Juan Gabriel Vásquez: “Me interesa la inseguridad de los hombres frente a mujeres potentes”

xhessel

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Feliza Bursztyn fue una mujer libre. Lo fue frente a la maternidad, frente a sus parejas, frente a sus padres, frente a un mundo del arte dominado por hombres, frente a periodistas misóginos, frente a una sociedad conservadora que la juzgó injustamente y la envió al exilio en 1981. Hasta que una fría noche de enero en 1982, a los 48 años, murió mientras cenaba en París con Gabriel García Márquez y otros comensales. El Nobel, en un obituario, escribió que la gran escultora colombiana “se murió de tristeza”. Cuarenta y dos años después, otro novelista colombiano, Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 49 años), inicia su nueva novela investigando cómo es posible morir de tristeza. Los nombres de Feliza, disponible en Colombia y en España a partir de enero, es un viaje a su libertad.

Pregunta. ¿Por qué le pareció importante reconstruir la vida de Feliza Bursztyn?

Respuesta. Ella es uno de esos personajes que me obsesionan y que constituyen el centro de mis novelas: personas en cuya vida privada de repente irrumpe en la vida pública del país, personas a las que la historia las transforma. Eso fue lo que le pasó a [el director] Sergio Cabrera [de Volver la vista atrás], y eso es lo que les pasa a mis personajes ficticios, como Antonio Yammara en El ruido de las cosas al caer. Es el cruce de caminos entre las pequeñas historias íntimas y la gran Historia con mayúscula.

P. ¿Y fue difícil esa reconstrucción?

R. Fue terriblemente difícil, porque Feliza era un personaje muy poliédrico, una mujer de muchas caras, y cuya vida reunió muchos de los conflictos más potentes del siglo XX. Era hija de judíos que se habían quedado en Colombia después del auge de Hitler. Era una mujer que se encontró con toda la resistencia de la sociedad conservadora colombiana. Fue sitiada por conflictos enormes, como la Revolución cubana. Fue protagonista y testigo de un momento de transformación intelectual, artístico, cultural, de nuestra conciencia. Yo quería hacerle justicia a todo eso.

Feliza Bursztyn en su taller.

P. ¿Qué personas le permitieron reconstruir la historia de Feliza?

R. El personaje “ancla” fue Pablo Leyva, su marido cuando ella murió y mi guía a la vida de ella. Hay una trampa con una novela como esta, que es tratar de meterlo todo y de hablar con todo el mundo que se cruzó con Feliza. Tuve que tomar decisiones para poner orden en el caos de nuestra experiencia. Durante más de un año estuve hablando con Pablo. Las conversaciones me remitían a otras personas aún vivas, como [la dramaturga] Patricia Ariza, o a personas que ya están muertas, como Gabriel García Márquez. En ese caso, hablé mucho con Rodrigo, su hijo, y con gente que estaba presente el día en que murió Feliza, como Enrique Santos Calderón.

P. En la novela hay cierta nostalgia por el momento cultural que vivió Feliza en la segunda mitad del siglo XX en Colombia...

R. La ficción literaria es la manera más precisa que tenemos de instalarnos emocionalmente, intelectualmente, en un tiempo que no es el nuestro. A mí ese tiempo me causaba una curiosidad enorme. Es cuando empiezan a pintar Botero y Obregón, está por ahí Débora Arango, pero también García Márquez publicando sus primeras cosas. Está la revista Mito, de Jorge Gaitán Durán, quien fue amante y pareja de Feliza. Estaba [la crítica de arte] Marta Traba, con quien Feliza tenía una relación de complicidad. Tantos colombianos que provocaron una revolución de nuestras mentalidades, y la mejor puerta de entrada a ese mundo era la figura de Feliza.

