gennaro33
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En La habitación de al lado, la nueva película de Pedro Almodóvar, hay un momento mágico protagonizado por Juan Diego Botto (Buenos Aires, 49 años). Ocurre a lo largo de dos escenas que comparte con Raúl Arévalo y Tilda Swinton y donde interpreta a un reportero de guerra en Irak. Botto actúa en inglés y español y deja una de esas secuencias, aparentemente triviales pero llenas de sugerencias, a las que el espectador regresa mentalmente en los días posteriores al visionado. “Creo que no hay ningún actor español, o casi ninguno, que no haya fantaseado con trabajar con Almodóvar”, cuenta el intérprete cuando se le pregunta por su debut con el manchego. “Mi generación ha crecido con el cine de Almodóvar, forma parte de nuestra cultura cotidiana. Las chicas almodóvar, las situaciones almodovarianas... Todo eso forma parte de mi vida. Lo que nunca me imaginé fue hacer una película con Almodóvar en inglés. Me sorprendió mucho cuando las directoras de casting me lo dijeron. Es un personaje muy pequeño pero muy gozoso de hacer, y además he tenido la suerte de trabajar con Tilda, que es una mujer maravillosa, una actriz estupenda que ha entendido muy bien el universo de Almodóvar y se ha entregado a él. Pero lo que más ilusión me hizo fue el mero hecho de estar ahí. De que Almodóvar me dirigiera, de poder estar en su película, de verlo colocar la cámara, dirigir a los actores. Ser testigo de su trabajo es un lujo, algo muy bonito”.
Juan Diego Botto se puso ante la cámara por primera vez con ocho años y ha trabajado con Montxo Armendáriz, Imanol Uribe o Daniel Calparsoro. Es hijo de los actores Diego Botto, que desapareció en 1977 durante la dictadura de Videla, y Cristina Rota, que se mudó a Madrid con sus hijos y abrió la que ha acabado siendo la escuela de interpretación madrileña por excelencia. Fiel a sus raíces, Botto nunca ha abandonado el teatro —como actor, dramaturgo, director y productor— ni el compromiso político. En su carrera hay alusiones constantes a la migración, el exilio, la violencia y la justicia. En la película estadounidense de Almodóvar, interpreta a un reportero de guerra. “Es un mundo que no me es ajeno, porque mi compañera ha sido corresponsal de guerra, ha cubierto conflictos bélicos y, de hecho, el que se narra en la película, la guerra de Irak, ella lo cubrió durante la invasión para la Cadena Ser. Ella me ayudó a entender ese mundo”. Se refiere a la periodista Olga Rodríguez, con quien se casó en 2017 y con quien ha colaborado, por ejemplo, en el guion de En los márgenes (2022), un drama social sobre los desahucios protagonizado por Luis Tosar y Penélope Cruz y que el propio Botto dirigió.
¿Dirigir le ha hecho cambiar su visión del oficio de actor? Dirigir te hace conocer un poco la trastienda, no solo de la parte artística, sino también de la comercial, la financiera... Es un trabajo muy colaborativo con todos los departamentos, muy enriquecedor. Pero, en cuanto a mi carrera como actor, yo sigo disfrutando mucho de ese trabajo. Me gusta contar historias, pero disfruto mucho de que me llamen para contar las historias de otros. Además, en este país hay muchos actores y actrices, y poder encadenar un trabajo con otro es un privilegio. Intento no olvidarme de ello.
¿Qué le aporta el teatro? Vivimos un resurgir de espectáculos que abordan temas sociales, como si la realidad hubiese vuelto a subirse al escenario. Hay algo maravilloso en el teatro, y tiene que ver con la libertad. El cine o la televisión implican enormes presupuestos, y quien tiene ese dinero son las televisiones o las grandes productoras. El teatro es mucho más independiente. Es más fácil que productoras teatrales pequeñas puedan montar espectáculos relativamente complejos, y en poco tiempo. Eso hace que el teatro hoy esté muy vinculado a nuestra realidad y nos hable de nosotros mismos de una forma más urgente, más cercana y próxima. Por eso mucho público se está acercando al teatro, porque nos cuenta historias que no se están contando en la televisión en el cine.
