akertzmann
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De pequeño, Jordi Lafebre garabateaba en el suelo de su casa en Barcelona. Hoy, con 45 años, recibe mensajes incluso en turco que le felicitan por sus cómics. O eso espera él: como no entiende el idioma, confía en los emoticonos con corazones al lado de los textos. En realidad, la obra del catalán está traducida a más lenguas que él no controla. Ni falta le hace: sus historias parecen hablarle a cualquiera. “Me esfuerzo por hacer libros universales, sin olvidar mis raíces. No intento dar lecciones. Sencillamente, escribo y diseño cosas que he visto o sé que existen”, resume él. Un amor capaz de derrotar al tiempo, en Carta blanca, su celebrado debut en solitario. Ahora, en Soy su silencio (Norma, como todos sus tebeos), mezcla thriller, violencia machista y salud mental, todo bañado en cava. Y lo empapa de humanidad, humor y esperanza, sellos habituales del autor. Lafebre recuerda que sus padres siempre sostuvieron la pasión del hiperactivo hijo. El niño que pintaba pavimentos para relajarse se ha hecho mayor. Ahora esboza sonrisas en la cara de cientos de desconocidos.
“Llevo toda la vida dibujando”, sonríe él. Tanto que su destino profesional se decidió casi solo. Cuando, de adolescente, anunció que quería ser artista, en la familia ya lo daban por hecho. Ninguna sorpresa, solo apoyo. Algo más se asombraron sus primeros empleadores: llamó a una revista insistiendo para que le ficharan. Al otro lado del teléfono, no imaginaban que se les plantaría en la redacción un muchacho de 20 años. Su talento y sus ganas le abrieron las puertas. Eso sí, tocó unas cuantas antes de entrar por la más deseada: “Hice de todo. Encargos pequeños, de una semana, cosas de publicidad, eróticas, para eventos de cualquier tipo, animación. Pero tenía claro que quería escribir libros”.
Primero, en compañía. Aunque en sus cómics con el guionista Zidrou (Los buenos veranos, Lydie) se iba gestando lo que vendría después: el lanzamiento en Francia, antes de llegar a España; un dibujo cálido y dinámico, con un lejano aroma a Disney; la reivindicación de la conmoción y la ternura; temas cotidianos, íntimos y, precisamente por ello, trascendentales. “Me interesa el alma humana. Creo que se pueden tratar las cosas con ligereza respetando a la vez que son asuntos importantes”, defiende él. En sus obras, Lafebre se atreve a caminar por la cuerda floja de las emociones. Basta un paso en falso para caer en lo azucarado, o lo melodramático. Habrá, de hecho, quien le acuse de ello. Sin embargo, miles de lectores adoraron Carta blanca porque se mantenía justo en la línea ideal: sin excesos, pero siempre a flor de piel.
“En los libros que llevo escritos hay preguntas sinceras que me hago, sin tener claras las respuestas. Me gusta pensar que lo mismo le sucede al lector. Hay cierto miedo a abordar temas emocionales, el cinismo y la desesperanza son herramientas que usamos mucho para protegernos. Creo que existe una forma de ser optimista sin ser lacrimógeno”, apunta el dibujante. Así que, en Soy su silencio, vuelve a intentarlo.
También juega de nuevo con los tiempos de la narración, como en Carta blanca. Aunque ahora, en su segunda novela gráfica, el creador pone encima de la mesa unas cuantas cartas más: su protagonista, Eva, una psiquiatra tan inestable como arrolladora; la trama policiaca; el amplio universo de personajes secundarios; pero, sobre todo, las nuevas viñetas de Lafebre tocan argumentos como el legado, la globalización, el feminismo, la violencia machista o la salud mental.
