José Luis Rivera, cazador de auroras boreales: “Nadie permanece impasible al ver bailar las luces del Norte”

kamille46

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La mirada plácida de este hombre tranquilo ha visto cosas que no creería ni el replicante Roy Batty de Blade Runner: auroras boreales bailando y cantando más allá de Tromso, cortinas de luz como lluvia verde fina sobre la colcha asombrada del invierno ártico, el rastro de las valkirias cabalgando en la noche hiperbórea o la cola del gran zorro sami del firmamento barriendo las estrellas. José Luis Rivera (Sevilla, 60 años), dueño de la empresa de viajes de naturaleza Ecowildlife Travel, lleva desde 2005 viendo y llevando gente a ver auroras boreales en el más inclemente norte de Europa en invierno, persiguiendo belleza en lo inhóspito. Se considera cazador de auroras boreales y acaba de publicar (y ya va por la segunda edición) un libro espectacular en el que ha volcado toda su experiencia sobre ellas, Bajo el sonido de la aurora boreal (Perdix Ediciones, 2024), con las sensacionales fotografías de José Alberto Puertas.

Pregunta. ¿Las auroras boreales cantan?

Respuesta. Emiten a veces un chasquido eléctrico, hay como un crujido en el cielo, un silbido. Muchos lo hemos percibido, aunque hay debate sobre cómo se produce ese sonido. Algunos científicos lo achacaron a una alucinación auditiva ante el espectáculo de las luces, pero hoy parece que sí emiten sonidos y no es algo ilusorio. Varias personas lo han comparado al susurro de la seda. También se parece al ruido que hacen los renos.

P. Dice que los sami del norte de Noruega denominan a las auroras “la luz que puedes oír”.

R. Guovssahasat, curiosamente es el mismo nombre que dan al arrendajo siberiano, un pájaro muy inquieto y vivaz, y con esas preciosas plumas coloridas e irisadas en el ala.

P. ¿Y bailan, las auroras?

R. Oh, sí, se mueven como una cortina, vibran y serpentean en franjas de luz. De hecho, la presentación del libro el próximo día 18 en Granada la vamos a hacer en un tablao flamenco con una bailaora vestida de verde bailando mientras yo leo textos.

P. ¿Cuál es su leyenda favorita de las auroras boreales?

R. Me gusta la idea vikinga de que son los reflejos de las armas de las valkirias en su cabalgar en busca de los guerreros caídos en batalla para llevarlos al Vallhala. Los sami dicen que son las chispas que levantan en el hielo los zorros árticos con sus colas y que suben al cielo y lo incendian. Los inuit creen que son antorchas que encienden los muertos en el firmamento, y los pescadores noruegos que las auroras son el “destello de los arenques”, el reflejo en el cielo de los grandes bancos de esos peces.

P. Lo de las valkirias le hubiera encantado a Borges, ese escaldo de adopción, pero no habría podido verlas.

R. Viajó varias veces a Islandia con Maria Kodama, quizá las oyó,

P. El huevo de Thor (una roca en la playa de Uttakleiv), el viejo cachalote Glenn, el Moby Dick noruego… ¿qué es lo más impresionante que ha visto en el país del Norte?

R. Una aurora que observamos en la isla de Sonja hace cuatro años. Entró en todos los colores, y te juro que silbaba. Fue precioso, brutal. Dos horas bailando, cantando.

P. Habrá visto muchas.

R. La primera, fíjate, en España, en Sevilla, con 8 años, una noche de invierno de 1972. Era entre rojiza y anaranjada y mi madre nos hizo entrar en casa. Decía que era la sangre de los muertos de la Guerra Civil. Luego en el Norte, habré pasado más de dos mil noches de auroras. Pero sigo emocionándome como el primer día, como un chiquillo.

P. ¿Cómo reacciona la gente al verlas?

R. Llevo grupos desde 2009, en total unas tres mil personas, nadie permanece impasible. Algunos lloran. He visto personas que no podían mantenerse en pie de la emoción. También hay quien hace el selfie y ya está, pero en nuestros viajes son muy pocos. Los samis dicen que hay que ser muy respetuosos en presencia de las auroras.

P. Pero hay que buscarlas.

R. Son un fenómeno de la naturaleza, y aparecen cuando quieren. Hay que moverse para dar con ellas y es bueno ir preparado, con el ojo acostumbrado a la oscuridad. Para mí el mayor disfrute es cuando las cazas. Este año perseguimos durante dos horas una hasta encontrarla al fin en un claro del bosque, en la taiga, junto a un lago.

P. En el libro explica pormenorizadamente la base científica de las auroras, ¿no les quita eso encanto?

R. Al contrario, descubrir sus secretos, su importancia para la vida en la Tierra (se dan porque las partículas solares chocan con el campo geomagnético que nos protege), las hace más interesantes. No son solo un espectáculo bonito. En los viajes solemos pasar a ver al doctor José Miguel González Pérez, astrofísico canario que trabaja en el centro espacial de Andoya, desde el que se lanzan cohetes para estudiar las auroras, y que es la persona del mundo que más sabe de ellas, y firma el prólogo del libro.

P. Usted es también un experto en tigres (aparte de haber rastreado a la famosa pantera negra de Kabini). ¿Qué prefiere, tigres o auroras?

R. Tigres, pero no tengo que elegir: ellos en otoño y las auroras en invierno.

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