José Antonio Vidal, el comienzo de todo

deborah.kuphal

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El kilometro cero de la lucha contra la corrupción –que es lo mismo que decir de la supervivencia del sistema democrático– está en Sevilla. Concretamente en la Plaza de España. El 30 de diciembre de 1989, durante un pleno municipal en el Ayuntamiento de Barbate, el entonces alcalde de la localidad gaditana, Serafín Núñez, reconoció que había decidido dar luz verde al proyecto urbanístico Puerto de la Plata, al que se había opuesto hasta entonces, tras la intermediación de Juan Guerra, hermano del vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra. Aquel desliz permitió conocer entonces que el 'hermanísimo' tenía un despacho en la Delegación del Gobierno ante el que hacían cola empresarios en busca de favores. Las indagaciones de aquel escándalo, el primer gran caso de corrupción de la democracia española, fue una odisea iniciática en un sistema en el que el poder judicial no estaba preparado para investigar al poder ejecutivo ni el ejecutivo mentalizado para dejarse investigar por el judicial. Los responsables policiales de aquel caso fueron pioneros que tuvieron que superar todo tipo de trabas para progresar en sus pesquisas. José Antonio Vidal, 'el Chino' para los amigos, fue la persona clave en aquella investigación. Le intentaron apartar del caso por las buenas, con la oferta de un ascenso como jefe en Rota que en realidad era un destierro, y por las malas, con la apertura de un expediente disciplinario por un supuesto desacato al juez del caso, Angel Márquez, que el propio magistrado negaba. Pero Vidal, quien se sabía con el teléfono intervenido –«el pincho no engancha», oyó decir a una voz un día al levantar el aparato– demostró redaños para hacer oídos sordos y continuar con una investigación que molestaba a todo el mundo. Pese a la falta de medios, se las arreglaron para interrogar a los 500 nombres registrados en el libro de visitas de la Delegación del Gobierno. El 'Chino' se quedó con la frustración de no haber podido llegar al fondo del caso, en el que intuía una posible financiación ilegal del PSOE. Juan Guerra escapó con solo una condena menor por fraude fiscal, pero el impacto de aquella corruptela costó el cargo a Alfonso Guerra y supuso el fin de la inocencia para los españoles.José Antonio Vidal, el policía que investigó también el caso Ollero o el crimen de Los Galindos, el agente que llegó junto a los cuerpos aún calientes de Alberto y Ascen e identificó a los fallecidos, ha muerto en Sevilla sin que se le haya reconocido su aportación a este delicado ecosistema nacional que llamamos democracia. Si hoy la UCO investiga a Koldo García o José Luis Ábalos y un juzgado sigue el rastro de los negocios de la esposa del presidente del Gobierno es gracias a que hace más de treinta años un puñado de agentes tuvo agallas para poner contras las cuerdas al vicepresidente del Gobierno. Aquellos pioneros mostraron el camino del equilibrio de poderes y de la dignidad profesional. Buen momento la despedida de Vidal para al menos dar las gracias por su esfuerzo.

 

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