Kenna_Pagac
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“Sé amable, sé curioso, sé travieso. Y mantén el sentido del humor”. Es el consejo que da Judi Dench a todo el que atreva a lanzarse con la interpretación (y a enfrentarse a la vida en general). Por desgracia, es posible que esta gran drama británica no regale ya nuevas travesuras en escena. La actriz, de 89 años, reconoció el pasado mayo que su progresiva ceguera le impedía leer guiones. Todo lo aprende hoy al dictado de amigos, como hizo Kenneth Branagh en Belfast (2021), “como un loro”, bromea. Tanto han empeorado sus síntomas que estar en un rodaje se ha vuelto casi inviable. Por eso un libro como The Man who Pays the Rent, donde repasa sus trabajos en obras de William Shakespeare, suena a una suerte de testamento.
Porque “el hombre que paga el alquiler”, como se traduce al español este libro solo editado en inglés, no es otro que el propio dramaturgo inglés. Ese era el apelativo cariñoso con el que Dench y su difunto marido, Michael Williams, se referían al autor cuando trabajaban para la Royal Shakespeare Company en los setenta. Y esa misma familiaridad es con la que la directora M de James Bond trata su obra, que adora y conoce, pero a la que siempre se acercó desde un método práctico, y no académico. Así, Dench repasa una vida sobre las tablas, a través de una veintena de papeles, desde su primera Ofelia en Hamlet en el Old Vic en 1957 (con 24 años) hasta la duquesa de York de Ricardo III, a la que interpretó en 2016 para la serie The Hollow Crown, junto a Benedict Cumberbatch.
La ceguera es también la razón que la ha llevado a abrirse ante el escritor Brendan O’Hea. Dench se embarcó en parte en estas singulares memorias dialogadas buscando algo en lo que pasar su tiempo: “Tengo un miedo irracional al aburrimiento. Por eso tengo un tatuaje que dice carpe diem”, explicaba en 2017 en una entrevista. Así que le fue contando a O’Hea sus anécdotas y lecciones, con su particular sentido del humor autodespreciativo, para reunirlas en este libro en el que explica sus devenires con Shakespeare. Su diálogo se entremezcla, además, con algo tan personal como los garabatos con los que la actriz decoraba los márgenes de sus guiones y que todavía sigue pintando, y que solo se ha animado a mostrar porque una amiga le sugirió que podría empujar a pintar a otras personas ciegas que no se atrevan. Y eso que ella llevaba pintando desde que sus padres le daban permiso para dibujar con plena creatividad las paredes de su casa.
Fue Macbeth la que le llevó a querer ser actriz, cuando su hermano lo interpretó en su colegio. Le gustaban especialmente los tacos que decían sobre las tablas. Desde entonces, Shakespeare le sirve como nexo de unión desordenado de su vida. No solo porque allí se forjó su matrimonio, sino también por todos los buenos momentos en el pub Dirty Duck (califica Macbeth de “paraíso” porque es corta, sin entreactos y les daba tiempo a ir al pub), los malos (“Odio el puto El mercader de Venecia. Dios mío, cómo la odio”) y los que han forjado su filosofía de vida.
Mientras habla de Shakespeare, la intérprete repasa lecciones como las bondades de trabajar en compañía (“No soy buena sola. Nunca podría hacer un monólogo, no sabría cómo prepararme si no hubiera bromas y pantalones volando por los aires”) o la importancia de mantener su eterna positividad: “Mirad siempre lo positivo en la vida, porque lo hay. Oler unas flores de un árbol o ser capaz de sentarte en el jardín a la luz del día, una llamada de un amigo…”. Porque Dench lo ha dado todo por el bardo inglés, incluso enfermar en una representación de Noche de reyes en África: “En Accra, colapsé sobre el escenario y pasé la noche en el hospital. Fue la combinación de un corsé muy ajustado, actuar bajo un calor increíble y descubrir que había pillado malaria. Luego me dijeron lo gracioso que había sido que me cayera en escena”.