¿Diría que no a algún papel por motivos ideológicos? Cuando me ofrecen un trabajo como actor, generalmente lo que miro es que esté bien hecho, bien escrito, que sea interesante. Luego hay una cosa más difícil de valorar, que es que a mí me guste. No le hago un examen ideológico al proyecto para saber si me meto o no, sino que lo leo desde la ingenuidad del espectador, como si fuera un lector que lo lee por primera vez. Otra cosa es cuando preparo mis propios proyectos. Tampoco les hago un examen de militancia o activismo, pero al final escribo sobre lo que a mí me emociona.
En Una noche sin luna, la obra teatral escrita e interpretada por usted y dirigida por Sergio Peris-Mencheta, se transformaba en García Lorca. Era una producción independiente, casi minimalista, y uno de los fenómenos teatrales más imponentes que se recuerdan. Le dieron el Premio Nacional. Yo creo que es lo mejor que he hecho en mi carrera, como escritor y como actor, pero también es posiblemente el proyecto que más he disfrutado. Lo que sucede en el teatro se genera entre todos, y esa comunión con los espectadores fue algo muy bonito. La sensación de que hay un montón de gente como nosotros, de que no estamos solos en esto, fue emocionante. Las obras que yo hago siempre las producimos en casa, es una pyme donde están mi madre y mis hermanas, y arriesgamos pasta. Es una responsabilidad. Pero por suerte salió bien.
¿Le sorprendió el entusiasmo del público? Hubo un momento muy bonito en Granada, estábamos montando las cosas antes de empezar la función y comentamos que esa tarde íbamos a ir a Víznar, donde se supone que fusilaron a Lorca, y un técnico del teatro de Granada comentó que allí, en aquella fosa común, estaba su abuelo. Le preguntamos el nombre de su abuelo, lo escribimos en una de las tablas laterales de la escen+ografía y le dedicamos la función. Cogimos la rutina de preguntar, allí donde íbamos, si había desaparecidos o fosas comunes, poníamos algunos nombres y les dedicábamos la función. No hubo una sola plaza que no tuviera cerca una fosa común con gente todavía no recuperada.
¿Alguna vez ha temido que hablar abiertamente de política le cerrara puertas? Mi necesidad de expresarme no tiene que ver con el hecho de que sea actor, sino con que soy ciudadano. Y como cualquier otro ciudadano, vivo en comunidad y tengo el derecho y quizá también un poquito el deber de decir lo que pienso, igual que un fontanero o un electricista va a una manifestación y se expresa públicamente, en la misma medida pues lo hago yo. Lo que pasa es que a mí se me escucha más por el trabajo que tengo. Cuando veo lo que está pasando en Gaza, un genocidio en curso, algo tendré que decir, me atormenta pensar que seguimos con nuestra vida cotidiana mientras el horror sucede a escasos kilómetros de aquí. No sé si me iría mejor si no lo hiciera. No lo sé. Me da igual.
También Almodóvar habló del auge de la extrema derecha en el discurso que dio al recoger el premio en Venecia. Fíjate: Almodóvar, que se posiciona abiertamente, acaba de ganar el León de Oro en Venecia. Es decir, no le puede ir mejor. Evidentemente hay gente que lo considerará el demonio y le criticará por las cosas que dice, pero eso no está afectando a su trayectoria. Es de lejos el director español más internacional y, con Buñuel, el más premiado. Por suerte hay una autonomía entre una cosa y otra. Con las críticas hay que vivir, pero eso también está bien. Si expresas una opinión tienes que aceptar el hecho de que haya gente a que no le guste tu opinión. Eso forma parte del juego, siempre y cuando sea de forma respetuosa.
