Verlie_Prosacco
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Los orígenes del llamado movimiento woke se encuentran en la decadencia del liberalismo. De hecho, este movimiento es más poderoso en el mundo anglosajón, precisamente en aquellos países donde el liberalismo clásico adquirió mayor fuerza. Por el contrario, en China, en Oriente Próximo y Medio (incluida la India), en África y en la mayor parte de la Europa continental, es visto con indiferencia, perplejidad o desprecio. Pese a que sus apóstoles creen que se trata de un movimiento universal de emancipación humana, en gran parte del mundo se lo considera un síntoma del declive occidental: una versión hiperbólica del liberalismo que Occidente profesó durante su breve periodo de hegemonía aparente al término de la Guerra Fría.
La ideología hiperliberal desempeña una serie de roles. Funciona como la lógica justificativa de un tipo de capitalismo hoy en quiebra, pero también como una vía para que una parte excedentaria de la élite pugne por procurarse una posición de poder en la sociedad. Si puede decirse que expresa algún sistema coherente de ideas, ese sería el credo antioccidental de una intelligentsia antinomista que es inefablemente occidental. Desde un punto de vista psicológico, proporciona un sucedáneo de fe para quienes no soportan vivir sin la esperanza de salvación universal inculcada por el cristianismo.
En contra de lo que dicen sus críticos de derechas, el pensamiento woke no es una variante del marxismo. Ningún ideólogo woke se acerca ni de lejos a Karl Marx en su nivel de rigor, amplitud y profundidad de pensamiento. Una de las funciones de los movimientos woke es desviar la atención del impacto destructivo que el capitalismo de mercado tiene en la sociedad. Desde el momento en que las cuestiones identitarias comienzan a volverse centrales en política, los conflictos entre intereses económicos pierden relevancia. Toda esa cháchara ociosa sobre microagresiones expulsa del debate temas como las jerarquías de clase y la relegación de amplios sectores de la sociedad al paro y la pobreza. Al tiempo que halaga los egos de quienes protestan contra cualquier menosprecio a su cultivadísima autoimagen, la política de la identidad condena a la deshonra y al olvido a muchas personas cuyas vidas son arrasadas por un sistema económico que las desecha por no aprovechables.
Tampoco se puede decir que el pensamiento woke sea una versión del posmodernismo. No hay nada en él de la juguetona sutileza de Jacques Derrida o del mordaz ingenio de Michel Foucault. Derrida jamás sugirió que hubiera que deconstruir todas las ideas, ni tampoco supuso Foucault que la sociedad podría funcionar sin estructuras de poder. El hiperliberalismo ha vulgarizado la filosofía posmoderna como el fascismo degradó en su día el pensamiento de Nietzsche.
En lo que a sus aspectos económicos se refiere, los movimientos woke constituyen una revuelta de la burguesía profesional. A medida que el capitalismo concentra riqueza y poder en sectores cada vez más reducidos, los profesores universitarios, las figuras mediáticas, los abogados, los trabajadores de organizaciones benéficas, los activistas sociales y los directivos de ONG se enfrentan a una creciente competencia, con la correspondiente caída de sus remuneraciones y de su estatus. La sociedad ha producido un número de miembros de la élite mucho mayor que el que es capaz de absorber. Al mismo tiempo que crea una clase marginada en aumento para la que no tiene función productiva alguna, el capitalismo occidental produce también una lumpenintelligentsia superflua desde el punto de vista económico. La consecuencia tanto de lo primero como de lo segundo es la desestabilización del sistema político mediante el que este tipo de capitalismo se reproduce a sí mismo.
El historiador y sociólogo Peter Turchin ha examinado el papel de esta élite excedentaria en el terreno de la política. Esta teoría de la superproducción de élites continúa el trabajo que ya hiciera en su día el economista político Vilfredo Pareto (1848-1923). Pareto analizó los sistemas de creencias políticas entendiéndolos como racionalizaciones de las luchas de poder en el seno de la élite.
Lo que mueve esas luchas hoy en día no es solo la rivalidad por el poder, sino también la inseguridad. Los sectores excedentarios de la élite están librando una guerra por su supervivencia económica en la que los valores hiperliberales se convierten en mercancías negociables en el mercado laboral. El wokismo es tanto una carrera profesional como un culto. Publicitando su virtud, estos graduados superfluos que produce el sistema educativo aspiran a ganar un punto de apoyo en la deteriorada escalera que conduce a la seguridad económica: la seguridad que, en su caso, se derivaría de su integración en el escalafón de los guardianes de la sociedad.
El campus universitario constituye un modelo de régimen inquisitorial cuyo alcance se ha extendido actualmente al resto de la sociedad. En el de la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign, por ejemplo, quienes solicitan una plaza en Ingeniería Química y Biomolecular deben presentar una declaración escrita “que exponga la manera en que el candidato enfocará una experiencia diversa, equitativa e inclusiva en la educación superior”. Toda vacante docente que se publica en la Facultad de Letras y Ciencias de la Universidad Estatal de Ohio, incluidas aquellas que surgen en ámbitos como la economía, la biología de agua dulce y la astronomía, requiere que el solicitante presente una declaración “que exprese sus compromisos y capacidades demostrados para contribuir a la diversidad, la equidad y la inclusión a través de la investigación, la enseñanza, la mentoría y la proyección del conocimiento y la implicación con el resto de la sociedad”. En la Universidad de California en Berkeley, su reglamento de evaluación de las contribuciones de los candidatos a la diversidad, la equidad, la inclusión y la pertenencia llega incluso a exigir que se le dé una baja puntuación a todo aquel solicitante que “comunique su intención de hacer caso omiso de la diversidad de orígenes de su alumnado y del imperativo ético de ‘tratar a todo el mundo por igual”. Y muchas otras prácticas similares están hoy extendidas por buena parte del sistema estadounidense de enseñanza superior.
