Joy Harjo es una de las poetas más respetadas de Estados Unidos. Miembro de la Nación Muskogee, en 2019, se convirtió en la primera nativa americana en ser distinguida como Poeta Laureada del Congreso, un honor que renovó en dos ocasiones hasta 2023 y que comparte con escritores como Elizabeth Bishop, Robert Frost, Joseph Brodsky, la premio Nobel Louise Glück o la actual, Ada Limón.
Saxofonista, cantante y artista, además de escritora, Harjo ha recogido los recuerdos de una intensa vida en dos volúmenes de memorias: Loca guerrera (Crazy Brave, 2013; traducido al español por Pedro Larrea en Valparaíso Ediciones) y Poet Warrior (Norton, 2021). Su peripecia existencial la ha llevado a vivir, entre otros Estados, en Nuevo México, Iowa, Arizona, California, Hawái o Tennessee, antes de regresar a Tulsa, en Oklahoma, donde nació en 1951, y donde creció bajo la sombra de un padre abusador, antes de partir hacia la universidad en Santa Fe, donde descubrió su vocación literaria.
Es autora de 10 poemarios y de un puñado de libros infantiles, títulos de no ficción y obras teatrales. Ha publicado además siete álbumes musicales. En octubre, recibió de manos del presidente Joe Biden la Medalla Nacional de las Artes en una ceremonia privada en la Casa Blanca. Un par de semanas después, Biden viajó a Arizona para ofrecer una disculpa por el sistema de internados gestionado por el Gobierno federal que durante décadas arrancó a niños y jóvenes de sus familias para llevarlos a lugares en los que sus costumbres y su idioma les eran arrebatados para asimilarlos a la cultura blanca dominante.
Pregunta. ¿Cómo definiría el lugar de los nativos americanos en la sociedad estadounidense?
Respuesta. Un espacio complicado, aunque las cosas han cambiado mucho desde que yo llegué a este mundo. Persiste el racismo y un sistema de castas que organiza la sociedad en función del dinero. Pero a veces las generaciones producen cambios, y a veces, esos cambios son destruidos por quienes ostentan el poder de una estructura codiciosa.
P. ¿Le resultó fácil que su voz fuera escuchada cuando empezó en la poesía a mediados de los años setenta?
R. Como nativos, siempre hemos estado a merced de las olas de reconocimiento del otro. Tuve la suerte de estudiar en el Institute of American Indian Arts de Santa Fe, en Nuevo México, que era una escuela de arte liberal que se situó en el centro de un refrescante movimiento cultural. Después de la ocupación de [la roca de] Alcatraz [que duró 18 meses, entre 1969 y 1971] y la eclosión de los movimientos por los derechos de los nativos, se generó una de esas olas de reconocimiento. Más tarde, volvieron a prestarnos atención después de Wounded Knee [la toma por parte de activistas del Movimiento Indio Americano de la localidad del mismo nombre en Dakota del Sur en 1973]. Años después fue Standing Rock [la protesta en 2016 por la construcción de un oleoducto en territorio sioux en Dakota del Norte]. Siempre sucede así: llega un cierto reconocimiento, y luego se olvidan de nosotros por un tiempo. En 2020, fue clave la sentencia del Tribunal Supremo [que falló que casi la mitad oriental de Oklahoma es territorio indígena], y también la toma de conciencia por [el asesinato a manos de un policía blanco de] George Floyd. En estos últimos años, ha habido avances en el terreno cultural: la serie Resevation Dogs, el Oscar a la actriz Lily Gladstone, mi consideración como poeta laureada. Esta vez creo que permanecerá la atención, porque los nativos americanos estamos intrínsecamente ligados a lo que significa ser estadounidense.
P. ¿Cómo ve la deriva del país?
R. Yo soy una hija de la era de los derechos civiles. Luché por los derechos de los pueblos originarios, crecí rodeada de poetas y pensadores del movimiento chicano y de todos los demás que luchaban por cambiar las cosas. Contemplar ahora cómo se desmantelan los derechos de las mujeres me entristece, y me hace pensar que estamos en una encrucijada. Y no solo en este país, porque el mundo entero está conectado entre sí, y conectado con aquello que significa ser humano. El calentamiento del planeta, los sistemas económicos que dejaron de cuidarnos para velar únicamente por los ricos... Estamos asistiendo a un gran cambio.
