crystel.keebler
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El origen de la ficción Justicia artificial está en un documental del mismo título de 2022. En él, su director, Simón Casal, exploraba con la ayuda de expertos (jueces, filósofos, investigadores…) los dilemas que sembraría la implantación de un software de inteligencia artificial (IA) en un sistema judicial como el español. ¿Puede la justicia algorítmica acabar con la influencia del poder político y económico para lograr un sistema más justo e independiente? ¿Se pueden eliminar los prejuicios ideológicos y emocionales con la figura de un juez-máquina? ¿Es más justa la distancia de una IA que la intuición y la empatía humanas? Dos años después de aquellas preguntas, Justicia artificial es la respuesta desde un futuro no tan lejano.
Partiendo de esa investigación, Casal escribió el guion junto a Víctor Sierra de un largometraje interesante en su planteamiento de thriller ciberpolítico pero bajo de tensión dramática entre sus personajes. Estamos en 2028, el Gobierno español acaba de anunciar un referéndum para aprobar un sistema de IA que pretende “automatizar y despolitizar” la justicia, además de acortar sus plazos sustituyendo a los jueces por computadoras. En el arranque asistimos a un juicio presidido por una reputada jueza, Carmen Costa (Verónica Echegui), que, desoyendo la sentencia que le sugiere la IA, impone la suya dejando al preso en libertad condicional. La jueza cree al acusado; la inteligencia artificial, no.
Toda la historia se construye sobre la desconfianza de esa profesional en el algoritmo y, sobre todo, en la empresa encargada de desarrollarlo. Casal apunta con acierto a la opacidad corporativa de la IA como el principal desafío que implica darles tanto poder. El guion se centra en la jueza, que interpreta con convicción Echegui. Es el más logrado y menos obvio, frente a unos villanos un tanto unidimensionales. Se trata de una mujer taciturna cuyo obstinado carácter también tiene cables sueltos, como su soledad y su frustrado deseo de ser madre. Frente a esas vaguedades, su convencimiento en el poder de la intuición se escenifica en un angustioso reto de supervivencia que sí visualiza el poder mental del personaje.
Las complejas disyuntivas de la IA son un rico subgénero y se agradece que una película española tenga la ambición de abordar un tema así. Casal, además, consigue una ambientación lograda de cibernoir, con esa mezcla del paisaje gallego entre bucólico y plomizo, una atmósfera que se cuenta entre lo mejor de un filme que de forma sencilla se enfrenta a un gran desafío para el futuro de la humanidad que está a la vuelta de la esquina.
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Partiendo de esa investigación, Casal escribió el guion junto a Víctor Sierra de un largometraje interesante en su planteamiento de thriller ciberpolítico pero bajo de tensión dramática entre sus personajes. Estamos en 2028, el Gobierno español acaba de anunciar un referéndum para aprobar un sistema de IA que pretende “automatizar y despolitizar” la justicia, además de acortar sus plazos sustituyendo a los jueces por computadoras. En el arranque asistimos a un juicio presidido por una reputada jueza, Carmen Costa (Verónica Echegui), que, desoyendo la sentencia que le sugiere la IA, impone la suya dejando al preso en libertad condicional. La jueza cree al acusado; la inteligencia artificial, no.
Toda la historia se construye sobre la desconfianza de esa profesional en el algoritmo y, sobre todo, en la empresa encargada de desarrollarlo. Casal apunta con acierto a la opacidad corporativa de la IA como el principal desafío que implica darles tanto poder. El guion se centra en la jueza, que interpreta con convicción Echegui. Es el más logrado y menos obvio, frente a unos villanos un tanto unidimensionales. Se trata de una mujer taciturna cuyo obstinado carácter también tiene cables sueltos, como su soledad y su frustrado deseo de ser madre. Frente a esas vaguedades, su convencimiento en el poder de la intuición se escenifica en un angustioso reto de supervivencia que sí visualiza el poder mental del personaje.
Las complejas disyuntivas de la IA son un rico subgénero y se agradece que una película española tenga la ambición de abordar un tema así. Casal, además, consigue una ambientación lograda de cibernoir, con esa mezcla del paisaje gallego entre bucólico y plomizo, una atmósfera que se cuenta entre lo mejor de un filme que de forma sencilla se enfrenta a un gran desafío para el futuro de la humanidad que está a la vuelta de la esquina.
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