Kiev contra Mijaíl Bulgákov

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En el corazón de Kiev, en una de las calles más turísticas de la capital de Ucrania, hay una casa de dos plantas de bellos estucados en colores beis y blanco. Desde sus balcones se ven los tenderetes de vendedores de souvenirs que se empeñan en seguir abriendo el negocio pese a la escasa presencia de clientes debido a la guerra. La casa fue construida en 1888 y en ella, tres años más tarde, nació uno de los autores más importantes de las letras rusas. Una placa con su busto está encastrada en la entrada. Sin embrago, ahora el rostro está manchado con la pintura roja que unos desconocidos lanzaron contra la figura en 2023 como protesta. Los propietarios del edificio han preferido dejarlo así. La casa es la sede del Museo Mijaíl Bulgákov.

Bulgákov falleció a los 48 años, pero le dio tiempo a escribir una obra maestra de la literatura universal, El maestro y Margarita. Otra novela suya conocida por el gran público es La Guardia Blanca. El principal escenario de esa novela es precisamente la calle en la que nació su autor, en la cuesta de Andriivski. Visitar su casa tras leer el libro causa impresión porque te traslada a los hechos que acontecen en la narración, en el Kiev de 1918, cuando la ciudad cayó en el caos tras la desintegración del Segundo Hetmanato, una suerte de Estado independiente ucranio bajo protectorado alemán que existió durante ocho meses. La capital se la disputaban en aquel momento los nacionalistas ucranios comandados por Simon Petliura, los últimos zaristas y, finalmente, las tropas bolcheviques que llegaron de Rusia.

Retrato de Mijaíl Bulgakov en 1928.

La visita a la casa del escritor también transporta al lector a la intimidad de Bulgákov, como el ennegrecido icono de una virgen y un candelero a su lado, todavía en el mismo lugar, ante el que Elena, la hermana del protagonista de la novela, reza para salvarle la vida. “Alexei Turbin empezó a morir el 22 de diciembre. Era un día nublado y de un blanco pesado, lleno del Adviento de la Navidad”. Así empieza el capítulo 18, en el que Turbin, el alter ego de Bulgákov, se debate entre la vida y la muerte tras ser herido por un soldado del ejército de Petliura, que había tomado el control de Kiev. Turbin era un médico militar fiel a la monarquía de la familia Románov, ejecutada cinco meses antes. Elena, cristiana hasta la médula, implora de rodillas al viejo icono que salve la vida de Alexei: “Al otro lado de las ventanas la luz del día desapareció, el halcón blanco desapareció, el tintineo de la gavota que sonaba en el reloj cuando daban las tres no se escuchó, como no se escuchó la llegada de Aquel para el que Elena rezaba a través de la intercesión de la virgen oscura”.

Hoy la ventana también sigue allí, pero a través de ella no se ven halcones, sino las paradas de souvenirs con banderas de Ucrania, distintivos militares y objetos del folklore nacional. El mundo ha cambiado pero Bulgákov todavía sigue presente, aunque quizá no por mucho tiempo: La Guardia Blanca es la principal prueba del Gobierno en la causa para expulsarlo de la memoria colectiva ucrania.

Desrusificación​


La batalla final por la independencia de Ucrania se libra en el frente de guerra y en la mente de sus ciudadanos. Es un Estado con poco más de tres décadas de existencia que durante siglos ha formado parte de otras potencias, sobre todo, del imperio ruso. La independencia en 1991 inició una progresiva desrusificación del país, que se aceleró a partir de 2014 con la revolución de Maidán, que expulsó del poder al presidente prorruso Viktor Yanukóvich. En Ucrania existe una ley, la de Condena y Prohibición de la Propaganda de la Política Imperial en Ucrania y la Descolonización de la Toponimia, que afecta a Bulgákov y a su museo.

El Instituto Ucranio de Memoria Nacional es el organismo del Gobierno responsable de redactar las directrices que indican a las administraciones públicas si una determinada figura debe ser retirada del espacio público. Los informes sobre Bulgákov de este instituto son una lectura fascinante, una investigación con tintes censores que analiza su obra y vida para encontrar detalles que confirmarían que el escritor está fuera de la ley. Las líneas de conclusión del último y definitivo informe, emitido este agosto, son elocuentes:

“Así, se tiene en cuenta el hecho de que M. A. Bulgákov, de conformidad con el subpárrafo d del párrafo 4 de la parte 1 del artículo 2 de la ley, pertenece a las personas que públicamente, sea en los medios de comunicación, en obras literarias y otras obras artísticas, apoyaron, glorificaron o justificaron la política imperial rusa, llamaron a la rusificación o la ucraniofobia. La asignación de su nombre a objetos geográficos, nombres de personas jurídicas, objetos de toponimia, así como el establecimiento de monumentos y signos conmemorativos en su honor en Ucrania fue parte de la materialización de la rusificación, un componente de la política imperial rusa destinada a imponer el uso de la lengua rusa, promover la cultura rusa como superior en comparación con otras lenguas y culturas nacionales, desplazar el uso de la lengua ucrania, estrechar el espacio cultural e informativo ucranio”.