P. Las palabras de algunos de los líderes nativos históricos inspiraron en los años de su juventud la emergencia del movimiento ecologista…
R. No hace falta remontarse a la sabiduría de nuestros antepasados para entender que no es buena idea coger [de la naturaleza] más de lo que vas a usar, y que hay que actuar con respeto. La tierra no te pertenece. No somos más que sus administradores. Vivimos en un mundo dominado por un poder que se comporta de una manera codiciosa, que excava y excava, y destruye los ecosistemas fluviales, la pesca y todo lo demás. Ha llegado demasiado lejos. Hay un delicado equilibrio en este mundo y que hay que conservarlo. Los animales, las plantas, los insectos, los seres humanos, la lluvia, las montañas… todos formamos parte de una historia mayor. Cuando actuamos sin respeto, eso tiene consecuencias.
P. ¿Le gustó Los asesinos de la luna, la última película de Martin Scorsese?
R. Sí, y no. No me parece este el lugar para ejercer de crítica cinematográfica. Dejémoslo en que es una película importante, pero al mismo tiempo es la clásica película que trata asuntos sobre nativos americanos cuyos personajes principales no lo son.
P. ¿Era el expolio a los Osage que el filme cuenta suficientemente conocida entre los nativos americanos?
R. Entre nosotros, sí. Sucedió lo mismo en nuestra nación Muskogee [ambas están en el Estado de Oklahoma]. Parte de la tierra que asignaron a mi familia resultó que albergaba uno de los campos petrolíferos más grandes del mundo. Cuentan que era como un lago de petróleo. Mis bisabuelos eran millonarios, y mi abuelo fue el primero en tener un coche. Cuando mi padre murió y heredamos sus acciones de petróleo, valían como 30 dólares cada una. Luego nos enviaron una carta y nos dijeron que esos derechos minerales se habían vendido. Nunca lo he investigado lo suficiente, pero claramente hubo mucha corrupción. Aquí también hubo asesinatos. Y había una mujer, que era una de las mujeres más ricas del mundo, a la que le impusieron un tutor, porque en la época, si tu sangre nativa era pura se entendía que no eras capaz de cuidar tus propiedades.
P. ¿Cuándo supo que sería poeta?
R. De pequeña no aspiraba a serlo, porque no sabía que los nativos podíamos serlo. La pintura sí se presentaba como una posibilidad, porque mi abuela pintaba. No me decidí a escribir hasta la universidad, cuando empecé a frecuentar a otros poetas. Ahí fue cuando la poesía se apoderó de mí. Yo era madre soltera con dos hijos. ¿Y cómo iba a ganarme la vida? Pero una vez que me poseyó, ya no hice otra cosa. Al final, supe apañármelas, por suerte.
P. Uno de sus primeros deslumbramientos fue Emily Dickinson. Ha escrito que se identificaba con esa idea suya de no ser nadie.
R. Dickinson me gustaba mucho de niña, y aún la amo. Era una poeta original. Eso es algo que siempre he buscado, en la escritura o en la música: no parecerme a nadie.
P. Con los años, usted se convirtió en algo más que alguien; en 2021, la nombraron poeta laureada del Congreso.
R. Como poeta, no lo haces para lograr algo así, sino porque es lo que te mueve, y por aquello que la poesía te aporta. Para mí, su límite no está en los libros, sino que es un arte conectado con la música y la danza. El reconocimiento nunca fue fácil para los escritores nativos. Recuerdo ir, cuando estaba en la universidad, a buscar la novela de N. Scott Momaday que ganó el Pulitzer [en 1969, La casa hecha de alba], y comprobar que no estaba en la sección de literatura, sino en la de antropología. Fue una sorpresa cuando recibí la llamada por el premio. Creí que me estaban llamando de la Biblioteca del Congreso para participar en un festival que organizan en verano cada año. Para entonces ya tenía una audiencia. Ahí llegó el reconocimiento.
P. ¿Qué papel desempeña la poesía entre las comunidades nativas?
R. He viajado por todo el mundo, y he podido comprobar que la poesía es más central en otras sociedades que en la estadounidense. Durante la pandemia, la gente, con todo, buscó en ella un cierto refugio, de la misma manera que recurrimos a ella en los momentos especiales de nuestras vidas. Muchos de mis compañeros en la escuela de arte estaban a menos de una generación de lo que nosotros llamamos la generación de la oralidad, y eso incluye la poesía y la conciencia del poder de la palabra. Algo de todo eso se ha perdido en este tiempo, y la revolución digital lo ha acentuado.
