La caída del comunismo la cuentan las niñas

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Si en el siglo XX Günter Grass se valió del personaje del macabro niño Oscar Matzerath en El tambor de hojalata para ofrecer un afilado repaso de la historia alemana desde los años veinte hasta los cincuenta, o Imre Kertész reconstruyó su temprana adolescencia en Sin destino a través del personaje Georg Koves y su deportación a los campos nazis, en el XXI son mujeres escritoras quienes apuestan por voces infantiles para reconstruir en sus novelas un episodio fundamental de la historia contemporánea europea. La casa limón de la poeta y traductora rumana afincada en España Corina Oproae, premio Tusquets de novela 2024; Libre, un fenómeno editorial internacional publicado por Anagrama en 2023, de la albanesa Lea Ypi, profesora de teoría política en la London School of Economics; y Luciérnaga, premio Lumen 2024, de la bielorrusa-argentina Natalia Litvinova recuperan la infancia con debacle comunista al fondo. Desde esa primera etapa vital cuentan la caída de los regímenes totalitarios en los países del bloque del Este de Europa, que quedaron bajo la órbita soviética tras el final de la II Guerra Mundial. La lista podría completarse con otras novelas que no están traducidas al español como The Hunger Book: A Memoir from Communist Poland (El libro del hambre: unas memorias desde la Polonia comunista) de la escritora Agata Izabella Brewer.

Lea Ypi la autora de 'Libre' en marzo de 2022.

“Los primeros años de mi vida coincidieron con la recesión económica y el fin de la Unión Soviética”, escribe Litvinova (Gomel, Bielorrusia, 38 años) en la primera página de Luciérnaga. La autora, emigrada a Argentina a los 14 años, continúa: “Mientras en la tele mostraban a un hombre rompiendo a martillazos el Muro de Berlín, mi madre y sus amigas sacaban de los baúles las cortinas de seda, las sábanas y los manteles de encaje que les habían dado sus madres para que pasaran de generación en generación. Y con esa tela nos cosían ropa a nosotros, sus hijos todavía sin memoria”. Lea Ypi (Tirana, 45 años) escribe en el arranque de Libre: “Es posible que Stalin amara a los niños. Es probable que los niños amaran a Stalin. Lo que es seguro, segurísimo, es que yo nunca lo amé tanto como en aquella húmeda tarde de diciembre cuando fui corriendo desde el puerto hasta el pequeño jardín junto al Palacio de la Cultura, sudando, temblando y con el corazón latiéndome con tal fuerza que creía que se me saldría por la boca”. Y Corina Oproae (Transilvania, 51 años) en el principio de La casa limón vuelve a una escuela en la Rumanía de Ceaucescu: “El chico nuevo que se sienta delante se levanta y nos dice que nuestro Gran Dirigente, el que nos mira desde el cuadro que cuelga en la pared encima de la pizarra, solamente tiene una oreja”.

Para narrar los horrores de la II Guerra Mundial Grass apostó por el posmodernismo y Kertész por el relato crudo y despojado de adornos. Para contar la caída del comunismo hoy se vuelve al mundo íntimo y doméstico de la infancia puntuada por padres, abuelos y familiares, a esa temprana edad llena de misterios y descubrimientos, un periodo que en estos relatos estuvo irremediablemente envuelto en una de las grandes sacudidas geopolíticas del siglo XX. “Los personajes ingenuos que no tienen opiniones propias permiten hablar de asuntos controvertidos, por ejemplo, de las responsabilidades de ganadores y perdedores”, apunta Lea Ypi por videoconferencia desde Londres, y menciona El idiota de Dostoievski como un buen ejemplo. Ella quería abordar en un ensayo las tradiciones políticas liberal y socialista, pero fue durante el encierro pandémico cuando pensó que debía partir de su experiencia personal. “Añadí un epílogo para dejar más clara mi postura, pero no quería que eso interfiriera en la historia”, asegura. Ypi reconoce un patrón en nuevas obras escritas por mujeres que hablan desde la experiencia y en primera persona de la caída del comunismo en Europa. “Ha habido un tabú que empieza romperse. La infancia te protegía del lado más crudo de la política”, señala. La reconstrucción de ese tiempo vital es ficticia a la fuerza, algo que ella reivindica —”gran parte de la memoria es ficción que construyes a la luz de tu experiencia presente”— y que le ha valido críticas en Albania, por ejemplo, porque esa estatua de Stalin de la que habla al principio de Libre resultó ser un busto. Discriminar lo factual de lo inventado fue una obsesión cuando salió su libro en Albania. Ahora Ypi prepara un ensayo sobre el poder de las creaciones artísticas para revisitar el pasado traumático y se defiende con contundencia: “Los datos siempre pueden ser manipulados. En muchos casos hay más verdad en el arte y la literatura”.

