La cantante más bella de Francia

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27 Sep 2024
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Las canciones tienen una larga vida en nuestra memoria: se alojan en el hipocampo y pueden reaparecer en los momentos más inoportunos. Ando elaborando una comparación entre la historia pop de Manchester y Liverpool, ciudades hermanas pero rivales en asuntos futbolísticos… y musicales. Y una melodía se interpone. No es de los Searchers ni de los Happy Mondays: se trata de Manchester et Liverpool, composición de André Popp que arrasó en 1966 en la voz anhelante de Marie Laforêt.

Manchester et Liverpool no sirve para mi reportaje. Más bien, te pone en modo sentimental: la protagonista languidece recorriendo ambos lugares, buscando los ecos de un amor pasado. Sí, es pegajosa, pero aquí pesa más la cantante que la canción. Marie Laforêt se había iniciado en el cine y la canción hacia 1959. Irrumpió con A pleno sol, donde convivía con el resplandor animal de Alain Delon en el papel de Tom Ripley. Al poco, fichaba como cantante por el sello Festival, en el momento de apogeo del Extended Play (EP), aquellos manejables discos de 17 centímetros que contenían cuatro temas, con funda acartonada.

Triunfó a lo grande en 1963, con Les Vendanges de l’Amour, que incluso grabó en castellano, Y volvamos al amor. Pero la industria discográfica española, con su énfasis en los EP y los sencillos, minimizó la proyección de Marie. En sus álbumes, ella manifestaba una querencia por el folk, con temas de Dylan o Paul Simon, compatible con sus adaptaciones de melodías sudamericanas y otros exotismos: el Paint it Black, de los Rolling Stones, se convertía en una especie de orgía de cosacos. Curioso: Manchester et Liverpool fue un éxito clandestino en la Unión Soviética, gracias a su uso como sintonía en la información meteorológica de la televisión estatal.


Frente a las voces gatunas de tantas estrellas del yeyé, ella cultivaba un registro variado. Podía cantar a la Virgen María y luego hacer historias tan perversas como Frantz, encarnando a una criatura hedonista, que ignora a su marido agonizante para bailar con un pretendiente. Y algo sabía ella de conflictos matrimoniales: se casó cinco veces.

Mi amor a distancia con Marie se agrió en los años de la Transición, cuando se anunció su presencia en un mitin de Fuerza Nueva, en Madrid. No me atreví a acercarme para comprobarlo. En Francia, no parecía alardear de militancia política, aunque en 2012 fue condenada a una multa simbólica por discriminación, tras publicar un anuncio buscando una persona para limpiar su apartamento parisino, con la condición de que no fuera “musulmana ortodoxa”.

Y con todo, piqué. En los tiempos finales del Virgin Megastore de Champs-Élysées, verdadera cueva de Aladino para discófilos, conseguí una caja de siete CD con lo que Marie grabó para Festival entre 1960 y 1970, incluyendo curiosidades como versiones de sus éxitos en español, italiano, alemán, inglés.

Todo vicio tiene su penitencia. Recientemente, ha salido una caja —no mucho más cara— verdaderamente integral, comprendiendo todo lo que hizo para diferentes compañías: casi 400 canciones repartidas en 18 CD. No sé si mi pasión por Marie Laforêt llega hasta tanto. Aunque allí está su despedida a los Beatles (Il a neigé sur Yesterday) y el testimonio de sus directos. Hmmm.

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