P. ¿Reconstruir el pasado de ella fue un ejercicio de conciencia sobre el machismo colombiano?

R. El machismo no había que buscarlo, sale naturalmente al investigar la vida de Feliza. No tenía siquiera una intención previa de encontrarlo. Pero mis novelas no son para hacer una denuncia, para eso tengo mis columnas, son más bien una exploración a partir de preguntas. Desde luego, una de esas era mirar la tensión que existió entre la mujer artista que era Feliza y el mundo abiertamente machista que no llevó muy bien su libertad ni su talento. Las dos cosas chocaban mucho, y eso me interesaba enormemente: la inseguridad del hombre colombiano frente a mujeres tan potentes desde un punto de vista intelectual y creativo, que ejercen su libertad de manera tan abierta.

P. Feliza decide separarse de su primer marido y viajar a Francia a pesar de la reticencia de este, que le exigía quedarse en Bogotá para cuidar a sus tres hijas. ¿Cómo entiende la decisión que ella tomó?

R. Lo entiendo como un gesto de libertad extrema, pero que parte de la decisión de alguien más. Su marido se llevó a sus hijas a Estados Unidos, en castigo por ciertas cosas que se cuentan en la novela. Él se opuso siempre al deseo de Feliza de ser artista, y se opuso de manera violenta. A partir de ese momento, Feliza tiene dos opciones: o hundirse por completo, o buscar su reinvención como mujer y como artista. Lo que le permitió ese accidente de su vida, que fue traumático, fue reinventarse.

'Sin título', de la serie 'Histéricas', de Feliza Bursztyn.

P. ¿Cuál fue el gran legado artístico de Feliza en Colombia?

R. Su voluntad de rebelarse contra todo, de romper todas las camisas de fuerza y los límites. Cuando empezó, no tenía el viento a favor, y en lugar de acoplarse a lo a los movimientos más convencionales, se propuso hacer lo que nunca se había hecho en Colombia. Su descubrimiento fue usar materiales como el metal desechado, algo que ahora no parece escandaloso, pero en su momento lo fue. Las instalaciones que hizo, la utilización del movimiento y sonido con sus esculturas, todo fue con un afán abiertamente provocador. No solo por trabajar con materiales toscos, sino que además lo hiciera como mujer. En un momento una periodista le preguntó si no temía que no vieran su arte como suficientemente femenino. Ella se puso un collar de perlas y le preguntó: “¿Así sí estoy más mujer?”.

P. En otro momento le dijo a otro periodista que en la sociedad colombiana era mejor que a una mujer la consideren loca...

R. Esa frase pasó a la historia, fue titular de una revista. Ella dijo “En un país machista, hágase la loca”, como la única respuesta que le queda a una mujer que quiere ser artista. Creo que es una frase elocuente de los recursos extremos a los que ella tenía que llegar, fingir locura para ser libre. A Feliza Bursztyn la definió la libertad.

P. Incluso fue libre dentro de la izquierda.

R. Sí, era simpatizante de la Revolución cubana y al mismo tiempo rechazaba la violencia, le parecía antipática y condenable. Nunca aceptó meterse al Partido Comunista, a pesar de que se lo solicitaban sus amigos. Se negó a la militancia, carecía de dogmatismo. Feliza tenía una mirada que se movía, más que por ideas, por emociones. Tenía en su taller retratos de Fidel Castro y del Che, y al tiempo era amiga íntima de Belisario Betancur. Siempre dijo que el de ella sería su primer voto cuando él fuera candidato a la Presidencia.

P. Gabriel García Márquez dijo una frase con la que arranca la novela, dice que Feliza se murió de tristeza. ¿Coincide con el diagnóstico?

R. Yo creo que el diagnóstico de García Márquez es el que puede dar un novelista. Yo sí creo que murió de tristeza. El diagnóstico que puede dar un médico es otro, que murió de un infarto. Pero los dos diagnósticos son igualmente justos y precisos, y mi gran problema como novelista es que no lo puedo justificar mientras hablo contigo. La única manera de justificarlo es escribir las 275 páginas de la novela.

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