¿Crecer entre actores y escenarios le ha hecho desmitificar la profesión? El primer mito creo que tiene que ver con la facilidad, con la historia de la Cenicienta, esa idea de que un día irás caminando por la calle y un director te descubrirá y notará que eres un genio y a partir de ahí todo será fácil. Yo crecí escuchando a los alumnos de mi madre. Al principio la escuela estaba en el salón de casa. Pronto comprendí que era algo que requería mucho trabajo, estudio y práctica. A veces venían actores conocidos a preparar un personaje, y yo pensaba: “Joder, pero si ya son conocidos, si se supone que ya saben”. Pero cada vez que empiezas un proyecto empiezas de cero. Y luego está el glamour. Cuando yo empezaba, en España la industria no tenía los mimbres como para permitirse estrellas como las de Hollywood. Mucha gente fantasea con que los actores vivimos en alfombras rojas y casas de lujo, y la realidad de la profesión es otra muy distinta. En la inmensa mayoría de los casos, pasa por compatibilizar el trabajo de actor con otra cosa porque no te llega, pasar temporadas esperando a que suene el teléfono, pedir ayuda a tus padres hasta que tienes 39 años... Por eso, cuando a un actor le preguntan si su hijo quiere ser actor, la respuesta suele ser: “¡Uf, espero que no!”.
¿Usted siempre quiso ser actor? ¿Se planteó otra profesión? No, la verdad es que no recuerdo haber querido ser otra cosa. No lo recuerdo. A lo mejor astronauta, durante un breve momento. Pero astronauta y actor.
En 2025 cumple 30 años Historias del Kronen. ¿Quién quería ser usted en 1995? Yo quería convertirme en Marlon Brando. Hice Historias del Kronen con 18 años, y lo que tiene la adolescencia es que no eres muy consciente de tus límites y limitaciones. Así que yo aspiraba a ser Marlon Brando, que siempre ha sido mi héroe como actor. Todo lo que recuerdo alrededor de esa película es muy bonito, incluido el momento en que me enteré de que me habían dado el papel. Yo estaba en una compañía que hacía teatro gratis en centros culturales. Estábamos recogiendo la escenografía y el bedel preguntó: ¿alguno de ustedes se llama Juan Diego? No sé cómo Montxo [Armendáriz] me había localizado, pero me dijo que quería tomarse una caña conmigo. Así que empaquetamos todo en la furgoneta y todos los compañeros me llevaron a la Plaza de Santa Ana. Y se quedaron ahí esperando fuera del bar, a ver qué me decía. Después me fui a celebrarlo con mis compañeros. A esa película le debo el principio de mi carrera.
¿Intuyó que estaba haciendo una película de culto? Todos pensábamos que estábamos haciendo una buena película, pero no algo que quedaría en el recuerdo. Por ejemplo, Historias del Kronen compitió en el Festival de Cannes. Yo no he vuelto a estar en el Festival de Cannes. Y fue un éxito generacional. Para mucha gente de mi quinta, esa película contaba cosas en el cine por primera vez.
¿Le da vértigo pensar que han pasado 30 años de aquello? El paso del tiempo es increíble. Los mayores siempre te dicen que pasa muy rápido. Y con 18 uno no siente que pase tan rápido. Pero luego es como aquella abuela de Cien años de soledad que decía “los días los hacen más cortos ahora”. Pues sí, sí, todo ha pasado muy rápido.
¿Por qué le interesa tanto la memoria? Yo creo que la memoria es lo que configura tu identidad. Por tanto, un individuo desmemoriado es un individuo carente de identidad o con su identidad cuestionada. Con un país ocurre lo mismo. Cuando te empeñas en negar partes de tu historia, es tu propia identidad lo que estás negado. Entonces se potencian algunos elementos en detrimento de otros. Para algunos, ser español tiene que ver con la religión católica o con que te gusten los toros. Pero, para otros, podría ser ensalzar las figuras de García Lorca, de Antonio Machado o de la Brigada 9, que fue la primera en entrar en París para liberarla de los nazis. ¿Cuántas gente sabe en España que los primeros tanques que entraron en París fueron españoles? ¿Cuántas películas se han hecho sobre ellos? Podría ser una fiesta nacional y un motivo de orgullo, porque la Europa moderna se construyó sobre la Segunda Guerra Mundial, sobre 1945 y el orgullo de haber acabado con los nazis. Podría ser una seña de identidad que aquellos españoles, los más valientes, lucharon en España, perdieron, no se rindieron y se lucharon contra los nazis. Sin embargo, no es un hito a celebrar como seña identitaria, en parte, porque estamos desmemoriados..
