieras opinion Si Cuando no se quiere ver Alfonso J. Ussía Se convierten en suicidas ideológicos, en un ejército de incondicionales que estaría dispuesto a todoDe niño solíamos comer en casa de mis abuelos paternos las sobras de la cena de Nochebuena. Me enloquecía especialmente un fiambre que mi tía Rocío preparaba con un poco de trufa. En mi casa, la noche anterior, toda la familia de mi madre venía a cenar. Siempre preparaba una pularda que te quitaba el sentido. Éramos treinta y tantos. Gracias a ellos, a los Hornedo, he conocido el verdadero significado de familia y de la lealtad a ciegas. Mi tío Javier, el patrón, lo llama arraigo. El resto dicen que es por el labio que todos tenemos igual y que molesta especialmente a los miembros políticos de la familia en cada nacimiento que nos ha hecho ser cincuenta y tantos. Aquella pularda se tomaba una vez al año. Solo ese día. Porque hay cosas que es mejor dejarlas así. En Norteña se tomaba besugo o pavo. Lo del marisco vino mucho después, como la 'gauche divine' catalana o la 'jetset' madrileña. Por eso, hasta bien entrados los ochenta, en la gran mayoría de las casas de España se elegía entre esos platos: besugo, pavo, cabrito o cordero. Lo de las angulas era un aperitivo a quinientas pesetas los cien gramos que se comía el resto de días porque se podía. Ahora, sin embargo, la comida de Navidad se celebra en restaurantes y pedidos a domicilio. Me da pena pensar que, para muchos niños, ese día tan especial les recuerde a una 'smash burger' como a mí el fiambre de tía Rocío. O peor aún, que el día de Navidad sepa a pizza o a kebab, porque a medida que crecemos la pereza nos va haciendo más débiles y aquello que dice mi tío Javier sobre el arraigo sea para ellos una partida de Play Station. Me niego a que eso les pase a los míos. Por eso aprovecho este puente de la Constitución para llenar la nevera de alimentos que sólo compro ahora a las puertas de la Navidad. Tengo la receta del fiambre. Estoy seguro que los primeros no serán como fueron los últimos que preparó tía Rocío, pero en un par de años los bordaré. Como también he comprado una jeringuilla para emborrachar al pavo, una masa de hojaldre para hacer un solomillo Wellington e incluso unos blinis para acompañar un salmón de Pescaderías Coruñesas. Al final se trata de eso. De dejar a diciembre que contamine de magia a los que tenemos cerca y de hacer lo que no hacemos el resto del año para que estos días sean distintos. Traten de esforzarse un poco para que la memoria de sus hijos cuando crezcan les traiga aquí de vuelta, a estos años en los que depende de nosotros dejarles el mejor recuerdo posible. Ese que nos rasca un poco a los mayores al mirar atrás. La Navidad está aquí. Pongan un Belén en su casa, un árbol y vayan a la Plaza Mayor a por figuritas y musgo. Que la Navidad es eso. No cometan el error de olvidar de dónde venimos porque no sabrán volver cuando se pierdan. Tienen otros trescientos sesenta y tres días para hacer el tonto y pedirse una hamburguesa a domicilio.

 

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