La prohibición de glorificar al autor no impide publicar su obra, estudiarlo o exhibir documentos en exposiciones

El documento establece que deben prohibirse “los objetos (objetos geográficos, nombres de personas jurídicas y objetos de propiedad privada, monumentos y letreros conmemorativos) dedicados a M. A. Bulgákov, el uso posterior del nombre de M. A. Bulgákov en los nombres de objetos geográficos, personas jurídicas y objetos de derechos de propiedad, la presencia en el espacio público de monumentos erigidos en su honor, monumentos y letreros”. Los expertos del Instituto Ucranio de Memoria Nacional añaden que la prohibición no implica que no se pueda publicar a Bulgákov, estudiarlo académicamente, exhibir documentos suyos en exposiciones o incluirlo en archivos.

El Museo Mijaíl Bulgákov es una entidad cultural privada. El Instituto Ucranio de Memoria Nacional indicó en abril que el museo no se verá forzado a cerrar, pero sí a cambiar de nombre. Un precedente similar reciente sobre el que escribí es el monumento a Artem, una escultura de 1927 del artista ucranio Iván Kavaleridze dedicada al revolucionario bolchevique Fiódor Serguéyev, más conocido como Artem. La obra, colosal en sus dimensiones, es de un cubismo excepcional en Ucrania. El Ministerio de Cultura decidió cambiar su nombre en 2023 y pasó a llamarse Monumento del destacado escultor Iván Petrovich Kavaleridze.

Para los vecinos de Sviatohirsk, la localidad en la que se ubica la estatua, el monumento sigue siendo un homenaje a Artem. Ahora, se desconoce qué futuro depara a la escultura dedicada a Bulgákov en Kiev, pero la ley indica que debería ser retirada.

El Museo Mijaíl Bulgákov argumenta que se discrimina al autor en gran parte por lo que ha escrito como ficción

La nueva exposición permanente del Museo Bulgákov ya se adapta a la situación: explica la trayectoria de su familia en Kiev, pero sobre todo es un recorrido por las tribulaciones de la ciudad en aquella época. De su obra literaria hay poco. El equipo directivo del museo ha replicado con sus propios informes, y uno de sus principales argumentos es que se discrimina al autor en gran parte por lo que ha escrito como ficción.

Odio a Petliura​


La Guardia Blanca es un libro en el que los protagonistas añoran al zar, despotrican de los bolcheviques y humillan con sus valoraciones la identidad y la lengua ucranias. A la base popular del nacionalismo ucranio la tienen por gentes bárbaras. Pero es sobre todo contra Petliura, contra quien la familia Turbin y sus amigos cargan sus emociones. Petliura fue el líder de la República Popular de Ucrania, el Estado independiente ucranio que sucedió al Hetmanato y que desapareció en 1921.

—¡Si esto es cierto no pasará mucho tiempo hasta que apresemos a Petliura y lo ahorquemos!

—A mí me gustaría pegarle un tiro con mis propias manos.

—Y estrangularlo. A su salud, caballeros.

Diálogos como este son recurrentes en La Guardia Blanca, como también lo son las acusaciones de la violencia indiscriminada que cometen Petliura y sus hombres, sobre todo contra los judíos: “Todo lo que quedó era el cadáver rígido de un judío en las inmediaciones del puente, el heno pisoteado y las heces de los caballos. Y aquel cuerpo era la única evidencia de que Petliura no era un mito, que realmente había existido. ¿Pero por qué existió? Nadie lo puede decir. ¿Habrá alguien que redima toda la sangre que derramó?”.

Vista de una ventana del museo del Museo Mijaíl Bulgákov, en Kiev.

Petliura es una figura controvertida en Europa porque se le ha acusado de permitir pogromos en Ucrania que terminaron con la vida de miles de judíos. Esta fue la razón por la que fue asesinado en París en 1926 por Sholem Schwarzbard, un anarquista judío. Petliura es hoy en Ucrania un símbolo nacional de la lucha por la independencia. Su tumba en París es destino de peregrinación de patriotas ucranios, como el célebre novelista Serhiy Zhadan, que en 2022 se fotografió en el lugar.

La figura de Bulgákov parece incompatible en el contexto de la guerra rusa contra Ucrania. En 2022, en el primer año de la invasión, la Unión Nacional de Escritores de Ucrania emitió un comunicado en el que exigía el cierre del museo después de que se retirara de la Universidad de Kiev una placa en su honor.

“¿Es posible que tras el horror, la muerte y destrucción que trae Rusia a Ucrania, tras las pruebas de genocidio e intentos de destruir el Estado ucranio, es posible que continúe operando el museo de un escritor que tan furibundamente odió a Ucrania y su independencia?”. La Unión de Escritores citaba como prueba un párrafo de La Guardia Blanca en el que uno de los personajes carga contra el hetman, el caudillo del efímero Estado ucranio, Pavló Skoropadski: “¡Yo sería el primero en colgar a tu hetman por la creación de esta pequeña Ucrania! Que ha aterrorizado a la población rusa con ese vil lenguaje [el ucranio], que ni siquiera existe en el mundo”. El Instituto de Memoria Nacional también considera que estas palabras del alter ego de Bulgákov son una prueba irrefutable de que su trabajo “promueve una política imperial rusa y la ucraniofobia”.