“Tenía la idea de un thriller en Barcelona, pero me faltaban piezas. Un libro necesita una arquitectura, puntos de apoyo. Los encontré cuando me centré en la salud mental. Me parece un tema necesario, del que se habla más ahora, pero no lo suficiente. A veces un autor tiene una frustración por intentar arreglar algo que genera una energía muy bonita. Antes a la gente que padecía esos problemas la arrinconábamos: al contrario, debemos darle soporte entre todos”, apunta el artista. En la charla, Lafebre alude a vivencias personales en las que no quiere profundizar; aunque también dice que recurrió a una amplia documentación, lo que se intuye en alguna referencia; además, se reunió con psiquiatras, y con pacientes con trastorno bipolar. “El respeto que te produce es lo que permite abordarlo con mucho cuidado. Quise entenderlo desde dentro. El lector va a sobrevolar algo que tú como autor tienes que conocer mucho más”, reflexiona.
Cabe, aun así, plantearse si 112 páginas dan para afrontar tantos argumentos complejos. ¿Al poner toda esa carne en el asador, puede ser que ningún trozo se cocine a fondo? “Reivindico el libro accesible para cualquiera. Me parece un piropo cuando me dicen: ‘Se lo regalé a mi madre, que nunca lee cómics’. Y, a la vez, es sofisticado en el sentido de un dibujo, un color y un guion muy trabajados. Hay obras mucho más complejas, y evidentemente les tengo un respeto brutal. Pero me interesa mucho el equilibrio entre ambos aspectos. No soy ensayista, ni filósofo. Me gusta hacer cómics que puedan llegar a todos e inviten al lector a la reflexión”, responde Lafebre. Agrega, “sin ningún complejo”, que el tebeo es también una evasión. Aunque espera que, al regreso, el viaje deje huellas.
De sus futuros periplos, tiene claro lo que quiere decir: “Nada”, tres veces, entre risas. Al parecer, hay dos guiones en marcha. Pero Lafebre cree que ahí está el aspecto tal vez más difícil de su oficio: “No hago algo para repetirme, no intento rellenar nada, sino construir una carrera como autor. Tengo la sincera sensación de que cada libro es una oportunidad para hablarle a la gente. Antes de subir al micrófono, debes reflexionar muy bien sobre a qué vas a dedicar esos cinco minutos, si vas a estar a la altura de la sofisticación del tema, si tienes el tono adecuado... Es muy exigente”.
Más, quizás, desde que ha ganado cierta fama en el cómic. Hay lectores que ya se esperan algo de Lafebre. Frente a ello, él abandera el trabajo cotidiano. “Un libro te desnuda, te enseña quién eres. Son muchos días seguidos. A veces estás más fluido y otras se trata de ponerse el mono de trabajo y seguir. Hay momentos en que no sabes si irá a buen puerto. Con mi amigo [dibujante] Javi Rey, siempre decimos: ‘Hay que confiar en el Jordi del pasado, que decidió hacer este cómic. Y en el del futuro, que va a sacarlo adelante”. Sin olvidar, nunca, al minúsculo Jordi que pintaba en el suelo.
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“Llevo toda la vida dibujando”, sonríe él. Tanto que su destino profesional se decidió casi solo. Cuando, de adolescente, anunció que quería ser artista, en la familia ya lo daban por hecho. Ninguna sorpresa, solo apoyo. Algo más se asombraron sus primeros empleadores: llamó a una revista insistiendo para que le ficharan. Al otro lado del teléfono, no imaginaban que se les plantaría en la redacción un muchacho de 20 años. Su talento y sus ganas le abrieron las puertas. Eso sí, tocó unas cuantas antes de entrar por la más deseada: “Hice de todo. Encargos pequeños, de una semana, cosas de publicidad, eróticas, para eventos de cualquier tipo, animación. Pero tenía claro que quería escribir libros”.
Primero, en compañía. Aunque en sus cómics con el guionista Zidrou (Los buenos veranos, Lydie) se iba gestando lo que vendría después: el lanzamiento en Francia, antes de llegar a España; un dibujo cálido y dinámico, con un lejano aroma a Disney; la reivindicación de la conmoción y la ternura; temas cotidianos, íntimos y, precisamente por ello, trascendentales. “Me interesa el alma humana. Creo que se pueden tratar las cosas con ligereza respetando a la vez que son asuntos importantes”, defiende él. En sus obras, Lafebre se atreve a caminar por la cuerda floja de las emociones. Basta un paso en falso para caer en lo azucarado, o lo melodramático. Habrá, de hecho, quien le acuse de ello. Sin embargo, miles de lectores adoraron Carta blanca porque se mantenía justo en la línea ideal: sin excesos, pero siempre a flor de piel.
