La colmada brevedad de Jessica Pratt

zboncak.melyna

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Fue como una caricia esquiva que no quiere durar más allá de lo necesario para ser recordada. Mecido por su dulce voz apenas el público le estaba cogiendo el gusto cuando el concierto había concluido. Menos de una hora, un tema menos que en el concierto de la víspera en Madrid. Lo breve, dicen, dos veces bueno. Nunca en un restaurante de piticlín sirven cantidades que puedan colmar, los japoneses han aprendido el arte de comer sin hartarse, dejando un espacio vacío que evita la saturación. Pues algo así fue el concierto de la norteamericana Jessica Pratt en Barcelona, unos deliciosos minutos que la asistencia hubiese querido prolongar pero que ella, minimalista hasta en eso, limitó de forma que la asistencia marchó a casas con ganas de más. Siempre mejor que hacerlo con ganas de menos o con amenaza de indigestión musical a causa de algunos artistas que nunca tienen suficiente.

Tiene repertorio de sobras, cuatro discos, pero se centró en los dos últimos, expuestos con sobriedad, arreglados con lo justo, un cuarteto que en ocasiones, caso por ejemplo del primer bis, quedó reducido a dos guitarras acústicas. Todo en ella es insinuado, nada se sobreexpone, todo queda limitado a lo necesario para que las canciones se articulen, amparado el sonido en una sutil precisión que se apoya en el folk y en el pop y que se muestra atemporal no tanto como una evocación nostálgica sino como muestra de que las grandes canciones carecen de edad. Una de ellas, con alma pop y resuelta en folk, World On A String, sonó la primera cuando en muchos otros repertorios podría tener un lugar mucho más noble en el repertorio. Pero Jessica Pratt, no confundir con la soprano lírica del mismo nombre, tiene suficientes canciones para escoger y, cosas de un concierto corto, no tuvo valle alguno y siempre caminó por las alturas, acompañado por el suave cabeceo de la platea, silente.

Para hacernos una idea de su intensidad, aleteo de mariposa, el batería no usó sus baquetas hasta el último tema antes del bis, un Life Is que podría ser, interpretado con más brío, una canción de The Ronettes con Spector por detrás. Pero también hubo canciones sin bajo, otras con saxo apuntado detalles como crema que perfila los bordes de una tarta o con unos teclados para envolver los acordes de Jessica con su acústica y esa voz que evoca a tanto a la época de Petula Clark en Better Hate como a los entornos melodiosos de Burt Bacharach en canciones tan conseguidas como By Hook Or By Crook, una pieza con evocaciones de bossa, otro de los registros que aparecen en sus conciertos. Ella se limitaba a cantar, apenas habló para dar un par de veces las gracias y presentar a su grupo en una actuación empapada por la música, los silencios y unas melodías tan preciosas como evocadoras. De esas que al menor despiste se tararean con los ojos cerrados, ensoñando, caso de Get Your Head On.

En trece cortes se explicó Jessica en el CAT (Centre Artesà Tradicionarius), epicentro del folk que no acostumbra a sonar anglosajón y que en esta ocasión lo acogió mostrándose un recinto idóneo para un concierto así, un poco fuera del mundo y de sus banalidades, en un teatro de barrio que nos habla de tiempos de antaño sin dejar de formar parte del presente. Un poco como Jessica Pratt, una voz deliciosa, una compositora notable de raíz folk y regusto acústico que con discos como Here In The Pitch parece salir poco a poco de los ámbitos más restringidos para alcanzar públicos algo más amplios. Con discos tan cortos y tan llenos como sus sustanciosos conciertos.



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