Soledad_Pagac
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Desde su primera edición, una veintena de dibujantes y guionistas españoles han sido reconocidos en el Premio Internacional Manga de Japón por obras publicadas en español o como miembros de equipos internacionales en otros idiomas. Este año, Ana Oncina (Elda, Alicante, 35 años) recibió el premio de Plata por Just Friends, una obra del género yuri, historias centradas en relaciones amistosas o románticas entre mujeres, publicada por la editorial Planeta.
La historia de amor adolescente entre dos chicas que se conocen en un campamento de verano está contada con una estética manga de línea pulcra en blanco y negro, lectura oriental (de derecha a izquierda) y secuencias salpicadas de onomatopeyas en japonés. Una importante influencia nipona reconocida por la autora es la de Taiyo Matsumoto, innovador mangaka (como se conoce a los autores de tebeos japoneses) capaz de fusionar elementos estilísticos del manga con una narrativa que algunos críticos consideran muy cercana a la bande dessinée francesa.
Como Matsumoto, Ana Oncina se apoya en la arquitectura de la ciudad, dibujada en su caso sin deformaciones y con contornos limpios y precisos, para enfatizar y comunicar las emociones de sus personajes. Al entregarle el premio en Tokio, el pasado 5 de marzo, la presidenta del jurado, la mangaka Machiko Satonaka, destacó el ritmo sosegado de la narrativa de Ana Oncina, la felicitó por resistir a la tentación de ganarse al lector con escenas dramáticas y la animó a seguir “defendiendo el tono contenido” de sus relatos.
Además, Ana C. Sánchez (Murcia, 33 años) obtuvo el Bronce por Limbo, un relato de aventuras y batallas que se nutre de subgéneros como el shonen, historias de acción para adolescentes, y el isekai, fantasía en mundos paralelos o sobrenaturales. La obra, protagonizada por una chica que aprovecha su capacidad para comunicarse con los espíritus para ganar dinero, se publica en serie, también por Planeta, y en la 29ª edición del Salón del Manga Barcelona obtuvo el premio al mejor manga español.
La autora, cuyas obras anteriores, Alter Ego y Sirius, se publicaron también en inglés, francés e italiano, inició su carrera de una forma muy similar a la de muchos mangakas japoneses, recorriendo ferias de manga para mostrar sus obras autopublicadas en fanzines. Aunque sus primeras historias eran intimistas y tenían protagonistas japonesas que se movían en entornos nipones, Limbo tiene un elenco coral con nombres occidentales, pese a que la fisonomía de sus personajes sigue fiel a la estética de ojos enormes, cuerpo menudo, mentón puntiagudo y cabellera frondosa.
El certamen japonés no exige un estilo en particular y admite historias gráficas con más de 16 páginas y producidas por autores no japoneses en los tres años anteriores a su inscripción. “Como el premio lo concede Japón, lo llamamos manga, pero somos conscientes de las influencias mutuas entre manga, cómic americano o bande dessinée”, afirma Ritsuko Suzuki, directora de Relaciones Públicas para Asuntos Culturales del Ministerio de Asuntos Exteriores de Japón, la institución organizadora.
Suzuki atribuye la presencia española en 14 de las 16 ediciones al nacimiento en España de un ecosistema similar al de Taiwán o Corea del Sur, donde el manga es una industria que genera ilustradores profesionales que pueden vivir de su trabajo. El premio japonés, una herramienta de diplomacia pública en la que este año participaron 587 obras de todo el mundo, contribuye a su vez a reafirmar la etiqueta iberomanga o manga español, cuya producción aumenta apoyada por el amplio mercado de habla hispana.
Existen además desde hace años artistas españoles que trabajan con editoriales japonesas, como José María Ken Niimura, madrileño de padre japonés y residente en Tokio que en 2011 ganó el único Oro español del premio japonés con Soy una matagigantes, con guion del norteamericano Joe Kelly. Además de las historias de Kenny Ruiz, dibujante nacido en Alicante que crea aventuras con los personajes de Osamu Tezuka (1928-1989), considerado “el padre del manga”, muchos lectores japoneses leen cada semana las aventuras de Matagi Gunner, un viejo cazador aficionado a los videojuegos dibujado por el artista barcelonés Juan Albarrán y que publica la editorial Kodansha en su revista Morning.
Albarrán explica que para un extranjero producir manga en Japón implica adoptar un estilo gráfico específico y narrar con la estructura oriental de cuatro actos y, casi siempre, sin conflicto. También exige un número ingente de horas, explica el dibujante barcelonés, que reconoce que la experiencia ha elevado su nivel de autoexigencia y su destreza como dibujante. “También significa que me he metido en la rueda”, dice en referencia a su horario laboral, que puede extenderse de seis de la mañana a once de la noche.