La argumentación y contrargumentación en los informes del Instituto de Memoria Nacional y el Museo Bulgákov son un intercambio apasionado, como si fuera un juicio de película estadounidense, entre la fiscalía y el abogado defensor. Empezando por lo más básico, la identidad del acusado. En un documento del instituto, las primeras palabras establecen que Bulgákov “fue un novelista ruso, dramaturgo y médico. Nació en Kiev en la familia de Afanasi Bulgákov, oriundo de la provincia rusa de Oriol destinado a Kiev para actividades colonialistas”. Esta última apreciación se omitió en el informe final de agosto porque, como el museo indicó, el padre de Bulgákov se trasladó soltero a Kiev para estudiar en la universidad. La familia la creó posteriormente.

Cartas a Stalin​


Cada parte fuerza sus argumentos. El museo, por ejemplo, esgrime que los Bulgákov no menospreciaban la lengua ucrania porque la sabían hablar y porque hay una carta del padre a su esposa escrita en ucranio. El Instituto de Memoria Nacional lo hace en especial cuando asegura que Bulgákov era un propagandista del estalinismo y que incluso glorificó al tirano en su obra de teatro Batum. Añaden que Batum nunca fue estrenada sin precisar que fue por censura expresa del propio Stalin.

Bulgákov podía ser muchas cosas, pero ni era comunista ni mucho menos estalinista. Justo todo lo contrario. En la antología de sus diarios y cartas de sus años en Moscú —de 1921 a 1940, año de su muerte— publicada por la editorial inglesa Alma, el autor lamenta la falta de libertades y la censura. Sobre sus simpatías políticas, no deja lugar a dudas en un interrogatorio al que lo somete la policía secreta soviética y del que conserva la declaración firmada:

“Empecé a trabajar como escritor en otoño de 1919, en Vladikavkaz, por entonces bajo control de las Fuerzas Blancas [los fieles al zarismo]. Escribía relatos cortos y artículos para los diarios Blancos. En mis trabajos adopté una actitud hostil y crítica hacia la Rusia soviética”. “Mis simpatías estaban enteramente del lado de los Blancos”, prosigue Bulgákov, “y su retirada me llenó de incomprensión y de horror”.

Perseguido por el régimen y vetadas sus obras, el escritor suplicó a Stalin en 1929 por carta que le deportaran de la URSS

En la antología de sus diarios y cartas se incluyen las múltiples misivas que Bulgákov envió a Stalin y a otros miembros del Comité Central del Partido Comunista suplicando que permitieran que él y su esposa emigraran de la Unión Soviética: “En mi décimo año como escritor”, escribió en 1929 a Stalin, “mi fuerza se ha roto, y no soy capaz de seguir existiendo. Perseguido, sabiendo que mis relatos ya no pueden ser publicados ni mis obras de teatro representadas, me encuentro con mis nervios rotos. Me dirijo a usted para que interceda ante el Gobierno de la URSS para que nos deporten de la URSS a mí y a mi esposa”.

‘El asesino’​


Bulgákov fue médico militar de la Cruz Roja durante dos años de la I Guerra Mundial. Volvió a Ucrania para ser médico de pueblo y tras regresar a Kiev en 1918 fue movilizado como doctor por los varios ejércitos que controlaron la ciudad. El Instituto de Memoria Nacional le acusa de haber desertado del ejército de la República Popular Ucrania para alistarse en las Fuerzas Blancas. El museo confirma que, efectivamente, Bulgákov abandonó el ejército ucranio, pero porque estaba en desbandada ante la inminente victoria de los bolcheviques; también niega que se presentara voluntario para ser doctor en la Guardia Blanca: fue forzado a ello.

De aquella época hay un relato, ‘El asesino’, incluido en el libro Diario de un joven médico, que para el Instituto de Memoria Nacional es una muestra definitiva de “un discurso ucraniófobo que sirvió y todavía sirve para crear un contexto favorable en el Estado agresor ruso para la eliminación física de los representantes de la identidad ucrania”. En ‘El asesino’, el alter ego de Bulgákov es un doctor obligado a atender a un comandante ucranio herido. El médico renuncia al juramento hipocrático y asesina al militar. El Instituto de Memoria Nacional denuncia que el escritor describe a los soldados ucranios como unos salvajes para justificar la muerte del oficial. El museo, en vez de replicar que al fin y al cabo es ficción, entra en el juego y añade contexto al recordar que el comandante muerto era un torturador. Pero olvida otra cosa: en el relato, al doctor le indican que tras sus servicios médicos será fusilado por haber sido fiel a los rusos.

La sentencia política contra Bulgákov ya ha sido promulgada para que su figura se esfume de la identidad colectiva ucrania. No es el único. Su caso recuerda también al de Vasili Grossman, otro genio literario ucranio que escribía en ruso, marginado en la URSS e ignorado en su país de origen. A ambos la historia vuelve a castigarlos.





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