Seguir leyendo
Saxofonista, cantante y artista, además de escritora, Harjo ha recogido los recuerdos de una intensa vida en dos volúmenes de memorias: Loca guerrera (Crazy Brave, 2013; traducido al español por Pedro Larrea en Valparaíso Ediciones) y Poet Warrior (Norton, 2021). Su peripecia existencial la ha llevado a vivir, entre otros Estados, en Nuevo México, Iowa, Arizona, California, Hawái o Tennessee, antes de regresar a Tulsa, en Oklahoma, donde nació en 1951, y donde creció bajo la sombra de un padre abusador, antes de partir hacia la universidad en Santa Fe, donde descubrió su vocación literaria.
Es autora de 10 poemarios y de un puñado de libros infantiles, títulos de no ficción y obras teatrales. Ha publicado además siete álbumes musicales. En octubre, recibió de manos del presidente Joe Biden la Medalla Nacional de las Artes en una ceremonia privada en la Casa Blanca. Un par de semanas después, Biden viajó a Arizona para ofrecer una disculpa por el sistema de internados gestionado por el Gobierno federal que durante décadas arrancó a niños y jóvenes de sus familias para llevarlos a lugares en los que sus costumbres y su idioma les eran arrebatados para asimilarlos a la cultura blanca dominante.
Pregunta. ¿Cómo definiría el lugar de los nativos americanos en la sociedad estadounidense?
Respuesta. Un espacio complicado, aunque las cosas han cambiado mucho desde que yo llegué a este mundo. Persiste el racismo y un sistema de castas que organiza la sociedad en función del dinero. Pero a veces las generaciones producen cambios, y a veces, esos cambios son destruidos por quienes ostentan el poder de una estructura codiciosa.
P. ¿Le resultó fácil que su voz fuera escuchada cuando empezó en la poesía a mediados de los años setenta?
R. Como nativos, siempre hemos estado a merced de las olas de reconocimiento del otro. Tuve la suerte de estudiar en el Institute of American Indian Arts de Santa Fe, en Nuevo México, que era una escuela de arte liberal que se situó en el centro de un refrescante movimiento cultural. Después de la ocupación de [la roca de] Alcatraz [que duró 18 meses, entre 1969 y 1971] y la eclosión de los movimientos por los derechos de los nativos, se generó una de esas olas de reconocimiento. Más tarde, volvieron a prestarnos atención después de Wounded Knee [la toma por parte de activistas del Movimiento Indio Americano de la localidad del mismo nombre en Dakota del Sur en 1973]. Años después fue Standing Rock [la protesta en 2016 por la construcción de un oleoducto en territorio sioux en Dakota del Norte]. Siempre sucede así: llega un cierto reconocimiento, y luego se olvidan de nosotros por un tiempo. En 2020, fue clave la sentencia del Tribunal Supremo [que falló que casi la mitad oriental de Oklahoma es territorio indígena], y también la toma de conciencia por [el asesinato a manos de un policía blanco de] George Floyd. En estos últimos años, ha habido avances en el terreno cultural: la serie Resevation Dogs, el Oscar a la actriz Lily Gladstone, mi consideración como poeta laureada. Esta vez creo que permanecerá la atención, porque los nativos americanos estamos intrínsecamente ligados a lo que significa ser estadounidense.
P. ¿Cómo ve la deriva del país?
R. Yo soy una hija de la era de los derechos civiles. Luché por los derechos de los pueblos originarios, crecí rodeada de poetas y pensadores del movimiento chicano y de todos los demás que luchaban por cambiar las cosas. Contemplar ahora cómo se desmantelan los derechos de las mujeres me entristece, y me hace pensar que estamos en una encrucijada. Y no solo en este país, porque el mundo entero está conectado entre sí, y conectado con aquello que significa ser humano. El calentamiento del planeta, los sistemas económicos que dejaron de cuidarnos para velar únicamente por los ricos... Estamos asistiendo a un gran cambio.