Dench lo ha hecho todo sobre las tablas, hasta casi morir, pero para el público global la actriz es conocida por su interpretación del personaje M en la saga protagonizada por James Bond y por otras películas como Orgullo y perjuicio, Chocolat e Iris (dos de sus ocho nominaciones al Oscar), así como por su larga relación cinematográfica con el actor y director Kenneth Branagh, con quien trabajó en Enrique V, Hamlet y Cuento de invierno (por mencionar solo las obras escritas por el hombre que paga el alquiler). Esta relación shakesperiana recibió su broche de oro con Branagh convertido en el bardo, y Judi Dench en su esposa, Anne Hathaway, en El último acto (2018). La que después fuera protagonista de la novela Hamnet, de Maggie O’Farrell, era uno de los pocos personajes alrededor de Shakespeare que le quedaba por interpretar.
Pero, pese a esta colección de papeles, la ganadora del Oscar por Shakespeare enamorado, como buena aprendiz de teatro británico, reconoce que siempre actuó por instinto: “¿Nunca te llevabas el papel a casa? —le pregunta Brendan O’Hea en el libro—. No seas ridículo. Te quitas el personaje cuando te quitas el vestido. No te afecta tu modo de vida (...). Tu trabajo solo es interpretar lo que escribió”. Tal es el grado de humildad que O’Hea explica en su prólogo que tuvo que cortar numerosos “quizás” y “posiblemente” (así como muchas palabrotas) de sus respuestas.
Casi sin quererlo, bajo esas dudas, Dench desgrana lecciones para cualquier actor, desde la importancia de saber escuchar a cómo preparar un ensayo. Desde la humildad, pero bajo un análisis detallado de los personajes (“no hay personajes pequeños en Shakespeare”, asegura), Dench entrega píldoras de sabiduría sobre cada aspecto teatral de Shakespeare, que no es otra cosa que sobre la vida misma: “La comedia es ritmo, es saber escuchar a la audiencia. Es innato, no es una ciencia exacta. La audiencia está unos cuantos pasos por delante del personaje”.
Aun así, ella sigue mirando hacia el futuro. “Shakespeare siempre será relevante porque refleja el tiempo actual. Cuando vi el Enrique V de Olivier en 1942, en medio de la Segunda Guerra Mundial, era una llamada al patriotismo. Hoy podría ser vista como una obra antibélica”, explica. Y por eso es consciente de que “las referencias cambian” y el autor tiene que verse reflejado en su adaptación: “Shakespeare es de todos. Y tenemos que dejar que cada individuo busque sus propias interpretaciones a las palabras. Cada experiencia vital es distinta, y eso necesita ser celebrado por sus obras. Necesitas encontrar lo que sus palabras significan para ti”. Esa mente abierta y ese sentido del humor es el que ha llevado a Judi Dench a ser una leyenda. Y esa mirada sigue estando muy sana.
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Porque “el hombre que paga el alquiler”, como se traduce al español este libro solo editado en inglés, no es otro que el propio dramaturgo inglés. Ese era el apelativo cariñoso con el que Dench y su difunto marido, Michael Williams, se referían al autor cuando trabajaban para la Royal Shakespeare Company en los setenta. Y esa misma familiaridad es con la que la directora M de James Bond trata su obra, que adora y conoce, pero a la que siempre se acercó desde un método práctico, y no académico. Así, Dench repasa una vida sobre las tablas, a través de una veintena de papeles, desde su primera Ofelia en Hamlet en el Old Vic en 1957 (con 24 años) hasta la duquesa de York de Ricardo III, a la que interpretó en 2016 para la serie The Hollow Crown, junto a Benedict Cumberbatch.
La ceguera es también la razón que la ha llevado a abrirse ante el escritor Brendan O’Hea. Dench se embarcó en parte en estas singulares memorias dialogadas buscando algo en lo que pasar su tiempo: “Tengo un miedo irracional al aburrimiento. Por eso tengo un tatuaje que dice carpe diem”, explicaba en 2017 en una entrevista. Así que le fue contando a O’Hea sus anécdotas y lecciones, con su particular sentido del humor autodespreciativo, para reunirlas en este libro en el que explica sus devenires con Shakespeare. Su diálogo se entremezcla, además, con algo tan personal como los garabatos con los que la actriz decoraba los márgenes de sus guiones y que todavía sigue pintando, y que solo se ha animado a mostrar porque una amiga le sugirió que podría empujar a pintar a otras personas ciegas que no se atrevan. Y eso que ella llevaba pintando desde que sus padres le daban permiso para dibujar con plena creatividad las paredes de su casa.
