La brecha moral

glover.alysa

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27 Sep 2024
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Más de setenta muertos y decenas de desaparecidos merecen una tregua no ya política sino social y por supuesto informativa. Por más que los españoles hayamos destruido el consenso, aún queda cierta conciencia cívica para observar respeto por la pérdida de vidas. Y así fue ayer, o lo parecía. La tormenta sobre la región valenciana copó desde la madrugada anterior los telediarios , las tertulias, las primeras planas impresas o digitales y hasta la radio deportiva. Por la mañana era el principal tema de conversación en talleres, comercios, bares y oficinas. La riada arrastraba coches y hasta camiones, inundaba localidades y barriadas, suspendía salidas de trenes, cerraba aeropuertos, bloqueaba carreteras, cortaba vías. El Ejército movilizó a un millar de militares y los servicios de emergencia se jugaban el tipo para socorrer a familias atrapadas, buscar personas en peligro, achicar agua en casas y fábricas y localizar cuerpos de las víctimas. Bajo la lluvia que caía sobre casi todo el país, España amaneció de golpe habitada por una sociedad sensata, conmovida de verdad ante las proporciones del drama, sacudida de asombro y espanto ante los gravísimos estragos de la naturaleza desatada. Salvo entre los sectarios de guardia, empeñados en señalar responsabilidades sobre la tardanza de los avisos de alarma, cundía un lamento sincero al ver que los meses de angustia por la sequía desembocaban en un letal aluvión de agua. Las instituciones de los territorios menos afectados activaron a toda prisa sus recursos de ayuda solidaria y la gente contemplaba con una mezcla de horror y compasión las imágenes de la avalancha. Era un día de luto en la oficialidad y en la intimidad, en los corazones y en las fachadas; un día de banderas a media asta y crespones en las ventanas. En todas partes menos en una, justo la que representa la voluntad soberana de la nación democrática. El Parlamento, el ágora de la patria. No hubo manera de que sus señorías estuviesen a la altura de los acontecimientos. Con una agenda de mera rutina fueron incapaces de posponer su ración diaria de desencuentros. Se cortaron un poco por mala conciencia a la hora de cruzarse improperios, pero la situación pedía algo más que un protocolario minuto de silencio. Pedía la suspensión simbólica del pleno, reclamada por la oposición sin éxito porque la mayoría 'progresista' tenía interés en sacar adelante un asunto concreto. Al final se pospuso, tras mucho tira y afloja, la sesión de control al Gobierno pero no la votación sobre el control de la televisión , que era el trasfondo verdadero de la negativa al aplazamiento. La prisa por apoderarse de otro juguete institucional pasó por encima de la memoria de noventa conciudadanos muertos. Nunca hay que desperdiciar la oportunidad de sacarse otro retrato moral abyecto ni de hacer méritos para granjearse una nueva dosis de desprecio.

 

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