‘Joyland’, conflictos ‘queer’ en el Pakistán contemporáneo

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27 Sep 2024
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La primera producción paquistaní seleccionada por el festival de Cannes en toda su historia ha acariciado también una nominación al Oscar a la mejor película internacional. Joyland pasó el primer corte de la academia estadounidense (el de las 15 preseleccionadas que no pudo superar Alcarràs) y se quedó fuera en la última criba, después de obtener unos meses atrás el premio del Jurado de la sección Una cierta mirada en el certamen francés. La globalización de la reflexión y de la crítica de las distintas formas de opresión en torno a la sexualidad en territorios de dominio patriarcal ha hecho posible su triunfo.

Ópera prima de Saim Sadiq, Joyland es un trabajo delicado, revelador y pertinente, capaz de enfrentarse a no pocos tabúes en la sociedad paquistaní, lo que no es poco. Pero no es una gran película. Sus devaneos con la comedia amable pueden estar en la base de su triunfo, pero la empequeñecen porque a la hora de ahondar en el drama prefiere el objetivo de la imagen imborrable en lugar de la profundidad en el análisis de los tres personajes principales. Y es una pena porque Sadiq, también coguionista, deja para el epílogo una notable secuencia que, ahondando en el pasado, en la raíz de los problemas, redondea relativamente bien su triángulo amoroso. Pero el constreñimiento social, el impulso de la tradición para coartar la libertad sexual y la obligación de unos roles de género determinados, los tres grandes temas de la película, se diluyen un tanto en un núcleo central que no acaba de avanzar entre el tedio y la templanza.

Rescoldos de un matrimonio concertado. Ella, heterosexual, de clase trabajadora y enamorada de su marido. Él, homosexual reprimido y en silencio, en paro desde hace demasiado tiempo, relegado en el hogar de clase media a tareas tradicionalmente femeninas. Los familiares más duros se preguntan por qué no hay hijos. Tercer vértice: una mujer trans, y heterosexual, de la que se enamora el marido tras comenzar a trabajar en un espectáculo teatral de bailes eróticos en el reducto de tolerancia queer de la enorme ciudad de Lahore, la segunda más poblada del país con 11 millones de habitantes, y una de las más liberales. Los conflictos, tanto el exterior, hacia el resto de la familia y de la sociedad, como el interior, con sus rupturas de las expectativas y su tragedia personal, son de impacto. Incluso el aborto hace acto de aparición para redondear una situación irresoluble en muchos aspectos. Sin embargo, tras desvelar las frustraciones de sus criaturas y teniendo enfrente un clima de hipocresía de enormes posibilidades, Sadiq parece seguir prefiriendo la delicadeza, el color del país (ropas, luces, fiestas…) y algún apunte simbólico nunca concretado, como ese chiste sobre el mosquito y la gallina que culmina con un falso augurio: “El destino del amor es la muerte”.

Joyland, a la que por un lado le sobran minutos de metraje y por otro le faltan un par de conversaciones de verdadera altura, quiere ser audaz, y en principio lo es, aunque sin dejar de ser agradable e incluso dócil. Y ese ligero grado de indecisión en un tema tan complejo es el que rebaja la singularidad de una obra, desde luego, interesante y plenamente contemporánea, estrenada en su país en noviembre pasado y que tuvo que lidiar por unos días, en los que fue retirada de los cines, con los intentos de censura de diversos grupos ultrarreligiosos.

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