¿Cómo interpreta desde esa óptica el auge de la ultraderecha? Pues mira, yo creo que el optimismo es una militancia, que tiene que ser una forma de estar en la vida. No hablo de un optimismo infantil o naif, sino fruto de la certeza de que lo que no se anhela, lo que no se batalla, lo que no se desea, no cambia. Cuando Moncho hizo Silencio Roto, antes de empezar la película aparecen unas frases de Bertold Brecht: “En los tiempos sombríos ¿Se cantará también? También se cantará sobre los tiempos sombríos”. Yo creo en cantar como metáfora y como símbolo de estar en la vida. Por muy mal que estén las cosas, tenemos que pensar que se pueden cambiar y mejorar. Evidentemente, vivimos tiempos complejos, pero esa esperanza de que llegarán tiempos mejores yo la tengo.
Maquillaje y peluquería: Ricardo Calero. Asistente de fotografía: Marcos Jiménez. Asistente de estilismo: Paloma Gutiérrez.
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Juan Diego Botto se puso ante la cámara por primera vez con ocho años y ha trabajado con Montxo Armendáriz, Imanol Uribe o Daniel Calparsoro. Es hijo de los actores Diego Botto, que desapareció en 1977 durante la dictadura de Videla, y Cristina Rota, que se mudó a Madrid con sus hijos y abrió la que ha acabado siendo la escuela de interpretación madrileña por excelencia. Fiel a sus raíces, Botto nunca ha abandonado el teatro —como actor, dramaturgo, director y productor— ni el compromiso político. En su carrera hay alusiones constantes a la migración, el exilio, la violencia y la justicia. En la película estadounidense de Almodóvar, interpreta a un reportero de guerra. “Es un mundo que no me es ajeno, porque mi compañera ha sido corresponsal de guerra, ha cubierto conflictos bélicos y, de hecho, el que se narra en la película, la guerra de Irak, ella lo cubrió durante la invasión para la Cadena Ser. Ella me ayudó a entender ese mundo”. Se refiere a la periodista Olga Rodríguez, con quien se casó en 2017 y con quien ha colaborado, por ejemplo, en el guion de En los márgenes (2022), un drama social sobre los desahucios protagonizado por Luis Tosar y Penélope Cruz y que el propio Botto dirigió.
¿Dirigir le ha hecho cambiar su visión del oficio de actor? Dirigir te hace conocer un poco la trastienda, no solo de la parte artística, sino también de la comercial, la financiera... Es un trabajo muy colaborativo con todos los departamentos, muy enriquecedor. Pero, en cuanto a mi carrera como actor, yo sigo disfrutando mucho de ese trabajo. Me gusta contar historias, pero disfruto mucho de que me llamen para contar las historias de otros. Además, en este país hay muchos actores y actrices, y poder encadenar un trabajo con otro es un privilegio. Intento no olvidarme de ello.
¿Qué le aporta el teatro? Vivimos un resurgir de espectáculos que abordan temas sociales, como si la realidad hubiese vuelto a subirse al escenario. Hay algo maravilloso en el teatro, y tiene que ver con la libertad. El cine o la televisión implican enormes presupuestos, y quien tiene ese dinero son las televisiones o las grandes productoras. El teatro es mucho más independiente. Es más fácil que productoras teatrales pequeñas puedan montar espectáculos relativamente complejos, y en poco tiempo. Eso hace que el teatro hoy esté muy vinculado a nuestra realidad y nos hable de nosotros mismos de una forma más urgente, más cercana y próxima. Por eso mucho público se está acercando al teatro, porque nos cuenta historias que no se están contando en la televisión en el cine.
¿Diría que no a algún papel por motivos ideológicos? Cuando me ofrecen un trabajo como actor, generalmente lo que miro es que esté bien hecho, bien escrito, que sea interesante. Luego hay una cosa más difícil de valorar, que es que a mí me guste. No le hago un examen ideológico al proyecto para saber si me meto o no, sino que lo leo desde la ingenuidad del espectador, como si fuera un lector que lo lee por primera vez. Otra cosa es cuando preparo mis propios proyectos. Tampoco les hago un examen de militancia o activismo, pero al final escribo sobre lo que a mí me emociona.