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La ideología hiperliberal desempeña una serie de roles. Funciona como la lógica justificativa de un tipo de capitalismo hoy en quiebra, pero también como una vía para que una parte excedentaria de la élite pugne por procurarse una posición de poder en la sociedad. Si puede decirse que expresa algún sistema coherente de ideas, ese sería el credo antioccidental de una intelligentsia antinomista que es inefablemente occidental. Desde un punto de vista psicológico, proporciona un sucedáneo de fe para quienes no soportan vivir sin la esperanza de salvación universal inculcada por el cristianismo.
En contra de lo que dicen sus críticos de derechas, el pensamiento woke no es una variante del marxismo. Ningún ideólogo woke se acerca ni de lejos a Karl Marx en su nivel de rigor, amplitud y profundidad de pensamiento. Una de las funciones de los movimientos woke es desviar la atención del impacto destructivo que el capitalismo de mercado tiene en la sociedad. Desde el momento en que las cuestiones identitarias comienzan a volverse centrales en política, los conflictos entre intereses económicos pierden relevancia. Toda esa cháchara ociosa sobre microagresiones expulsa del debate temas como las jerarquías de clase y la relegación de amplios sectores de la sociedad al paro y la pobreza. Al tiempo que halaga los egos de quienes protestan contra cualquier menosprecio a su cultivadísima autoimagen, la política de la identidad condena a la deshonra y al olvido a muchas personas cuyas vidas son arrasadas por un sistema económico que las desecha por no aprovechables.
El pensamiento ‘woke’ no es una variante del marxismo. Ningún ideólogo ‘woke’ se acerca ni de lejos a Karl Marx en su nivel de rigor
Tampoco se puede decir que el pensamiento woke sea una versión del posmodernismo. No hay nada en él de la juguetona sutileza de Jacques Derrida o del mordaz ingenio de Michel Foucault. Derrida jamás sugirió que hubiera que deconstruir todas las ideas, ni tampoco supuso Foucault que la sociedad podría funcionar sin estructuras de poder. El hiperliberalismo ha vulgarizado la filosofía posmoderna como el fascismo degradó en su día el pensamiento de Nietzsche.
En lo que a sus aspectos económicos se refiere, los movimientos woke constituyen una revuelta de la burguesía profesional. A medida que el capitalismo concentra riqueza y poder en sectores cada vez más reducidos, los profesores universitarios, las figuras mediáticas, los abogados, los trabajadores de organizaciones benéficas, los activistas sociales y los directivos de ONG se enfrentan a una creciente competencia, con la correspondiente caída de sus remuneraciones y de su estatus. La sociedad ha producido un número de miembros de la élite mucho mayor que el que es capaz de absorber. Al mismo tiempo que crea una clase marginada en aumento para la que no tiene función productiva alguna, el capitalismo occidental produce también una lumpenintelligentsia superflua desde el punto de vista económico. La consecuencia tanto de lo primero como de lo segundo es la desestabilización del sistema político mediante el que este tipo de capitalismo se reproduce a sí mismo.
El historiador y sociólogo Peter Turchin ha examinado el papel de esta élite excedentaria en el terreno de la política. Esta teoría de la superproducción de élites continúa el trabajo que ya hiciera en su día el economista político Vilfredo Pareto (1848-1923). Pareto analizó los sistemas de creencias políticas entendiéndolos como racionalizaciones de las luchas de poder en el seno de la élite.
El campus universitario constituye un modelo de régimen inquisitorial cuyo alcance se ha extendido al resto de la sociedad.
Lo que mueve esas luchas hoy en día no es solo la rivalidad por el poder, sino también la inseguridad. Los sectores excedentarios de la élite están librando una guerra por su supervivencia económica en la que los valores hiperliberales se convierten en mercancías negociables en el mercado laboral. El wokismo es tanto una carrera profesional como un culto. Publicitando su virtud, estos graduados superfluos que produce el sistema educativo aspiran a ganar un punto de apoyo en la deteriorada escalera que conduce a la seguridad económica: la seguridad que, en su caso, se derivaría de su integración en el escalafón de los guardianes de la sociedad.
El campus universitario constituye un modelo de régimen inquisitorial cuyo alcance se ha extendido actualmente al resto de la sociedad. En el de la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign, por ejemplo, quienes solicitan una plaza en Ingeniería Química y Biomolecular deben presentar una declaración escrita “que exponga la manera en que el candidato enfocará una experiencia diversa, equitativa e inclusiva en la educación superior”. Toda vacante docente que se publica en la Facultad de Letras y Ciencias de la Universidad Estatal de Ohio, incluidas aquellas que surgen en ámbitos como la economía, la biología de agua dulce y la astronomía, requiere que el solicitante presente una declaración “que exprese sus compromisos y capacidades demostrados para contribuir a la diversidad, la equidad y la inclusión a través de la investigación, la enseñanza, la mentoría y la proyección del conocimiento y la implicación con el resto de la sociedad”. En la Universidad de California en Berkeley, su reglamento de evaluación de las contribuciones de los candidatos a la diversidad, la equidad, la inclusión y la pertenencia llega incluso a exigir que se le dé una baja puntuación a todo aquel solicitante que “comunique su intención de hacer caso omiso de la diversidad de orígenes de su alumnado y del imperativo ético de ‘tratar a todo el mundo por igual”. Y muchas otras prácticas similares están hoy extendidas por buena parte del sistema estadounidense de enseñanza superior.
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