P. Las palabras de algunos de los líderes nativos históricos inspiraron en los años de su juventud la emergencia del movimiento ecologista…
R. No hace falta remontarse a la sabiduría de nuestros antepasados para entender que no es buena idea coger [de la naturaleza] más de lo que vas a usar, y que hay que actuar con respeto. La tierra no te pertenece. No somos más que sus administradores. Vivimos en un mundo dominado por un poder que se comporta de una manera codiciosa, que excava y excava, y destruye los ecosistemas fluviales, la pesca y todo lo demás. Ha llegado demasiado lejos. Hay un delicado equilibrio en este mundo y que hay que conservarlo. Los animales, las plantas, los insectos, los seres humanos, la lluvia, las montañas… todos formamos parte de una historia mayor. Cuando actuamos sin respeto, eso tiene consecuencias.
P. ¿Le gustó Los asesinos de la luna, la última película de Martin Scorsese?
R. Sí, y no. No me parece este el lugar para ejercer de crítica cinematográfica. Dejémoslo en que es una película importante, pero al mismo tiempo es la clásica película que trata asuntos sobre nativos americanos cuyos personajes principales no lo son.
P. ¿Era el expolio a los Osage que el filme cuenta suficientemente conocida entre los nativos americanos?
R. Entre nosotros, sí. Sucedió lo mismo en nuestra nación Muskogee [ambas están en el Estado de Oklahoma]. Parte de la tierra que asignaron a mi familia resultó que albergaba uno de los campos petrolíferos más grandes del mundo. Cuentan que era como un lago de petróleo. Mis bisabuelos eran millonarios, y mi abuelo fue el primero en tener un coche. Cuando mi padre murió y heredamos sus acciones de petróleo, valían como 30 dólares cada una. Luego nos enviaron una carta y nos dijeron que esos derechos minerales se habían vendido. Nunca lo he investigado lo suficiente, pero claramente hubo mucha corrupción. Aquí también hubo asesinatos. Y había una mujer, que era una de las mujeres más ricas del mundo, a la que le impusieron un tutor, porque en la época, si tu sangre nativa era pura se entendía que no eras capaz de cuidar tus propiedades.
P. ¿Cuándo supo que sería poeta?
R. De pequeña no aspiraba a serlo, porque no sabía que los nativos podíamos serlo. La pintura sí se presentaba como una posibilidad, porque mi abuela pintaba. No me decidí a escribir hasta la universidad, cuando empecé a frecuentar a otros poetas. Ahí fue cuando la poesía se apoderó de mí. Yo era madre soltera con dos hijos. ¿Y cómo iba a ganarme la vida? Pero una vez que me poseyó, ya no hice otra cosa. Al final, supe apañármelas, por suerte.
P. Uno de sus primeros deslumbramientos fue Emily Dickinson. Ha escrito que se identificaba con esa idea suya de no ser nadie.
R. Dickinson me gustaba mucho de niña, y aún la amo. Era una poeta original. Eso es algo que siempre he buscado, en la escritura o en la música: no parecerme a nadie.
P. Con los años, usted se convirtió en algo más que alguien; en 2021, la nombraron poeta laureada del Congreso.
R. Como poeta, no lo haces para lograr algo así, sino porque es lo que te mueve, y por aquello que la poesía te aporta. Para mí, su límite no está en los libros, sino que es un arte conectado con la música y la danza. El reconocimiento nunca fue fácil para los escritores nativos. Recuerdo ir, cuando estaba en la universidad, a buscar la novela de N. Scott Momaday que ganó el Pulitzer [en 1969, La casa hecha de alba], y comprobar que no estaba en la sección de literatura, sino en la de antropología. Fue una sorpresa cuando recibí la llamada por el premio. Creí que me estaban llamando de la Biblioteca del Congreso para participar en un festival que organizan en verano cada año. Para entonces ya tenía una audiencia. Ahí llegó el reconocimiento.
P. ¿Qué papel desempeña la poesía entre las comunidades nativas?
R. He viajado por todo el mundo, y he podido comprobar que la poesía es más central en otras sociedades que en la estadounidense. Durante la pandemia, la gente, con todo, buscó en ella un cierto refugio, de la misma manera que recurrimos a ella en los momentos especiales de nuestras vidas. Muchos de mis compañeros en la escuela de arte estaban a menos de una generación de lo que nosotros llamamos la generación de la oralidad, y eso incluye la poesía y la conciencia del poder de la palabra. Algo de todo eso se ha perdido en este tiempo, y la revolución digital lo ha acentuado.
Seguir leyendo
Cargando…
elpais.com