En Una noche sin luna, la obra teatral escrita e interpretada por usted y dirigida por Sergio Peris-Mencheta, se transformaba en García Lorca. Era una producción independiente, casi minimalista, y uno de los fenómenos teatrales más imponentes que se recuerdan. Le dieron el Premio Nacional. Yo creo que es lo mejor que he hecho en mi carrera, como escritor y como actor, pero también es posiblemente el proyecto que más he disfrutado. Lo que sucede en el teatro se genera entre todos, y esa comunión con los espectadores fue algo muy bonito. La sensación de que hay un montón de gente como nosotros, de que no estamos solos en esto, fue emocionante. Las obras que yo hago siempre las producimos en casa, es una pyme donde están mi madre y mis hermanas, y arriesgamos pasta. Es una responsabilidad. Pero por suerte salió bien.
¿Le sorprendió el entusiasmo del público? Hubo un momento muy bonito en Granada, estábamos montando las cosas antes de empezar la función y comentamos que esa tarde íbamos a ir a Víznar, donde se supone que fusilaron a Lorca, y un técnico del teatro de Granada comentó que allí, en aquella fosa común, estaba su abuelo. Le preguntamos el nombre de su abuelo, lo escribimos en una de las tablas laterales de la escen+ografía y le dedicamos la función. Cogimos la rutina de preguntar, allí donde íbamos, si había desaparecidos o fosas comunes, poníamos algunos nombres y les dedicábamos la función. No hubo una sola plaza que no tuviera cerca una fosa común con gente todavía no recuperada.
¿Alguna vez ha temido que hablar abiertamente de política le cerrara puertas? Mi necesidad de expresarme no tiene que ver con el hecho de que sea actor, sino con que soy ciudadano. Y como cualquier otro ciudadano, vivo en comunidad y tengo el derecho y quizá también un poquito el deber de decir lo que pienso, igual que un fontanero o un electricista va a una manifestación y se expresa públicamente, en la misma medida pues lo hago yo. Lo que pasa es que a mí se me escucha más por el trabajo que tengo. Cuando veo lo que está pasando en Gaza, un genocidio en curso, algo tendré que decir, me atormenta pensar que seguimos con nuestra vida cotidiana mientras el horror sucede a escasos kilómetros de aquí. No sé si me iría mejor si no lo hiciera. No lo sé. Me da igual.
También Almodóvar habló del auge de la extrema derecha en el discurso que dio al recoger el premio en Venecia. Fíjate: Almodóvar, que se posiciona abiertamente, acaba de ganar el León de Oro en Venecia. Es decir, no le puede ir mejor. Evidentemente hay gente que lo considerará el demonio y le criticará por las cosas que dice, pero eso no está afectando a su trayectoria. Es de lejos el director español más internacional y, con Buñuel, el más premiado. Por suerte hay una autonomía entre una cosa y otra. Con las críticas hay que vivir, pero eso también está bien. Si expresas una opinión tienes que aceptar el hecho de que haya gente a que no le guste tu opinión. Eso forma parte del juego, siempre y cuando sea de forma respetuosa.
¿Crecer entre actores y escenarios le ha hecho desmitificar la profesión? El primer mito creo que tiene que ver con la facilidad, con la historia de la Cenicienta, esa idea de que un día irás caminando por la calle y un director te descubrirá y notará que eres un genio y a partir de ahí todo será fácil. Yo crecí escuchando a los alumnos de mi madre. Al principio la escuela estaba en el salón de casa. Pronto comprendí que era algo que requería mucho trabajo, estudio y práctica. A veces venían actores conocidos a preparar un personaje, y yo pensaba: “Joder, pero si ya son conocidos, si se supone que ya saben”. Pero cada vez que empiezas un proyecto empiezas de cero. Y luego está el glamour. Cuando yo empezaba, en España la industria no tenía los mimbres como para permitirse estrellas como las de Hollywood. Mucha gente fantasea con que los actores vivimos en alfombras rojas y casas de lujo, y la realidad de la profesión es otra muy distinta. En la inmensa mayoría de los casos, pasa por compatibilizar el trabajo de actor con otra cosa porque no te llega, pasar temporadas esperando a que suene el teléfono, pedir ayuda a tus padres hasta que tienes 39 años... Por eso, cuando a un actor le preguntan si su hijo quiere ser actor, la respuesta suele ser: “¡Uf, espero que no!”.