Natalia Litvinova en septiembre de 2024 en Madrid.

Estas nuevas novelas reivindican con plena fuerza que lo personal es político, y la memoria ficción, y sus autoras citan a Agota Kristof como claro referente. Seguramente en más de un sentido. La autora húngara de El gran cuaderno y La analfabeta no solo escribió desde y sobre la infancia, sino que adoptó una lengua, el francés, que aprendió en su país de adopción, Suiza. En el caso de La casa limón y Luciérnaga están escritas en castellano, mientras que Libre fue redactada en inglés, idiomas que no son la lengua materna de las autoras ni, por tanto, en el que transcurrieron los hechos que su escritura evoca. “Haber dejado el país en que creciste y luego el idioma para escribir la novela te coloca en un lugar distinto de quienes escribieron inmediatamente después de la caída del comunismo y allí mismo. Llevo más de 30 años fuera de Rumanía, y algo que he advertido en algunas de mis visitas es que la falta de información es monstruosa. La gente vive con una especie de amnesia”, reflexiona Oproae en una conversación telefónica que luego matiza por escrito. La voz de una mujer de 50 años dice que no le servía. “La infancia te permite contar el bien y el mal sin juicio, como hizo Kistrof. También los libros de Herta Müller me marcaron”.

Retrato promocional de la autora Corina Oproae, premio Tusquets 2024.

Durante años Oproae evitó el tema de su vida en la Rumanía comunista, quería seguir y mirar hacia adelante, pero en un viaje familiar prendió la idea de la que acabó siendo su primera novela, tras varios libros de poemas. “Con La casa limón quería regresar a la infancia, a la adolescencia a través de la indagación en un pasado doloroso, definido desde la mirada adulta por el absurdo, la locura, la represión, la censura y la falta de libertad”, explica. “Es un relato fragmentario y con ese rompecabezas se va construyendo la historia del país en el que nací. La nostalgia es hacia quien fui y el país que me vio, no hacia el comunismo”, advierte. “A través de esta mirada nítida, primigenia de la niña que narra la historia, me interesaba volver a hacerme preguntas sobre las mismas obsesiones que muestra mi poesía. La vida y la muerte, la enfermedad, la ausencia, el amor y el miedo, que son de hecho aquello que siempre nos ha interpelado”.

También Litvinova arrancó como poeta para revisitar el pasado, esa historia sobre la que sus familiares guardaban silencio. “Esas no respuestas a mis preguntas o esas fotos que faltaban en los álbumes que nos trajimos se convirtieron en una obsesión, y los textos se fueron agrandando más allá de los poemas”, afirma por videoconferencia. La voz infantil le permitió “equilibrar el horror y la belleza”, volver a un “no saber maravilloso”. Además, pensó que era la opción más honesta: “Se caía el comunismo y yo no entendía lo que era, y ahí surge la mirada poética sobre un hombre que había absorbido sus miedos y traumas o una madre que proporcionaba otros conocimientos. Fui niña cerca de Chernóbil, y cuando se disolvía un imperio y unos ideales, en aquel momento en que llegaba comida y música importada y había un total desconcierto. Ese no saber me ayudó”. Además, señala Litvinova que había una manera heroica de contar la historia en la URSS, algo que vio en su abuelo veterano de la II Guerra Mundial. “No se permitía hacer memoria o duelo. El discurso era el de los ganadores que habían liberado a otras naciones y hoy vemos las consecuencias y cómo Rusia sigue invadiendo otros países hermanos”. Mientras tanto, las niñas han tomado la palabra y recomponen esa historia enterrada del siglo XX.

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