Fue Macbeth la que le llevó a querer ser actriz, cuando su hermano lo interpretó en su colegio. Le gustaban especialmente los tacos que decían sobre las tablas. Desde entonces, Shakespeare le sirve como nexo de unión desordenado de su vida. No solo porque allí se forjó su matrimonio, sino también por todos los buenos momentos en el pub Dirty Duck (califica Macbeth de “paraíso” porque es corta, sin entreactos y les daba tiempo a ir al pub), los malos (“Odio el puto El mercader de Venecia. Dios mío, cómo la odio”) y los que han forjado su filosofía de vida.
Mientras habla de Shakespeare, la intérprete repasa lecciones como las bondades de trabajar en compañía (“No soy buena sola. Nunca podría hacer un monólogo, no sabría cómo prepararme si no hubiera bromas y pantalones volando por los aires”) o la importancia de mantener su eterna positividad: “Mirad siempre lo positivo en la vida, porque lo hay. Oler unas flores de un árbol o ser capaz de sentarte en el jardín a la luz del día, una llamada de un amigo…”. Porque Dench lo ha dado todo por el bardo inglés, incluso enfermar en una representación de Noche de reyes en África: “En Accra, colapsé sobre el escenario y pasé la noche en el hospital. Fue la combinación de un corsé muy ajustado, actuar bajo un calor increíble y descubrir que había pillado malaria. Luego me dijeron lo gracioso que había sido que me cayera en escena”.
Dench lo ha hecho todo sobre las tablas, hasta casi morir, pero para el público global la actriz es conocida por su interpretación del personaje M en la saga protagonizada por James Bond y por otras películas como Orgullo y perjuicio, Chocolat e Iris (dos de sus ocho nominaciones al Oscar), así como por su larga relación cinematográfica con el actor y director Kenneth Branagh, con quien trabajó en Enrique V, Hamlet y Cuento de invierno (por mencionar solo las obras escritas por el hombre que paga el alquiler). Esta relación shakesperiana recibió su broche de oro con Branagh convertido en el bardo, y Judi Dench en su esposa, Anne Hathaway, en El último acto (2018). La que después fuera protagonista de la novela Hamnet, de Maggie O’Farrell, era uno de los pocos personajes alrededor de Shakespeare que le quedaba por interpretar.
Pero, pese a esta colección de papeles, la ganadora del Oscar por Shakespeare enamorado, como buena aprendiz de teatro británico, reconoce que siempre actuó por instinto: “¿Nunca te llevabas el papel a casa? —le pregunta Brendan O’Hea en el libro—. No seas ridículo. Te quitas el personaje cuando te quitas el vestido. No te afecta tu modo de vida (...). Tu trabajo solo es interpretar lo que escribió”. Tal es el grado de humildad que O’Hea explica en su prólogo que tuvo que cortar numerosos “quizás” y “posiblemente” (así como muchas palabrotas) de sus respuestas.
Casi sin quererlo, bajo esas dudas, Dench desgrana lecciones para cualquier actor, desde la importancia de saber escuchar a cómo preparar un ensayo. Desde la humildad, pero bajo un análisis detallado de los personajes (“no hay personajes pequeños en Shakespeare”, asegura), Dench entrega píldoras de sabiduría sobre cada aspecto teatral de Shakespeare, que no es otra cosa que sobre la vida misma: “La comedia es ritmo, es saber escuchar a la audiencia. Es innato, no es una ciencia exacta. La audiencia está unos cuantos pasos por delante del personaje”.
Aun así, ella sigue mirando hacia el futuro. “Shakespeare siempre será relevante porque refleja el tiempo actual. Cuando vi el Enrique V de Olivier en 1942, en medio de la Segunda Guerra Mundial, era una llamada al patriotismo. Hoy podría ser vista como una obra antibélica”, explica. Y por eso es consciente de que “las referencias cambian” y el autor tiene que verse reflejado en su adaptación: “Shakespeare es de todos. Y tenemos que dejar que cada individuo busque sus propias interpretaciones a las palabras. Cada experiencia vital es distinta, y eso necesita ser celebrado por sus obras. Necesitas encontrar lo que sus palabras significan para ti”. Esa mente abierta y ese sentido del humor es el que ha llevado a Judi Dench a ser una leyenda. Y esa mirada sigue estando muy sana.
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Judi Dench se despide de Shakespeare con una lección vital: “Sé amable, curioso, travieso. Y mantén el sentido del humor”
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