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La historia de amor adolescente entre dos chicas que se conocen en un campamento de verano está contada con una estética manga de línea pulcra en blanco y negro, lectura oriental (de derecha a izquierda) y secuencias salpicadas de onomatopeyas en japonés. Una importante influencia nipona reconocida por la autora es la de Taiyo Matsumoto, innovador mangaka (como se conoce a los autores de tebeos japoneses) capaz de fusionar elementos estilísticos del manga con una narrativa que algunos críticos consideran muy cercana a la bande dessinée francesa.
Como Matsumoto, Ana Oncina se apoya en la arquitectura de la ciudad, dibujada en su caso sin deformaciones y con contornos limpios y precisos, para enfatizar y comunicar las emociones de sus personajes. Al entregarle el premio en Tokio, el pasado 5 de marzo, la presidenta del jurado, la mangaka Machiko Satonaka, destacó el ritmo sosegado de la narrativa de Ana Oncina, la felicitó por resistir a la tentación de ganarse al lector con escenas dramáticas y la animó a seguir “defendiendo el tono contenido” de sus relatos.
Además, Ana C. Sánchez (Murcia, 33 años) obtuvo el Bronce por Limbo, un relato de aventuras y batallas que se nutre de subgéneros como el shonen, historias de acción para adolescentes, y el isekai, fantasía en mundos paralelos o sobrenaturales. La obra, protagonizada por una chica que aprovecha su capacidad para comunicarse con los espíritus para ganar dinero, se publica en serie, también por Planeta, y en la 29ª edición del Salón del Manga Barcelona obtuvo el premio al mejor manga español.
La autora, cuyas obras anteriores, Alter Ego y Sirius, se publicaron también en inglés, francés e italiano, inició su carrera de una forma muy similar a la de muchos mangakas japoneses, recorriendo ferias de manga para mostrar sus obras autopublicadas en fanzines. Aunque sus primeras historias eran intimistas y tenían protagonistas japonesas que se movían en entornos nipones, Limbo tiene un elenco coral con nombres occidentales, pese a que la fisonomía de sus personajes sigue fiel a la estética de ojos enormes, cuerpo menudo, mentón puntiagudo y cabellera frondosa.
El certamen japonés no exige un estilo en particular y admite historias gráficas con más de 16 páginas y producidas por autores no japoneses en los tres años anteriores a su inscripción. “Como el premio lo concede Japón, lo llamamos manga, pero somos conscientes de las influencias mutuas entre manga, cómic americano o bande dessinée”, afirma Ritsuko Suzuki, directora de Relaciones Públicas para Asuntos Culturales del Ministerio de Asuntos Exteriores de Japón, la institución organizadora.
Suzuki atribuye la presencia española en 14 de las 16 ediciones al nacimiento en España de un ecosistema similar al de Taiwán o Corea del Sur, donde el manga es una industria que genera ilustradores profesionales que pueden vivir de su trabajo. El premio japonés, una herramienta de diplomacia pública en la que este año participaron 587 obras de todo el mundo, contribuye a su vez a reafirmar la etiqueta iberomanga o manga español, cuya producción aumenta apoyada por el amplio mercado de habla hispana.
Existen además desde hace años artistas españoles que trabajan con editoriales japonesas, como José María Ken Niimura, madrileño de padre japonés y residente en Tokio que en 2011 ganó el único Oro español del premio japonés con Soy una matagigantes, con guion del norteamericano Joe Kelly. Además de las historias de Kenny Ruiz, dibujante nacido en Alicante que crea aventuras con los personajes de Osamu Tezuka (1928-1989), considerado “el padre del manga”, muchos lectores japoneses leen cada semana las aventuras de Matagi Gunner, un viejo cazador aficionado a los videojuegos dibujado por el artista barcelonés Juan Albarrán y que publica la editorial Kodansha en su revista Morning.
Albarrán explica que para un extranjero producir manga en Japón implica adoptar un estilo gráfico específico y narrar con la estructura oriental de cuatro actos y, casi siempre, sin conflicto. También exige un número ingente de horas, explica el dibujante barcelonés, que reconoce que la experiencia ha elevado su nivel de autoexigencia y su destreza como dibujante. “También significa que me he metido en la rueda”, dice en referencia a su horario laboral, que puede extenderse de seis de la mañana a once de la noche.
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