¿Usted siempre quiso ser actor? ¿Se planteó otra profesión? No, la verdad es que no recuerdo haber querido ser otra cosa. No lo recuerdo. A lo mejor astronauta, durante un breve momento. Pero astronauta y actor.
En 2025 cumple 30 años Historias del Kronen. ¿Quién quería ser usted en 1995? Yo quería convertirme en Marlon Brando. Hice Historias del Kronen con 18 años, y lo que tiene la adolescencia es que no eres muy consciente de tus límites y limitaciones. Así que yo aspiraba a ser Marlon Brando, que siempre ha sido mi héroe como actor. Todo lo que recuerdo alrededor de esa película es muy bonito, incluido el momento en que me enteré de que me habían dado el papel. Yo estaba en una compañía que hacía teatro gratis en centros culturales. Estábamos recogiendo la escenografía y el bedel preguntó: ¿alguno de ustedes se llama Juan Diego? No sé cómo Montxo [Armendáriz] me había localizado, pero me dijo que quería tomarse una caña conmigo. Así que empaquetamos todo en la furgoneta y todos los compañeros me llevaron a la Plaza de Santa Ana. Y se quedaron ahí esperando fuera del bar, a ver qué me decía. Después me fui a celebrarlo con mis compañeros. A esa película le debo el principio de mi carrera.
¿Intuyó que estaba haciendo una película de culto? Todos pensábamos que estábamos haciendo una buena película, pero no algo que quedaría en el recuerdo. Por ejemplo, Historias del Kronen compitió en el Festival de Cannes. Yo no he vuelto a estar en el Festival de Cannes. Y fue un éxito generacional. Para mucha gente de mi quinta, esa película contaba cosas en el cine por primera vez.
¿Le da vértigo pensar que han pasado 30 años de aquello? El paso del tiempo es increíble. Los mayores siempre te dicen que pasa muy rápido. Y con 18 uno no siente que pase tan rápido. Pero luego es como aquella abuela de Cien años de soledad que decía “los días los hacen más cortos ahora”. Pues sí, sí, todo ha pasado muy rápido.
¿Por qué le interesa tanto la memoria? Yo creo que la memoria es lo que configura tu identidad. Por tanto, un individuo desmemoriado es un individuo carente de identidad o con su identidad cuestionada. Con un país ocurre lo mismo. Cuando te empeñas en negar partes de tu historia, es tu propia identidad lo que estás negado. Entonces se potencian algunos elementos en detrimento de otros. Para algunos, ser español tiene que ver con la religión católica o con que te gusten los toros. Pero, para otros, podría ser ensalzar las figuras de García Lorca, de Antonio Machado o de la Brigada 9, que fue la primera en entrar en París para liberarla de los nazis. ¿Cuántas gente sabe en España que los primeros tanques que entraron en París fueron españoles? ¿Cuántas películas se han hecho sobre ellos? Podría ser una fiesta nacional y un motivo de orgullo, porque la Europa moderna se construyó sobre la Segunda Guerra Mundial, sobre 1945 y el orgullo de haber acabado con los nazis. Podría ser una seña de identidad que aquellos españoles, los más valientes, lucharon en España, perdieron, no se rindieron y se lucharon contra los nazis. Sin embargo, no es un hito a celebrar como seña identitaria, en parte, porque estamos desmemoriados..
¿Cómo interpreta desde esa óptica el auge de la ultraderecha? Pues mira, yo creo que el optimismo es una militancia, que tiene que ser una forma de estar en la vida. No hablo de un optimismo infantil o naif, sino fruto de la certeza de que lo que no se anhela, lo que no se batalla, lo que no se desea, no cambia. Cuando Moncho hizo Silencio Roto, antes de empezar la película aparecen unas frases de Bertold Brecht: “En los tiempos sombríos ¿Se cantará también? También se cantará sobre los tiempos sombríos”. Yo creo en cantar como metáfora y como símbolo de estar en la vida. Por muy mal que estén las cosas, tenemos que pensar que se pueden cambiar y mejorar. Evidentemente, vivimos tiempos complejos, pero esa esperanza de que llegarán tiempos mejores yo la tengo.
Maquillaje y peluquería: Ricardo Calero. Asistente de fotografía: Marcos Jiménez. Asistente de estilismo: Paloma Gutiérrez.
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