“En los libros que llevo escritos hay preguntas sinceras que me hago, sin tener claras las respuestas. Me gusta pensar que lo mismo le sucede al lector. Hay cierto miedo a abordar temas emocionales, el cinismo y la desesperanza son herramientas que usamos mucho para protegernos. Creo que existe una forma de ser optimista sin ser lacrimógeno”, apunta el dibujante. Así que, en Soy su silencio, vuelve a intentarlo.
También juega de nuevo con los tiempos de la narración, como en Carta blanca. Aunque ahora, en su segunda novela gráfica, el creador pone encima de la mesa unas cuantas cartas más: su protagonista, Eva, una psiquiatra tan inestable como arrolladora; la trama policiaca; el amplio universo de personajes secundarios; pero, sobre todo, las nuevas viñetas de Lafebre tocan argumentos como el legado, la globalización, el feminismo, la violencia machista o la salud mental.
“Tenía la idea de un thriller en Barcelona, pero me faltaban piezas. Un libro necesita una arquitectura, puntos de apoyo. Los encontré cuando me centré en la salud mental. Me parece un tema necesario, del que se habla más ahora, pero no lo suficiente. A veces un autor tiene una frustración por intentar arreglar algo que genera una energía muy bonita. Antes a la gente que padecía esos problemas la arrinconábamos: al contrario, debemos darle soporte entre todos”, apunta el artista. En la charla, Lafebre alude a vivencias personales en las que no quiere profundizar; aunque también dice que recurrió a una amplia documentación, lo que se intuye en alguna referencia; además, se reunió con psiquiatras, y con pacientes con trastorno bipolar. “El respeto que te produce es lo que permite abordarlo con mucho cuidado. Quise entenderlo desde dentro. El lector va a sobrevolar algo que tú como autor tienes que conocer mucho más”, reflexiona.
Cabe, aun así, plantearse si 112 páginas dan para afrontar tantos argumentos complejos. ¿Al poner toda esa carne en el asador, puede ser que ningún trozo se cocine a fondo? “Reivindico el libro accesible para cualquiera. Me parece un piropo cuando me dicen: ‘Se lo regalé a mi madre, que nunca lee cómics’. Y, a la vez, es sofisticado en el sentido de un dibujo, un color y un guion muy trabajados. Hay obras mucho más complejas, y evidentemente les tengo un respeto brutal. Pero me interesa mucho el equilibrio entre ambos aspectos. No soy ensayista, ni filósofo. Me gusta hacer cómics que puedan llegar a todos e inviten al lector a la reflexión”, responde Lafebre. Agrega, “sin ningún complejo”, que el tebeo es también una evasión. Aunque espera que, al regreso, el viaje deje huellas.
De sus futuros periplos, tiene claro lo que quiere decir: “Nada”, tres veces, entre risas. Al parecer, hay dos guiones en marcha. Pero Lafebre cree que ahí está el aspecto tal vez más difícil de su oficio: “No hago algo para repetirme, no intento rellenar nada, sino construir una carrera como autor. Tengo la sincera sensación de que cada libro es una oportunidad para hablarle a la gente. Antes de subir al micrófono, debes reflexionar muy bien sobre a qué vas a dedicar esos cinco minutos, si vas a estar a la altura de la sofisticación del tema, si tienes el tono adecuado... Es muy exigente”.
Más, quizás, desde que ha ganado cierta fama en el cómic. Hay lectores que ya se esperan algo de Lafebre. Frente a ello, él abandera el trabajo cotidiano. “Un libro te desnuda, te enseña quién eres. Son muchos días seguidos. A veces estás más fluido y otras se trata de ponerse el mono de trabajo y seguir. Hay momentos en que no sabes si irá a buen puerto. Con mi amigo [dibujante] Javi Rey, siempre decimos: ‘Hay que confiar en el Jordi del pasado, que decidió hacer este cómic. Y en el del futuro, que va a sacarlo adelante”. Sin olvidar, nunca, al minúsculo Jordi que pintaba en el suelo.
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